En Qatar, por cámaras no será
Al menos viviremos con el suspense de no saber si el VAR, en un momento especialmente dramático, se queda tras el Mundial para saber si esas manitas se rozan, si hay intención o no, si el roce basta para considerarlo erótico
Que Qatar sea el escenario del Mundial 2022 no es una prueba de su extraordinario y sospechoso (acusaciones de soborno, votación final polémica) poder multimillonario de persuasión, sino de un poder mucho más grande que el de cualquier dictadura y el de cualquier Dios al que esta se someta, que es el poder del fútbol. Un deporte que no sólo soporta corrupción, dinero sucio, anacronismos morales, conductas imbéciles o delictivas de sus estrellas, cariños públicos y privados a gobiernos que van...
Que Qatar sea el escenario del Mundial 2022 no es una prueba de su extraordinario y sospechoso (acusaciones de soborno, votación final polémica) poder multimillonario de persuasión, sino de un poder mucho más grande que el de cualquier dictadura y el de cualquier Dios al que esta se someta, que es el poder del fútbol. Un deporte que no sólo soporta corrupción, dinero sucio, anacronismos morales, conductas imbéciles o delictivas de sus estrellas, cariños públicos y privados a gobiernos que van desde lo indecente hasta los que aplastan sin miramientos los derechos humanos, sino que mantiene como ídolos queridos e intocables a quienes han blanqueado regímenes vomitivos (Guardiola, Zidane, Xavi), y que es capaz, en noventa minutos, de que un fan se olvide de las desgracias de su propia vida, de aquello que no le gusta o detesta del jugador que viste la camiseta que ama el fan, y hasta de las muertes, miles, de los obreros explotados que levantaron los estadios en los que se juega el partido.
Es un poder tan desconsideradamente grande y estúpido, y que da tanta alegría y felicidad al pueblo, que el pueblo prefiere no preguntar mucho. Si pregunta llegaría a esta fantástica conclusión, por ejemplo: al Mundial 2020 aspiraban cinco democracias (Estados Unidos, Australia, Corea del Sur y Japón) en las que sus leyes exigen respetar los derechos humanos, y una dictadura rica de la peor especie y sometida a la sharía (Qatar), y si lo ganó la dictadura fue precisamente por eso: por serlo, por la necesidad urgente de una competición así en un país así. Ese es el gigantesco poder del fútbol.
La periodista Natalia Junquera publicó este domingo desde Doha un largo y provechoso reportaje en el que hablan varios españoles residentes allí. Es toda una experiencia leer sus impresiones. En muchos de ellos hay un discurso conocido: Qatar no es perfecto, pero compensa por la diferencia salarial que hay en España. Es el principal motivo por el que un extranjero está allí; es, de hecho, el principal motivo por el que cualquiera se va de su casa. “Aquí el sueldo de un profesor de primaria está entre los 3.000 y los 6.000 euros y en España estaría ganando unos 1.500 (…) Se vive muy bien en Doha. Tenemos más libertad de lo que la gente piensa en Europa. Si ligas y te llevas a alguien a tu casa, nadie se entera. Te puede escuchar un vecino, pero no sabe si estás casado o no, no te va a denunciar. Aquí hay muchos jóvenes solteros e intentamos hacer nuestra vida. Qatar sigue la sharía, pero no se aplica de manera estricta. Y es un país muy seguro: las puertas de las casas y de los coches están siempre abiertas porque hay cámaras por todas partes”, dice uno de los entrevistados. Se estima que por unos 2.000 euros al mes merece la pena llevarte a alguien a tu casa para tener sexo y estar preocupado porque no se entere el vecino. Eso, si eres heterosexual. Si eres homosexual, por 2.000 euros más al mes te juegas la vida si te apetece echar un polvo o tienes la desgracia de enamorarte o comportarte como eres.
Esas cifras en la vida de un ciudadano normal, y sus pequeñas deliberaciones y cuitas privadas (siempre que alguien dice de una ciudad “es muy segura, hay cámaras todas partes”, me pregunto si sabrá que están puestas por él) hay que multiplicarlas por muchos millones para saber hasta dónde le compensa a la FIFA romper la temporada en invierno y someterse al impresionante poder qatarí en el fútbol, dueño de sucursales (PSG) y voluntades. Saben ellos, y sabemos nosotros, que cuando el árbitro pite el inicio del partido, importará más un fuera de juego que la machacada y perseguida población en función de gustos, credo o sexo. Al menos viviremos con el suspense de no saber si el VAR, en un momento especialmente dramático, se queda tras la Copa para saber si esas manitas se rozan o se aprietan, si hay intención o no, si el roce basta para considerarlo erótico. Por cámaras no será.
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