El Palmar y su ‘murcianidad’, el feliz origen de Carlos Alcaraz
El tenista de 21 años inaugura una exposición en la que retrocede hacia su infancia y sus raíces en una humilde pedanía, donde creció sin carencias ni lujos: fantaseando
“Hoy jugamos en casa, con break de ventaja…”.
Son las siete de la tarde y el padre de Carlos Alcaraz, también Carlos, accede a la Cárcel Vieja de Murcia con una sonrisa de oreja a oreja, al igual que el tenista y todos los familiares y allegados que van a disfrutar de un día muy especial porque se inaugura la exposición Con los pies en la tierra: en movimiento por la infancia, enmarcada en la fundación del deportista y visitable hasta mediados de febrero. “¿Y dónde mejor que aquí, en mi tierra y con mi gente? Como aquí, en ningún lado…”, dice el protagonista en medio de la...
“Hoy jugamos en casa, con break de ventaja…”.
Son las siete de la tarde y el padre de Carlos Alcaraz, también Carlos, accede a la Cárcel Vieja de Murcia con una sonrisa de oreja a oreja, al igual que el tenista y todos los familiares y allegados que van a disfrutar de un día muy especial porque se inaugura la exposición Con los pies en la tierra: en movimiento por la infancia, enmarcada en la fundación del deportista y visitable hasta mediados de febrero. “¿Y dónde mejor que aquí, en mi tierra y con mi gente? Como aquí, en ningún lado…”, dice el protagonista en medio de la atmósfera íntima generada tras la presentación, inusual la escena. Vaya por donde vaya, Alcaraz acostumbra a estar envuelto por la masa y el reclamo, y esta vez goza de una cercanía y una tranquilidad muy agradables. De la murcianidad. Se va acabando para él una semana ajetreada de rodajes y compromisos varios; también de entrenamientos, porque la pretemporada ya ha despegado y el Open de Australia no queda en realidad tan lejos.
Su madre Virginia pasea discreta y elegante, su hermano Álvaro ríe a carcajadas, el alcalde José Ballesta ya le ha dedicado unas palabras y las marineras de rosquilla, anchoa y ensaladilla rusa circulan sobre las bandejas que van y vienen por el patio. Una planta más arriba, resplandecen unos cuantos tesoros: la red de la primera conquista de Wimbledon, las indumentarias del éxito, zapatillas de algunos días señalados y, por supuesto, los trofeos. El joven tenista de 21 años bromea y pide que borren el rastro de una huella dactilar en el del US Open, a la vez que observa el vídeo de cómo derruyó a Zverev en la final de Roland Garros. Antes, durante el acto, ha retrocedido hacia sus orígenes en el transcurso de la charla con su tía Beatriz Garfia, directora de la fundación. Recuerda el deportista aquellos días en El Palmar y cómo fue metiendo la cabeza en la élite del tenis en medio de una circunstancia poco común, dado que los recursos hacia la cúspide fueron los justos; no faltó nada, pero tampoco sobró.
“Ahora se me acercan jóvenes de seis, siete u ocho años y percibo la alegría y la ilusión, así que trato de inspirarles porque eso me llena. Yo también fui un crío con un sueño, así que mi familia y yo queremos aportar nuestro granito de arena. Este es un proyecto muy importante para mí”, apunta Alcaraz. “Mi infancia fue muy bonita y sigo teniendo los mismos amigos de entonces. Me crie en la casa del pueblo y sobre todo en el Club de Campo, en el entorno de una familia media en la que no nos faltaba lo necesario, pero sin grandes lujos, la verdad. No he necesitado mucho para ser feliz”, abunda el deportista, hoy día punta de lanza deportiva de una comunidad que ha ganado proyección desde que triunfase en Nueva York en 2022, aunque en casa ya se percibía que aquel chico flaco y “movido” tenía un don con la raqueta y podía llegar lejos, siempre y cuando se articulase la atmósfera idónea a su alrededor. Ese oasis no es otro que el local, su querida Murcia.
“Para nosotros, Alcaraz tiene un efecto cohesionador. Teniendo en cuenta todos los problemas identitarios que tenemos aquí, a raíz de todos los factores geográficos e históricos que influyen, siempre hay tira y afloja entre las distintas partes, pero con él no hay discusión. Carlos representa un elemento de unión, no de división”, expone el jefe de Deportes de la televisión autonómica 7 Región de Murcia, Juan Alfonso Cervantes. “Alcaraz significa curro y humildad”, aporta una persona que le conoce desde que era pequeño. “A uno [Álvaro] había que cogerle de la oreja para traerlo, y al otro había que cogerle de la oreja para sacarlo de aquí… Se tiraba horas y horas frente al muro”, precisa otra que apunta con el dedo hacia el frontón en el que empezó a pelotear el tenista en compañía de su hermano mayor, ahora compañero de aventuras y sparring habitual en los torneos.
