Reportaje:Sobre la crisis económica / 1

Crítica a los programas de la izquierda

Al reflexionar sobre la actual situación económica en España no puede soslayarse el punto básico que da pie a las posiciones encontradas de políticos y tecnócratas: nos referimos, claro es, a la naturaleza del trance que hoy preocupa tan hondamente a las economías occidentales. El análisis de las opiniones expuestas hasta ahora delata actitudes irreductibles entre los que piensan que el capitalismo atraviesa una profunda crisis de valores y los que opinan que sólo se trata de meras dificultades instrumentales. Políticos y tecnócratas radicalizan sus acentos, se mueven en planos diferentes y re...

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Al reflexionar sobre la actual situación económica en España no puede soslayarse el punto básico que da pie a las posiciones encontradas de políticos y tecnócratas: nos referimos, claro es, a la naturaleza del trance que hoy preocupa tan hondamente a las economías occidentales. El análisis de las opiniones expuestas hasta ahora delata actitudes irreductibles entre los que piensan que el capitalismo atraviesa una profunda crisis de valores y los que opinan que sólo se trata de meras dificultades instrumentales. Políticos y tecnócratas radicalizan sus acentos, se mueven en planos diferentes y reducen los problemas a un reconfortante vértice, pues mientras creen los unos que hay que cambiarlo todo, basta para los otros con la revisión de las herramientas y la simple homologación de aquellos mecanismos que se han mostrado eficaces en las diferentes economías. Sería mayúscula pedantería por nuestra parte terciar en la polémica y despachar de un plumazo tema de tamaña trascendencia. Pero no renunciamos sin más al esfuerzo del análisis, sobre todo ante el desaforado intento de la izquierda para, transferir la solución a los márgenes de las tesis marxistas sobre la crisis del capitalismo. Es muy fácil hablar del socialismo económico como proposición alternativa, pero habrá de reconocerse que, aun en este supuesto límite, debe quedar claro que la teoría del capitalismo monopolista del Estado es una más, pero ni mucho menos la única solución susceptible de estudio.En España, sea cual fuere la interpretación de la actual crisis, sólo podremos encontrar el final del túnel si somos capaces de proceder a la reconsideración del estado real de las cosas, el conocimiento riguroso de la situación, la delimitación de la zona de interferencia entre las relaciones económicas y sociales, la puesta a punto de procedimientos adecuados a nuestra realidad, la coherencia interna necesaria para garantizar la independencia de criterio en la negociación exterior, la recuperación de la confianza y la devolución al mercado y a las políticas instrumentales de su auténtico significado.

Los programas de la izquierda

La inclinación a dibujar un juicio general, después de leer con espíritu crítico los supuestos programas económicos de los partidos de izquierda, plantea la conveniencia de emitir una impresión global con todos los riesgos que implican las generalizaciones. Lo primero que se advierte es que la llamada alternativa democrática de izquierda carece de verdaderos programas económicos para afrontar la crisis, aunque ofrezca vagas enunciaciones generales del corte usual en el socialismo primitivo, de las que, claro es, se derivan obligadas connotaciones económicas.

No nos parece ocioso llamar la atención sobre este punto por la gravedad que supone aproximarse al problema económico español desde el enfrentamiento convencional al capitalismo incubado durante la época franquista, desde el ataque al sistema de mercado como el origen de las diferencias en las posiciones relativas de poder y desde la rudimentaria crítica al fantasma de las oligarquías. Se vitupera al capitalismo con tanto ardor que ha pasado a ser para nuestra izquierda romántica el «mal supremo». Tal coincidencia en los denuestos contra él viejo capitalismo empieza a ser sospechosa, no sólo por lo que delata, sino sobre todo por lo que encubre: la incapacidad para analizar y comprender su evolución en los últimos cincuenta años, lo que equivale a reconocer implícitamente la impotencia para construir un socialismo a la altura de los tiempos. Porque conviene recordar que los procesos que han desembocado en modelos económicos socialistas no han sido el resultado de decisiones de involución asumidas democráticamente, salvo supuestos excepcionales de países en la prehistoria económica, y aun en estos casos ha resultado decisiva la presión del imperialismo soviético. Los modelos socialistas de crecimiento son consecuencia del formidable atraso económico en el punto de partida o de largos procesos de matiz revolucionario. La salida de la gran depresión en la Rusia del siglo XIX tuvo ineludiblemente que ser gestionada por un poder político dictatorial, pues necesariamente implicaba el sacrificio del bienestar colectivo en aras de la industrialización y la previa acumulación de capital. Lo prueba trágicamente el implacable exterminio de las clases agrícolas rusas y la aplicación de sus recursos de capital al proceso soviético de industrialización.

Un salto en el vacío

Insistimos en que los programas de la izquierda se plantean al margen de la dimensión real de la economía española. El socialismo, por ejemplo, quiere hacernos creer que somos un país en «grave subdesarrollo», y para ello maneja datos que lo que realmente denotan es un desequilibrado reparto de las rentas. Parece ignorar que se verifica la condición sine qua non del desarrollo (nivel del producto total), aunque en la condición suficiente (reparto) quede un amplio camino por recorrer. Omite de paso que si bien en el proceso de desarrollo no se han solucionado absolutamente las «discrepancias en la distribución personal de la renta», el modelo vigente ha permitido un cambio considerable en la importancia intrínseca de las rentas salariales y se puede, mediante reformas profundas, resolver muchos de los problemas pendientes. Los programas económicos que los partidos marxistas ofrecen al país se quedan en recetas inferidas de su posición política, algunas de ellas ampliamente superadas por la realidad, en propuestas válidas para hace un siglo, en el empleo de viejos conceptos para definir nuevas situaciones diferentes de aquellas para las que se acuñaron, en la confianza infantil en mitos y utopías. Por eso hemos propugnado en más de una ocasión, que si la economía española presente graves síntomas de cansancio la solución no está en proponer la sustitución del modelo de mercado por el modelo socialista, por la misma razón que nadie se corta la cabeza cuando le duele.

El proceso marxista, ciertamente, es más un proceso dialéctico que temporal; pero ello no obsta para que, cuando intentan puntualizarse los programas, signifique un gran vacío hablar de fases sin perfilar secuencias ni realizaciones posibles en cada una de ellas. Los programas y las estrategias de poder de las organizaciones políticas no pueden reducirse al exclusivo ámbito del partido; han de plantearse en contextos más amplios, en los que inevitablemente juegan dependencias sociales, económicas y políticas. En este orden de ideas, la llamada «alternativa económica de la izquierda» ignora múltiples factores autónomos que condicionan las estructuras productivas de los países indústrializados de corte moderno y de economía abierta al exterior -como España-, cuya incidencia y evolución son absolutamente ajenas a la capacídad decisoria de los gobernantes: de los anteriores, de los actuales y de los futuros. Pot tan demostradas razones, al pensar en la posibilidad de que algunos de esos proyectos tuvieran que convertirse en programas con cretos de gobierno, nos preocupan hondamente los gravísimos problemas que habrían de afrontar sus ejecutores para construir el país sobre hipótesis al margen de toda consideración empírica y real.

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