El éxtasis argentino: Messi y la selección, obligados a sobrevolar Buenos Aires en helicóptero

Millones de personas salen a la calle en la capital para recibir a los campeones, que recorren las avenidas en autobús pero desisten de llegar por tierra al Obelisco

El equipo de Argentina es recibido entre una tremenda multitud en Buenos Aires.Foto: RODRIGO ABD (AP) | Vídeo: REUTERS
Buenos Aires -

¿Cómo se mide la frustración acumulada de una sociedad? Argentina tal vez haya encontrado la respuesta. Solo así se entiende que millones (decir “millones” da un poco de vértigo) de personas se hayan sumado a un extraordinario movimiento de catarsis colectiva como el de este martes para recibir a la selección campeona en Qatar. Buenos Aires vivió el mayor evento de movilización popular de su historia, y eso es mucho decir en un país que ha forjado su identidad política en la calle. ...

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¿Cómo se mide la frustración acumulada de una sociedad? Argentina tal vez haya encontrado la respuesta. Solo así se entiende que millones (decir “millones” da un poco de vértigo) de personas se hayan sumado a un extraordinario movimiento de catarsis colectiva como el de este martes para recibir a la selección campeona en Qatar. Buenos Aires vivió el mayor evento de movilización popular de su historia, y eso es mucho decir en un país que ha forjado su identidad política en la calle. El peronismo es hijo de esa construcción, y aún así no logró jamás lo que Lionel Messi y el resto de los jugadores de la Albiceleste consiguieron cuando vencieron a Francia el pasado domingo en el estadio Lusail y cruzaron el Atlántico con el trofeo dorado. Buenos Aires colapsó de gente necesitada de buenas noticias, de días de fiesta, de fe en el futuro (todos lugares comunes), un remedio contra el “Argentina es una mierda” que tanto la aflige. Por un día, los argentinos se sintieron, como tantas otras veces, el centro del mundo.

Las celebraciones por el Campeonato estuvieron cerca de morir de éxito. El autobús con los jugadores salió al mediodía desde el predio que la AFA tiene a 6 kilómetros del aeropuerto internacional. Dos horas tardaron los jugadores el lunes por la noche, a su arribo, en abrirse paso entre la multitud que los esperaba, presagio de lo que sucedería horas más tarde, durante la recorrida definitiva. Las dudas sobre la ruta más segura enloqueció a los jugadores y a la multitud. Una hora después de la partida, desde la AFA ya se había descartado la posibilidad de saludar a los hinchas en el Obelisco, ante el peligro de quedar atrapados en un mar de almas. Se buscó una ruta alternativa por la 25 de mayo, una autopista elevada que desemboca en la 9 de julio, esa avenida tan porteña. Bastó el rumor para que cientos de miles invadieran ese balcón que parte la ciudad en altura.

Fanáticos se reunieron en la autopista 25 de mayo en su intersección con la Avenida 9 de Julio en de Buenos Aires.Alan Eidelstein (EFE)

Pronto fue evidente que el avance por tierra sería imposible. Habían pasado las 16.00 horas y todavía faltaba la mitad del camino, y en su tramo más difícil. Desde un puente, dos personas se lanzaron al autobús de los jugadores. Se decidió entonces terminar con el asunto. La caravana se desvió hacia un helipuerto y se cambió la peregrinación por tierra por una vuelta olímpica desde el cielo. Dos helicópteros sobrevolaron la zona del Obelisco con los jugadores a bordo, para éxtasis de la multitud, que una vez más miraba hacia el cielo. La estrategia bastó para dejar a todos conformes.

“Saben si pasan por acá”, preguntaban los hinchas a los periodistas. “Eso no lo sabe ni el chófer del autobús”, recibían como respuesta. “Lloro diez minutos porque pasan, lloro diez minutos porque no pasan. Estoy desesperado”, gritaba un joven pintado el rostro de celeste y blanco. “¡Les pido por favor que pasen! ¡Los queremos ver!, decía una mujer. Y en esas invocaciones los argentinos se vieron una vez más a sí mismos. Capaces de provocar grandes movimientos sísmicos, luego sufren cuando deben administrar las réplicas. ¿Quién ordena el desborde? La multitud se movía como esos cardúmenes que quieren simular poder ante el pez grande, buscando el punto donde, habían escuchado por ahí, pasarían Messi y la Copa del Mundo.

