Cartas al director

Réplica a Manrique de Lara

Tras leer la carta de Manrique de Lara, que discrepa de mi análisis de los cursos de la Magdalena, que dirigiera Camón, precisaré unas cosas.1) Detectar nepotismos siempre es recurso fácil y absurdo. Máxime cuando no hay política familiar ni rastro de ella, y cuando mí interés por el curso no me ha impedido hacer públicas -en EL PAIS, y en el propio curso- muchas disensiones. Cosa que no sucedía, creo recordar, en las crónicas rosas que Manrique de Lara -sin que hubiera en ello nepotismo alguno- dedicaba en ABC al curso de Camón.

2) Definí el curso de Camón como síntoma cultural ...

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Tras leer la carta de Manrique de Lara, que discrepa de mi análisis de los cursos de la Magdalena, que dirigiera Camón, precisaré unas cosas.1) Detectar nepotismos siempre es recurso fácil y absurdo. Máxime cuando no hay política familiar ni rastro de ella, y cuando mí interés por el curso no me ha impedido hacer públicas -en EL PAIS, y en el propio curso- muchas disensiones. Cosa que no sucedía, creo recordar, en las crónicas rosas que Manrique de Lara -sin que hubiera en ello nepotismo alguno- dedicaba en ABC al curso de Camón.

2) Definí el curso de Camón como síntoma cultural del franquismo -ese nepotismo colectivo-. Y ello, aunque Camón no fuera franquista militante. Ninguna dictadura, para mantenerse, se vale tan sólo de militares. Ni tan sólo de represión, tortura, leyes o censura. Hacían falta también franquistas normales: los que apoyaron el informalismo, el cine, los que publicaron buena literatura en Vértice o Escorial. Al curso de Camón claro que acudían los que la carta cita, y otros muchos, franquistas o no. Nunca dije que aquello fuera un nido de camisas viejas. Pero eran franquismo, la limitación de horizontes, el estancamiento, los anatemas, el tedio.

3) La carta invoca «una etapa preñada de esperanzas». Mi esperanza, lo siento, no puede ser la misma que la de quien pretende haber luchado por la democracia, desde el periódico que publicó fragmentos, amañados tras su muerte, del diario de Enrique Ruano, o que se alegró en portada del golpe chileno. No me siento nada en común -y menos, una esperanza- con quien ha cultivado su «espíritu liberal» en el ABC de los Luca de Tena, en La Estafeta Literaria que fundara el franquista (¿o no?) Juan Aparicio, en Bellas Artes que fundara el franquista (¿o tampoco?) Pérez Embid. Gente hay en esas publicaciones, que no ha esperado a 1977 para sentirse demócrata, para serlo efectivamente, y en los peores momentos. Pero qué extraño que huelan tan mal todas las credenciales «democráticas» de un cronista independiente.

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4) Ahora, en la «etapa preñada de esperanzas», a Manrique de Lara le parecen bien los cambios. ¿Por qué ahora? ¿Es que hace dos años, cuando el último curso de Camón, no existían Solá-Morales, Navarro Baldeweg, Llorens, Ramírez, Bulnes, Corazón, Bozal, Calvo, González, Jiménez, Navarro, Brihuega, Huici, Mercader o el que esto escribe? ¿Es casualidad que ninguno de nosotros fuera entonces invitado, y que nadie allí -ni siquiera nuestro buen cronista de ABC- sintiera remordimiento alguno por ello? La carta misma proporciona la respuesta: se trataba de «reencuentros». Los que ahora hemos ido a Santander, entonces éramos impresentables. ¿Con quién nos hubiéramos reencontrado? Por lo único que lo sentimos es por no haber podido conocer, entonces, a «demócratas de toda la vida», como Manrique de Lara.

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