Tribuna:

Re Cecconi: los ángeles se equivocaron

Era uno de los futbolistas más inteligentes del Calcio italiano, el campeonato cuyo nombre nos hace pensar invariablemente en una inyección de vitaminas. y es un cadáer, un cuerpo que se ha ganado un sitio en la morgue como premio a una estupidez.Si es o no una tontería hacerse matar constituye un misterio, entre otras razones. porque los que se han permitido el lujo de comprobarlo no han tenido la atención de venir a contarnos qué se siente una vez que se ha respirado el gas de la cámara hasta morir. Nos hemos quedado sin saber si el tiro de gra cia es tan gracioso como di...

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Era uno de los futbolistas más inteligentes del Calcio italiano, el campeonato cuyo nombre nos hace pensar invariablemente en una inyección de vitaminas. y es un cadáer, un cuerpo que se ha ganado un sitio en la morgue como premio a una estupidez.Si es o no una tontería hacerse matar constituye un misterio, entre otras razones. porque los que se han permitido el lujo de comprobarlo no han tenido la atención de venir a contarnos qué se siente una vez que se ha respirado el gas de la cámara hasta morir. Nos hemos quedado sin saber si el tiro de gra cia es tan gracioso como dicen. En caso de que las entrevistas post mortem fueran posibles, habría que pedir inmediatamente una a Gary Mark, Gilmore o a Re Cecconi, « El Rubio de Oro» del fútbol italiano.

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En estos momentos ya se conocen los detalles de la muerte de Luciano Re Cecconi. El hecho es que él y su compañero Ghedin decidieron gastar una broma a un amigo de ambos, el joyero romano Bruno Tabocchini. Entraron en su joyería y Ghedin dijo: «Arriba las manos; esto es un atraco», sin reparar en un detalle fundamental: el joyero es taba de espaldas. Ni Ghedin ni Cecconi se habrían hecho nunca la inequivoca reflexión de que esas son, precisamente, las siete palabras que pueden transformar al dueño de una joyería en el hombre más rápido del mundo. El señor Taboechini se volvió a toda velocidad, mientras desenfundaba su pistola «Walther». En un instante, apuntó a Cecconi y, como dicen todas las novelas del Oeste, le llenó de plomo el corazón.

Aunque está claro que no disparó el honrado y apacible señor Tabocehini, sino ese «Billy eI Niño» común a todos los hombres que llamamos angel tutelar cuando la película termina bien, es inevitable dar al suceso una cruel interpretación. Decir que el piloto automático del joyero decidió seguir la broma hasta el final.

En ocasiones como ésta creemos descubrir cuánto margen de azar en sucesos que consideramos tan transcedentes como la muerte la poca distancia que separa una sonrisa de un tiro al corazón.

Pero, sobre todo en este caso llegamos a la conclusión de que mientras el angel tutelar de Tabocchini actuó con endiablada diligencia el de Re Cecconi (y discúlpese la venial irreverencia) anduvo un poco lento de reflejos. Está claro que tenía que haber dicho a su protegido una frase muy concreta:

«Cuidado. Luciano, que bis carga el Diablo. »

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