Entorno “cariñoso”
Instantes después, Alcaraz atiende a los niños que le piden un autógrafo o una foto una vez que ha finalizado la sesión en el gimnasio de la Real Sociedad Club de Campo. Mientras él corresponde, cuenta algunas anécdotas el técnico Kiko Navarro, fundamental en la captación del patrocinio —Postres Reina, una empresa regional— que permitió al tenista empezar a adquirir vuelo internacional. “Afortunadamente pudimos construir esta pista de aquí”, dice a la vez que señala una superficie dura, “y fue imprescindible, porque Carlos necesitaba viajar a torneos de prestigio como el de Tarbes [Francia] y tenía que aprender a jugar en rápida, no solo en tierra batida”. El formador habla de un chico “generoso” y “revuelto” que en términos de orden “era un completo desastre, muy caótico”; recuerda una regañina durante un trayecto por Italia que le hizo “cambiar de chip” al chico y también los días en los que “se paseó” por el Club Tenis de Pamplona para coronarse como campeón de España cuando era un cadete, en 2018.
“A que etán bueno lo michirone y lo zarangollo, ¿eh?”, desliza comiéndose las eses, recuperando el acento propio que tiende a perder cuando habla en público. Rodeado de los suyos y en su hábitat natural, Alcaraz se desenvuelve como uno más y disfruta del paisanaje y la normalidad, compartiendo espacios y conversación con todos los socios del club. En contraposición a los círculos herméticos, gélidos y distantes de otras estrellas de su deporte, el del murciano ofrece cercanía, amabilidad y cotidianeidad. “¿Está por aquí hoy tu padre?”, le pregunta un empleado. “¡Ni idea de dónde anda! No sé si se acercará luego…”, contesta él, muy relajado en una atmósfera sin vicios y diametralmente opuesta a la del circuito, en la que todo son ruidos, flashes, compromisos y algunos agobios. Aquí, pese a los ceros que ahora inundan su cuenta corriente, Alcaraz es uno más del pueblo y aparca el coche rojo de la marca que le patrocina junto al resto, sin distinciones.
A la entrada del complejo destaca un cartel de grandes dimensiones en el que se ensalza a “nuestro número uno”, y en la zona alta del interior, su tío abuelo Tomás González, presidente de la entidad, conocida popularmente como Tiro de Pichón, demuestra su buena mano en un partido de dobles matinal. A apenas cinco minutos en coche, unos veinte del centro de Murcia, se asienta la humilde pedanía de El Palmar, que concentra a unos 24.000 habitantes con la Sierra de Carrascoy como telón de fondo. Y ahí, entre naranjos y azahar, creció un fenómeno de la raqueta llamado Alcaraz, el mismo “Carlitos” al que hoy alientan los vecinos con las banderas que cuelgan de los balcones y que preside el acceso a la localidad con un gigantesco mural poliédrico que pintó Sbah, un artista de Mazarrón, cuando triunfó en Miami (2022).
Una de las fachadas de la escuela en la que estudió está cubierta por otro inmenso grafiti con el rostro del Alcaraz niño y a unos 500 metros de allí se sitúa la vivienda familiar, en un tercer piso de un edificio convencional de ladrillo rojo. Su padre dirigía la escuela de tenis y su madre era empleada de una gran superficie comercial. Peluquerías, una tienda de tatuajes, otra de asado de pollos y una academia de inglés se integran en un paisaje estático a primera hora del día y que ofrece un guiño muy particular; al otro lado de la calle, a tan solo 20 metros del portal y a la vista desde su ventana, destaca una instalación municipal inaugurada en abril en la que luce una pista azulada de tenis rodeada de una verja metálica. El espacio perfecto para fantasear.
“Crecí en un entorno cariñoso y sé que las pequeñas cosas marcan la diferencia. Era un crío con sueños, como todos. Y los perseguí. Nunca piensas que lo vas a lograr, no puedes imaginar que vas a estar rodeado por tus ídolos y jugar contra ellos, que vas a conseguir todo aquello que te propusiste… Si vuelvo atrás soy ese niño de 10 años que tenía el sueño de ser uno de los mejores del mundo, así que no me creería todo lo que estoy viviendo”, apunta orgulloso y agradecido Alcaraz, ahora espejo para aquellos que le admiran, le imitan y se le acercan a diario en la feliz rutina del club. “En los contextos de dificultad, los referentes ayudan a visualizar un futuro diferente. Empoderan para actuar”, reza uno de los grafismos diseñados para la exposición del centro cultural. Y ahí que sigue él, todavía soñando y mirada al frente, con el firme deseo de apoderarse pronto de Australia y cerrar así el círculo de los cuatro majors. Con el toque murcianico como bandera.