Cartas al director

La suerte del funcionario

Desde tiempos inmemoriales y por una serie de causas estructurales y tradicionales, se ha venido considerando al funcionario público como un tipo social característico enfundado en un traje gris oscuro (ya sin manguitos) y corbata a juego. Es y/o era considerado como una clase privilegiada cuyos salarios proceden de los bolsillos de los propios ciudadanos y que encima se empeñan en inventar un sinfín de trampas burocratizantes que obligan al interesado a recorrer todas las ventanillas de un determinado organismo oficial. Todos estos razonamientos pueden considerarse cuasi irrefutables.Pero, ¡o...

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Desde tiempos inmemoriales y por una serie de causas estructurales y tradicionales, se ha venido considerando al funcionario público como un tipo social característico enfundado en un traje gris oscuro (ya sin manguitos) y corbata a juego. Es y/o era considerado como una clase privilegiada cuyos salarios proceden de los bolsillos de los propios ciudadanos y que encima se empeñan en inventar un sinfín de trampas burocratizantes que obligan al interesado a recorrer todas las ventanillas de un determinado organismo oficial. Todos estos razonamientos pueden considerarse cuasi irrefutables.Pero, ¡oh, sorpresa!, los funcionarios públicos -siguiendo «la moda» imperante, como he oído decir por ahí- estamos efectuando unos tímidos paros en el seno de la Administración, y es que ocurre que las nuevas promociones de funcionarios no vemos por ninguna parte esa situación de privilegio ni vamos enfundados en un traje gris sino en pantalones vaqueros como cualquier hijo de vecino.

Claro que si privilegio es ingresar en la cuenta ¡¡¡6.200 pesetas!!! en concepto de paga extraordinaria de Navidad (hablo del Cuerpo General Auxiliar) -cuando el mínimo interprofesional es casi el doble-, que unidas a los ingresos mensuales no llegan ni de chiste a las treinta mil, todo esto para aguantar con esposa e hijo desde el 20 de diciembre hasta el 1 de febrero, tras catorce años de servicio en la Administración, y si privilegio es carecer de una Seguridad Social equivalente a la del resto de los trabajadores, de Sindicado -ni siquiera vertical-, de voz y de voto cuando se va a elaborar una nueva ley para nosotros o cuando se pretende acomodar en el seno de los ministerios civiles a más de 30.000 personas, que harán retrasar más aún el tren de las oposiciones, entonces mi esposa, mi hijo y yo entonaremos éstas Navidades el «Aleluya» de Händel, porque al menos disfruto de seguridad de empleo, algo que otros funcionarios y no funcionarios-, desgraciadamente, no pueden siquiera hacer.

Julián Alonso Chousa Madrid

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