Wimbledon 2008, la gran conquista de Nadal

La inolvidable final entre Nadal y Federer en la hierba de Londres es recordado por muchos como el mejor partido en la historia del tenis

Nadal celebra su victoria en Wimbledon ante Federer en 2008.HUGO PHILPOTT (EFE)

Roger Federer llora dirigiendo la mirada al trofeo que acaba de perder. Parece sorberse incluso los mocos. Es una imagen que agota los adjetivos. Es una lección inmensa, probablemente la mayor que haya dado un campeón. Fue en Australia 2009. Roger tiene en la muñeca un reloj de su patrocinador que se ha puesto al acabar el partido. Ha cumplido el contrato y cree haber cumplido una época, pero no, solo ocurre que la época ya no es solo suya. Todas esas lágrimas las reprimió un año antes, en Londres. Allí Federer defendió la corona en la superficie que le había dado gloria y honor, ...

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Roger Federer llora dirigiendo la mirada al trofeo que acaba de perder. Parece sorberse incluso los mocos. Es una imagen que agota los adjetivos. Es una lección inmensa, probablemente la mayor que haya dado un campeón. Fue en Australia 2009. Roger tiene en la muñeca un reloj de su patrocinador que se ha puesto al acabar el partido. Ha cumplido el contrato y cree haber cumplido una época, pero no, solo ocurre que la época ya no es solo suya. Todas esas lágrimas las reprimió un año antes, en Londres. Allí Federer defendió la corona en la superficie que le había dado gloria y honor, y Nadal la asaltó con la violencia con la que los ejércitos jóvenes levantan un imperio. No fue un partido, fue Guerra y Paz. El campeón defendió a trastazos su brizna de leyenda en el pasto donde la crio y le dio forma y el aspirante exhibió la fortaleza mental de una apisonadora que avanza con la seguridad de un panzer. Llovió y se hizo de noche, y desde que los dos salieron a la pista hasta que acabaron pasaron siete horas, cinco sets y dos tie-breaks.

Fue el mejor partido de la historia del tenis. Hay que verlo cada cierto tiempo. Se siente la electricidad, la lluvia, el olor del pasto, la noche, y dos leyendas en su mejor momento de siempre: dos estilos, dos culturas, dos civilizaciones del tenis construidas en paralelo y destinadas a poblar las mismas pistas en las mismas fechas. El primer punto de partido de Nadal lo resolvió Federer entre tinieblas restando a la línea; así se va gestando uno la fama. En el quinto set y con Federer arriba, pero Nadal sacando para empatar a siete juegos, juegan un punto ridículo, disparatado, en el que Nadal mata en la red con todo lo que tiene y Federer pone la raqueta por poner algo, y resulta que su devolución se va casi a la línea (el público de Londres chilla, ya no sabe dónde meterse), y Rafa, en lugar de irse una décima del partido, reemprende el punto como si nada hubiese pasado y lo acaba con una derecha a la que Federer, estupefacto, ni responde corriendo.

En Australia volvieron a encontrarse en el quinto set y Nadal pasó por encima sin muchas consideraciones; lo peor del hambre es que uno delante de la mesa pierde las formas. Fue cuando al acabar el partido Federer empezó a llorar. En ese momento de su vida Federer hubiera cambiado las riquezas del mundo por un set que lo devolviese a la cima, en la que ya no estaba. Borges escribió: “Sólo es nuestro lo que perdimos (...) Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.

Roger Federer y Rafael Nadal, durante la final de Wimbledon, el 6 de julio de 2008. Ian Walton (Getty Images)
Roger Federer, en una acción durante la final de Wimbledon del año 2008, el 6 de julio.Julian Finney (Getty Images)
Rafael Nadal remata durante la final de Wimbledon, el 6 de julio de 2008. Simon Bruty (Sports Illustrated via Getty Ima)
Rafael Nadal y Roger Federer, durante un descanso en la final de Wimbledon, el 6 de julio de 2008.Julian Finney (Getty Images)
Rafael Nadal muerde el trofeo de Wimbledon, el 6 de julio de 2008.Julian Finney (Getty Images)
Rafael Nadal sostiene el trofeo de Wimbledon, después de vencer al suizo Roger Federer en la final, el 6 de julio de 2008. FELIPE TRUEBA (EFE)

Federer lloró como habría llorado hace 20 años en alguno de esos torneos alevines de Basilea. Probablemente hay alguna foto de él con las manos en jarra, la cara encharcada en lágrimas y la mirada perdida en una copa que levanta el rival. En su tránsito hacia la leyenda, no se sabe cómo, Federer mantuvo intacto al niño que cogió la primera raqueta. ¿Y Nadal? Nadal llevaba entonces sólo cinco años en la élite y ya dominaba el mundo. Lo hacía de una manera insólita y apasionada, la única manera con la que podía mordisquearle la concentración blindada de Roger Federer, que era pura danza, el último gran revés a una mano de la historia del tenis (esperemos que aparezca otro a la altura: qué belleza fascinante tiene ese golpe).

“Por muy fuerte que se golpee la bola, los mejores jugadores siempre son jugadores de control. Tú no ves jugadores muy top que no sientan extraordinariamente la bola. Porque al final los partidos se deciden en pocas bolas y los jugadores con más sensibilidad en la mano son los que tienen más regularidad, los que están arriba, los que aparecen en las rondas finales”, dijo a EPS hace casi un año.

“Con todos mis respetos hacia Rafa, pero creo que habría sido mejor si hubiera ganado yo”, dijo Federer sobre Wimbledon 2008 en un discurso famoso, el de la graduación de la Universidad de Dartmouth. “En 2008 buscaba mi sexto título consecutivo en Wimbledon, un récord, jugaba para hacer historia. Pero si miro atrás, siento que perdí desde el primer punto del partido. Miré tras la red y vi a un tipo que unas semanas antes me aplastó en tres sets en Roland Garros y pensé: ‘este tipo tiene más hambre que yo’. Y finalmente logró ganar y quitarme el número uno. Pudo conmigo hasta el tercer set, antes de que lo recordara: ‘¡oye, amigo, eres el cinco veces campeón defensor! Y estás jugando en hierba. Ya sabes lo que tienes que hacer’. Pero reaccioné tarde y Rafa ganó, y fue muy merecido”.

No quedó nada de ellos sobre la pista en Londres. Tampoco de quienes seguimos aquel partido. El adiós de Rafa Nadal, el mejor deportista español de la historia, 20 años en la élite, solo los dos últimos fuera de las finales, un hombre agotado por su propio cuerpo, deja un poso de aquella tristeza fantástica de Bradomín en la Sonata de Otoño de Valle-Inclán: lloramos como dioses antiguos al extinguirse su culto.

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