Se inauguró la primera exposición de artesanía penitenciaria femenina

En la sala de arte Aele se exhibe la primera exposición de Artesanía Penitenciaria Femenia, hecha en el taller-escuela de la cárcel de mujeres de Yeserías (Madrid). Una veintena de presas han estado durante los últimos seis meses, desde que se abrió este taller, aprendiendo a expresarse con el color o con los volúmenes, con el barro y con los esmaltes. El resultado, estas 84 cerámicas, las cuarenta telas y los veintiocho dibujos impresionantes, que recorren un solo tema obsesivo: la libertad.La historia de este taller de arte comenzó el pasado noviembre, un poco al calor de las primeras ideas ...

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En la sala de arte Aele se exhibe la primera exposición de Artesanía Penitenciaria Femenia, hecha en el taller-escuela de la cárcel de mujeres de Yeserías (Madrid). Una veintena de presas han estado durante los últimos seis meses, desde que se abrió este taller, aprendiendo a expresarse con el color o con los volúmenes, con el barro y con los esmaltes. El resultado, estas 84 cerámicas, las cuarenta telas y los veintiocho dibujos impresionantes, que recorren un solo tema obsesivo: la libertad.La historia de este taller de arte comenzó el pasado noviembre, un poco al calor de las primeras ideas de reforma penitenciaria. La intención fue montar con carácter exclusivamente educativo -es decir, que no redime penas este trabajo y eso es muy importante en la cárcel: los quehaceres se pagan en días de libertad- un centro que fuera a un tiempo de terapia ocupacional, de encauzamiento profesional y de estabilización afectiva de las internas. Se encargó de esta escuela incipiente Leonor, una joven inquieta, interesada por todas estas artes, con un lenguaje seguramente mucho más cercano a estas mujeres que el que se suele usar de las galerías para afuera, y que no traía, según sus propias palabras, ni títulos ni ambiciones. Sólo una inmensa curiosidad, unas ganas grandes de trabajar, y una sabiduría técnica y humana importante. Al principio, trabajaba por amor al arte, según dijo a EL PAIS el anterior gerente de Trabajo Penitenciario, pero, más tarde, al exigirle más horas el trabajo, se le comenzó a dar una pequeña gratificación.

Lo más importante es cómo se abrían los horizontes, las posibilidades. Cómo se demostraba, en la práctica diaria, que, efectivamente, la soledad -ese enemigo número uno del preso- podía suavizarse cuando ellas se expresaban. Y cómo encontraban en el calor de las clases de arte, en la pintura y en la cerámica, todo un mundo nuevo que las comunicaba y en el que hablaban una lengua distinta. «Las horas de taller -dijo una de las presas-artistas a EL PAIS- son como un paraíso. Como un sueño. Nosotras las esperamos porque es distinto a lo demás.»

No todo es así de simple, sin embargo. « Hay dificultades a veces en la convivencia -dijo la monitora a EL PAIS- Se establecen competencias y celos, incluso con relación a mí misma, y surgen relaciones de dependencia que creo que son bastante inevitables. Por otra parte, es demasiado importante todo este mundo: en cada uno de estos objetos, en cada una de estas pinturas, dibujos y figuras, hay una historia y hay un mundo. »

Efectivamente, y de un modo casi obsesionante, lo que estas mujeres cuentan en su expresión libre es el ansia de libertad. Acuden a sus lápices y a sus manos esas anécdotas de fuera que muchas veces es el sueño alejado de lo cotidiano -esas muchachas estereotipadas que viven un paraíso de boscaje, esas dulces muchachas que caminan sin cara hacia un horizonte oscuro por los árboles, esa inmensidad abierta de un lago casi amarillo, solo y agobiado por el infinito, ese árbol en flor, esas mariposas. enormes como sueños- y otras es el viaje al interior tortuoso de la propia historia: de los símbolos oníricos que acercan el arte a los abismos de la locura.

Hay, por ejemplo, una casi permanente presencia de la naturaleza. Seguramente porque, puestos a imaginar la libertad -y es aquí la libertad algo tan concreto como lo que por una tarde han hecho sólo algunas de ellas: traspasar los muros, quedarse fuera, tomar de la mano a este hombre, cruzar una calle o comer con tenedor-, digo, puestos a imaginar la libertad, sólo lo abierto y lo verde, la mar y lo vegetal pueden dar esas palabras infinitamente más verdaderas que son las imágenes.

Y hay más: hay sexo, por ejemplo, impregnando esta pintura que casi nunca está empañada por las defensas culturales. Un sexo ingenuo, que escapa a los cálculos de la autocensura, y que se lee en la trasparencia de lo más abstracto, y también en las alusiones secretas que surgen de los pinceles incontroladamente. Hay violencia y autodestrucción: esa mujer cuyo cuerpo,en una impecable postura praxiteliana, descansa su exhibición apenas tocado por el lápiz el desnudo, mientras la atención de su autora se ha centrado en el celaje eterno y en la cara y el peinado, y en esos ojos que ofrecen.

Hay, también, autorreflexión. Una capacidad de abstracción que recorre los caminos del arte por donde una vez anduvieron los maestros: en esta exposición puede leerse a Miró y su erotismo enloquecido, y a Leonora Carrington y su viaje esquizofrénico; puede leerse dadá y puede leerse naïf y hay formas elaboradísimas y trazos que reclaman una inocencia voluntaria y profunda.

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