Los medios locales especulaban con las cifras. Un millón, dos millones, tres millones de personas. Los más osados hablaron de cuatro millones, un número que supera a la población de la ciudad de Buenos Aires cuando se deja fuera del cálculo el extrarradio. Difícil lanzar cifras como confetis cuando no se tienen precedentes. Cuando el futuro presidente Raúl Alfonsín cerró su campaña electoral en la avenida 9 de julio en octubre de 1983, se habló de un millón de personas. La política no movió nunca más semejantes multitudes, apagada la pasión democrática. En 1986, Diego Maradona, en la cúspide de su camino al cielo, no tuvo problemas en alcanzar junto a sus compañeros la Casa Rosada. Salió al balcón con la copa en la mano y con los brazos en alto saludó a la multitud. El martes eso no fue posible. Por las aglomeraciones y porque los jugadores nunca estuvieron del todo de acuerdo con la invitación del presidente, Alberto Fernández, para repetir aquella postal que fue icono de la democracia naciente.

El equipo a bordo del autobús intenta abrirse paso entre la multitud.Rodrigo Abd (AP)
Los aficionados intentan obtener una imagen para el recuerdo. Natacha Pisarenko (AP)
Aficionados esperan en la parada de transporte público. CRISTINA SILLE (REUTERS)
La selección argentina viajaba en helicóptero, después de que la multitud les impidiera seguir avanzando en el autobús que los trasladaba.MATIAS BAGLIETTO (AFP)
Lionel Messi, Ángel di Maria y sus compañeros del equipo de Argentina celebraban en el autobús con el trofeo de la Copa del Mundo.MARTIN VILLAR (REUTERS)
La marea humana era tan cerrada que no permitía el avance de la caravana por las calles de Buenos Aires.LUIS ROBAYO (AFP)
Fanáticos daban la bienvenida a casa a la selección en Buenos Aires.Natacha Pisarenko (AP)
El capitán Lionel Messi miraba hacia arriba durante el desfile de bienvenida de la selección argentina.Natacha Pisarenko (AP)
Lionel Messi tomaba fotografías mientras sostenía la Copa del Mundo.TOMAS CUESTA (AFP)
Vista panorámica del Obelisco en Buenos Aires. LUIS ROBAYO (AFP)
Justo en el inicio del verano austral, Buenos Aires superaba este martes los 30 grados de temperatura. El sol hacía estragos entre la multitud, aunque miles permanecían en las calles.Mario De Fina (AP)
De izquierda a derecha: Leandro Paredes, Rodrigo de Paul, Lionel Messi y Nicolás Otamendi.Natacha Pisarenko (AP)
Cualquier árbol, cualquier poste de luz era suficiente para tener un lugar en el recorrido.Valentina Fusco
Las autoridades habían pedido a la gente que siguiera la caravana desde el punto más cercano a su casa y que no se trasladara hacia el centro de la ciudad.Valentina Fusco
La cantidad de gente ha desbordado todas las previsiones, en la que a estas alturas es la mayor concentración popular de la historia argentina.Rodrigo Abd (AP)
El autobús no logró llegar al centro de la ciudad debido a la multitud.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Un aficionado al amanecer de este martes 20 de diciembre, declarado feriado nacional en Argentina.Valentina Fusco
Anoche, los jugadores demoraron dos horas en recorrer los seis kilómetros que separan el aeropuerto del predio de la AFA.Valentina Fusco
Un mural de Diego Maradona en las calles de Buenos Aires.Mario De Fina (AP)
Hinchas argentinos esperaban en la Avenida 9 de julio. Valentina Fusco
Hasta la punta del Obelisco llegó un grupo de hinchas con la bandera albiceleste. Valentina Fusco
Miles de afinados esperaban la llegada de la selección de Argentina a la Plaza Central del Obelisco. Valentina Fusco
Los argentinos salían masivamente a las calles. En la ciudad de Buenos Aires y su extrarradio viven 15 millones de personas y nadie se quería perder la caravana de la selección que recorrería los 30 kilómetros que separan el predio de la AFA, donde los jugadores pasaron la noche, del Obelisco.AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)
Desde el amanecer, las principales avenidas del centro de Buenos Aires se llenaron de aficionados. AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)
Lionel Messi y Scaloni con la copa eran la primera imagen de la selección argentina de vuelta en Buenos Aires. Gustavo Garello (AP)
A las 2.23 (6.23 en España peninsular) de este martes, el vuelo AR1915 de Aerolíneas Argentinas, que trasladaba a la delegación, aterrizó en Buenos Aires. LUIS ROBAYO (AFP)
Al ritmo del popular 'Muchachos', el himno oficioso de Argentina en este mundial, cantado en la pista del aeropuerto por el grupo La Mosca Tse tse, Messi salió del avión levantando la Copa del Mundo. AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)
El entrenador de la selección de Argentina, Lionel Scaloni, saludaba a los hinchas congregados en el aeropuerto.MATIAS BAGLIETTO (REUTERS)
Ovacionado por la afición, Messi fue quien subió primero al autobús. AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)
El autobús descubierto avanzaba abriéndose paso en medio de una multitud que lo obligaba a ir muy lento, cuando eran las tres de la madrugada, hora local de Argentina. TOMAS CUESTA (AFP)
Los aficionados estallaban al paso del autobús que llevaba a la selección. MARIANA NEDELCU (REUTERS)
Los jugadores pasaron la noche en el centro de entrenamiento de la Asociación del Fútbol Argentino, ubicado a pocos kilómetros del aeropuerto. Rodrigo Abd (AP)
El autobús que llevaba a los jugadores salía desde el aeropuerto de Ezeiza con destino al Obelisco de Buenos Aires. TOMAS CUESTA (AFP)

