Tribuna:

Modos y modos

Hace unos días estuve en Mónaco para dar cuenta a los lectores de EL PAIS de los pormenores del Gran Premio del Principado. Acabada mi misión informativa, cuando entré en mi coche para regresar hacia España, encontré en el parabrisas el fatídico papelito.Pensé que habría contravenido alguna norma del tráfico y comencé a leer, al tiempo que observaba la sonriente mirada de un bien uniformado guardia a pocos metros de mi vehículo.

¡No era una multa! Cuando ya pensaba en el obligado diálogo con messieur l'agent y en las posibles repercusiones que podría tener sobre mi bolsillo, segu...

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Hace unos días estuve en Mónaco para dar cuenta a los lectores de EL PAIS de los pormenores del Gran Premio del Principado. Acabada mi misión informativa, cuando entré en mi coche para regresar hacia España, encontré en el parabrisas el fatídico papelito.Pensé que habría contravenido alguna norma del tráfico y comencé a leer, al tiempo que observaba la sonriente mirada de un bien uniformado guardia a pocos metros de mi vehículo.

¡No era una multa! Cuando ya pensaba en el obligado diálogo con messieur l'agent y en las posibles repercusiones que podría tener sobre mi bolsillo, seguí leyendo el papelito, que venía a decir, más o menos:

«Aviso. El centro turístico del Principado de Mónaco tiene el placer de darle la bienvenida a su territorio y hace lo posible por serle de utilidad. Sin embargo, le ruega encarecidamente que observe las normas del tráfico por el interés público y por el suyo propio.

Debemos, por tanto, indicarle, que los días 30 y 31 de mayo ha cometido usted las siguientes infracciones: ha dejado su coche en zona prohibida de aparcamiento, no ha utilizado los parquímetros existentes para horas determinadas, su coche está estacionado demasiado cerca de un paso de peatones.»

Me sentí un tanto anonadado ante la enumeración de mis faltas. Pero seguí leyendo, y aún quedé más sorprendido al ver: «En espera de que este simple aviso persuada a usted de ser mas cuidadoso en el futuro en la observancia de nuestras reglas, el Principado de Mónaco le desea una feliz estancia en su territorio.»

Hay modos y modos, no cabe duda. Aquí, probablemente, el turista despistado hubiera tenido menos contemplaciones. Quizá su coche hubiera sido secuestrado por una grúa municipal, sin margen para un aviso previo, gentil y benevolente.

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