Editorial:

Ejército y sociedad

UNA DE las notas características de un país moderno, de una sociedad industrial y de una comunidad política democrática es que las relaciones entre los militares y los ciudadanos no se hallan sometidas a especiales tensiones ni dan lugar a roces y conflictos. Las Fuerzas Armadas ocupan un lugar dentro del orden constitucional y sus miembros aceptan los deberes y los derechos que las normas establecen. A su vez, los ciudadanos reconocen las importantes funciones que tiene asignada la Administración Militar y respetan a los hombres que dentro de la división social del trabajo asumen esas tareas....

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UNA DE las notas características de un país moderno, de una sociedad industrial y de una comunidad política democrática es que las relaciones entre los militares y los ciudadanos no se hallan sometidas a especiales tensiones ni dan lugar a roces y conflictos. Las Fuerzas Armadas ocupan un lugar dentro del orden constitucional y sus miembros aceptan los deberes y los derechos que las normas establecen. A su vez, los ciudadanos reconocen las importantes funciones que tiene asignada la Administración Militar y respetan a los hombres que dentro de la división social del trabajo asumen esas tareas. La complementaniedad y armonía entre ambas esferas queda reforzada por el hecho de que los militares son, a la vez, ciudadanos que votan de acuerdo con sus ideas políticas, aunque sean inelegibles, mientras permanecen en el servicio activo, para cargos políticos. Este planteamiento excluye dos peligros siempre presentes en los países subdesarrollados: el militarismo, entendido como la indebida extensión a la vida civil, económica y política de las pautas de organización castrense, y el espíritu antimilitar, que, por lectores, sume a los ciudadanos en la incomprensión sobre la verdadera naturaleza de las Fuerzas Armadas, institución básica en toda convivencia. En España, el tema de las relaciones entre el Ejército y la sociedad debe plantearse sin temores, con claridad, huyendo a un tiempo de la demagogia y de la adulación. Estamos saliendo de un largo período durante el cual las Fuerzas Armadas asumieron, por espíritu de disciplina y muchas veces en detrimento propio, funciones y tareas que, sin duda, no deseaban sus propios miembros. Nadie con buena fe y conocimiento de causa puede afirmar que la gran masa de la oficialidad española resultó beneficia da por el franquismo; los niveles de remuneración y el grado de tecnificación de nuestras Fuerzas Armadas se hallaron por debajo de lo quecorrespondía a nuestra potencia industrial. Sin embargo, la transferencia al Ejército del enjuiciamiento de los delitos políticos durante una larga etapa y la utilización, con objetivos extramilitares, de imágenes y valores asociados con la milicia hicieron creer erróneamente a muchos ciudadanos, durante ese período, que las Fuerzas Armadas, como tal institución, ocupaban el poder en España.Por eso es muy importante para todos los españoles -y en primer lugar para los propios militares- que las relaciones entre la sociedad y el Ejército, en la nueva etapa que comenzó el 15 de junio, sean despojadas de ambigüedad y recuperen su transparencia. En esa dirección camina, sin duda alguna, la política del vicepresidente primero del Gobierno y ministro de la Defensa, teniente general Gutiérrez Mellado. Una política militar inteligentemente planificada para servir al Estado, a la sociedad y al propio Ejército, y que -precisamente por lo ambicioso de su planteamiento- ha despertado suspicacias y contestaciones en sectores minoritarios; curiosa mente, desde los ámbitos de los políticos catastrofistas que suscriben esas pintadas que rezan: «El Ejército, al poder.»

Nadie, sin embargo, ha podido tildar la política del teniente general Gutiérrez Mellado de mediocre o de deshonesta. No pocos de los militares que sirvieron a sus órdenes apodaron a este militar como «el cerebrazo». El mote no es precisamente una tilde, sino un elogio en toda regla hecho por los, más jóvenes militares cuando aún Gutiérrez Mellado era un desconocido para la sociedad civil.

Reconocer en Gutiérrez Mellado a un soldado capaz y a un político prudente (en el más alto sentido del adjetivo), a un hombre desprendido de ambiciones personales, es obligado no ya para reconstruir su biografía personal, sino para relatar los pasos que este país ha dado con él hacia la democracia y hasta para suponer los que habría dejado de dar sin su presencia en el Gobierno.

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