El autobús avanzaba a paso de hombre por la autopista Riccheri, la arteria que conecta con Ezeiza. Mientras la policía, la AFA y el Gobierno se desgañitaban por encontrar una solución al entuerto de la multitud, la gente apostaba por el mejor sitio donde cruzarse con los jugadores. La incertidumbre terminó por dispersar a la gente por distintos puntos de la ciudad. Hasta la zona del Obelisco lució por momentos menos concurrida que el cruce de la autopista con la 9 de julio. Los jugadores, en el limbo del éxtasis, parecían ajenos al caos, aún bajo el sol ardiente. Messi tomaba gaseosa desde una botella de plástico cortada a la mitad, Rodrigo De Paul subía vídeos a sus redes sociales y Ángel Di María charlaba con Nicolás Otamendi. Hasta el entrenador, Lionel Scaloni, abandonó sus formas sacerdotales y con los brazos en alto arengó a la multitud arremolinada.

La tensión fue constante. Todos se sabían actores de un acontecimiento histórico, pero el riesgo del desborde lo atravesaba todo. Argentina había ganado la Copa del Mundo después de 36 años, en el último Mundial de Lionel Messi, el dios pagano que cerca estuvo de quedarse con las manos vacías. Eran protagonistas además de un extraordinario ejercicio de desahogo. La crisis económica arrecia y la política no está a la altura de las circunstancias. En la crisis de 2001, la del corralito, el ambiente era de arremangarse y trabajar por salir del agujero. Los argentinos viven 20 años después un descenso lento pero persistente, una agonía que los políticos miran desde el ring de sus propias disputas. Y entonces llegó Messi y la posibilidad de una causa común: el fútbol.

Cuando se acercaban las tres de la tarde comenzó a soplar una brisa fresca sobre las avenidas cargadas de gente. “Muchachooos…”, sonaba otra vez como un mantra el himno de la hinchada argentina en Qatar. Al final del día, fue un éxito en el caos. Una mano invisible ordenó lo que pudo ser una catástrofe; esa era la sensación ante tanto desborde. Pero no hubo incidentes ni peleas, nadie cayó de un balcón ni atacó a la policía. “Messi y la Copa están en casa”, titulaban los noticieros, una casa que se llenó de tanta gente que casi deja a los agasajados afuera.

La plaza de la República de Buenos Aires, una explanada dominada por el Obelisco, abarrotada durante las celebraciones de ayer.Marcelo Endelli (Getty)

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