Un indeseable comienzo llamado Zverev
Frente a las dudas generalizadas, el alemán irrumpe con fuerza y amenaza a Nadal en el estreno de París, donde alcanzó las semifinales en las tres últimas ediciones
Registros y precedentes en mano, y respetando siempre la notable envergadura de un tenista que ya ha conquistado 22 trofeos —entre ellos seis Masters 1000, un oro olímpico y dos Copas de Maestros— y que enfila poco a poco la compleja dirección a la madurez deportiva, Alexander Zverev no debería representar un problema mayor para Rafael Nadal en un trazado por París. El español ha derrotado al alemán siete de las diez veces que ambos se han enfrentado, cinco de seis sobre tierra batida, la última pre...
Registros y precedentes en mano, y respetando siempre la notable envergadura de un tenista que ya ha conquistado 22 trofeos —entre ellos seis Masters 1000, un oro olímpico y dos Copas de Maestros— y que enfila poco a poco la compleja dirección a la madurez deportiva, Alexander Zverev no debería representar un problema mayor para Rafael Nadal en un trazado por París. El español ha derrotado al alemán siete de las diez veces que ambos se han enfrentado, cinco de seis sobre tierra batida, la última precisamente hace dos años en Roland Garros. Pero la realidad actual es muy diferente. Así lo constata la expresividad de los presentes durante el sorteo efectuado ayer en la L’Orangerie d’Auteuil, donde tras conocerse que el gigantón será el primer escollo del mallorquín en este (teórico) último paso por el Bois de Boulogne, resonó una larguísima onomatopeya de sorpresa. Manos a la cabeza.
Se sabía que a Nadal —desposeído de la tradicional condición de cabeza de serie por su pronunciada caída en el listado— iba a caerle un coco. Pero quizá, analizando en frío, el más desfavorable de todos tal vez pudiera llamarse Zverev. De la misma forma que el tenis es un deporte que brinda la posibilidad de revertir la situación en un lapso breve de tiempo, suele premiar el momento, y el de uno y otro describen direcciones opuestas. El español, a punto de cumplir 38 años, pelea contra un irremediable adiós que cada día está más cerca, y lo hace inmerso en el enmarañado proceso de este presente que le niega tiempo y la apremia sin cesar: vencer o nada. Y sin victorias, no hay ritmo ni continuidad; o sea, vuelta al punto de partida. En cambio, el de Hamburgo disfruta de unos días felices en los que todavía saborea el reciente título de Roma, lugar de redención.
Allí obtuvo el primer trofeo relevante de su carrera y allí se liberó hace menos de una semana. “El foco está en París”, advertía, no obstante. “Para mí, este año Sascha es el principal candidato”, concede a este periódico el sueco Mats Wilander, que algo sabe de tenis. De modo que no era un cruce apetecible en ningún caso. Tampoco eran plato de buen gusto jugadores de una dimensión superior como Novak Djokovic, Jannik Sinner o Carlos Alcaraz, pero el primero parece que llegará a París rodeado por las dudas —no ha ganado ningún título y su rendimiento ha dejado mucho que desear— y los dos jóvenes por la incertidumbre física; a uno le duele la cadera, al otro el antebrazo derecho. Siendo quien es uno y elevándose como se han elevado los otros dos, también eran desaconsejables, pero si en las últimas fechas han ofrecido un instante de vulnerabilidad es ahora.
Desde que se reinsertó en la competición a mediados de abril, en Barcelona, Nadal vive más que nunca al día, y el despegue en este torneo será absolutamente simbólico. De entrada, una final. Si lograra sortearla, le queda el consuelo de que el hipotético recorrido le concedería un par de estaciones relativamente amables para ir ganando sensaciones, aunque a partir de los octavos volvería a inclinarse el terreno (Rune, Khachanov, Medvedev…). En cualquier caso, todo son hipótesis y conjeturas para un campeón que ni siquiera sabe cómo reaccionará en la pista, que transita sobre un alambre físico y que no disputa un partido a cinco mangas desde hace casi año y medio, cuando el tendón de su psoas ilíaco se rompió y le obligó a pasar después por el quirófano.
Después de unos cuantos bandazos, Zverev ha ido afinando el rumbo profesional y confía en que al cierre de una era, la de los tres gigantes, pueda empezar a obtener éxitos mayores en el circuito. Hasta ahora, la final perdida contra Dominic Thiem en el US Open de 2020 ha marcado su límite en los majors, con otras cinco presencias en las semifinales; tres de ellas, en Roland Garros. Soberbio sacador —concedió tan solo cinco puntos en la final del Foro Itálico contra Nicolás Jarry—, ocho de sus 22 laureles han sido facturados sobre la arcilla y comparte la amenaza del servicio con el polaco Hubert Hurkacz, el bombardero que apeó hace poco a Nadal en la capital italiana. Como contrapartida, el español intentará compensar la balanza a base de mística y psicología, sin olvidar el poderoso efecto del factor ambiental en una pista que conoce y domina como nadie.
Él lo acapara casi todo ante una edición que en realidad ofrece múltiples atractivos. Ahí están Alcaraz —citado de entrada con un rival de la fase previa— y otros 13 representantes españoles; acompañan Davidovich, Pedro Martínez, Carballés, Bautista y Munar (emparejados) o el reaparecido Pablo Carreño, que vuelve después de un tortuoso litigio con el codo; Sorribes —contra Andreescu— encabezará a la delegación femenina, completada con Bucsa, Bouzas, Masarova, Badosa e Irene Burillo. Esta última se estrenará en el cuadro principal de un gran torneo, y la segunda en el de Roland Garros tras haber tenido una primera experiencia en el de Wimbledon el año pasado.
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