Cartas al director

Ser turista en España

Señores redactores:Me sea perdonado el no dirigirme al clásico señor director, pues creo que un diario como el vuestro ha de ser democrático también en su funcionamiento.

Un mes y medio de turismo no dirigido (no organizado) me ha dado una visión femenina de la España, la visión de esa turista de quien todos hablan, pero que nadie conoce, a pesar de que parecería que todos se acuestan con ella. Y, esa turista, señores, no sólo está dotada de una vagina, sino también de una corteza cerebral. Es la misma que se va a Fuentevaqueros a recoger una piedrita frente...

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Señores redactores:Me sea perdonado el no dirigirme al clásico señor director, pues creo que un diario como el vuestro ha de ser democrático también en su funcionamiento.

Un mes y medio de turismo no dirigido (no organizado) me ha dado una visión femenina de la España, la visión de esa turista de quien todos hablan, pero que nadie conoce, a pesar de que parecería que todos se acuestan con ella. Y, esa turista, señores, no sólo está dotada de una vagina, sino también de una corteza cerebral. Es la misma que se va a Fuentevaqueros a recoger una piedrita frente al número 4 de la calle Poeta García Lorca, es la que, se viene desde París para ver los paisajes nevados de Brueghel del museo del Prado (y enterarse de que por un año y medio estarán en el sótano guardados), es la que busca un rinconcito de la Alhambra para tratar de pensar, imaginar, reconstruir un mundo perdido para siempre y, en medio de la suprema evocación debe detener el curso de sus pensamientos para explicarle a un señor que no ha venido a España para buscar un homo erecto, o sapiens, o faber, que de ésos los hay en todas partes, sino que he Venido a encontrar la España, aquella de la que tanto le, hablaron en su niñez y juventud latinoamericana.

Esa turista, señores míos, que no puede conocer ninguna ciudad de noche, ni ver ningún monumento iluminado, ni escuchar en paz a los tunos madrileños porque está sola. En medio de Sanchos Panzas maliciosos que le gritan las groserías más soeces desde 50 metros de distancia (a menos que estén cumpliendo funciones de trabajo). Así es como debe terminar gritan do para sus adentros la famosa palabra de Cambrone, se compra EL PAIS, que tiene unos crucigramas sensacionales, se mete en un café y pide un humilde café con leche, porque no quiere encerrarse en la pensión a las siete de la tarde. ¡Caramba! He trabajado , duro para pagarme este viaje, hace diez años que no tomo vacaciones, no transgredo ninguna ley, tengo mi pasaporte en regla, pago los impuestos, estoy sana, vacunada y no me drogo, lo único que podría reprochárseme es que tengo cuarenta años y a la gente le parezco de treinta. Tengo derecho a hacer mi crucigrama donde me parezca: Grave error, señores míos, después de la obligación de escuchar cuanta alusión escatológica pueda hacerse en relación al líquido, que decidí ingerir; debo soportar siete pares de ojos bovinos incrustrados en mí persona. Y es en vano que laya leído y releído «símbolo del iridio», porque con toda esa gente mirándome, en lugar de ponerlo en horizontal lo pongo al cinco vertical y no sale. Furiosa del rol que se me acuerda sin haberme pedido mi opinión, cierro el diario y enciendo un cigarrillo. Otro error, porque entonces ya no hay ni ninguna duda y los gestos de invitación más inelegantes y obscenos se desencadenan trasuntando la última culpabilidad del acto perseguido.

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Mucho se habla en esta época de la libertad y reivindicaciones. Claro está que a trabajo igual, salario igual; por supuesto que el Estado (de cualquier nacionalidad que sea) no tiene derecho a dictaminar sobre la funcionalidad de mis ovarios, ya que mi cuerpo es todo lo que poseo en este mundo y lo considero con carácter de propiedad privada.

Cierto es que acceder a las vías del conocimiento no debería necesitar veinte años de esfuerzos y sacrificios sobrehumanos para una mujer pobre.

Pero, más humildemente, ¿no se podría reivindicar el derecho a caminar por la calle tranquilamente a cualquier hora?

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