Chovinistas todos (o la paradoja olímpica)

Los franceses, señalados por agitar demasiado la bandera, citan a Romain Gary: “El patriotismo es el amor de los suyos. El nacionalismo es el odio de los otros”

Léon Marchand, el miércoles en el Bercy Arena de París durante el partido entre Brasil y EE UU.Brian Snyder (REUTERS)

Léon Marchand apareció en la gradería mientras Estados Unidos se enfrentaba a Brasil en los cuartos de final de baloncesto, y la gradería rompió a gritar: “¡Léon! ¡Léon! ¡Léon!”

La escena propició un malentendido. LeBron James creyó que el público coreaba su nombre y no el del ídolo de la natación, y empezó a gesticular para celebrarlo. El peatón, que estaba ahí, lo entendió así pero cuando en la pantalla apareció la imagen de Léon en las gradas, se dio cuenta de que había que cantar “Léon” y no “LeBron”. El Rey James debió entenderlo igualmente, porque dejó de gesticular. ...

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Léon Marchand apareció en la gradería mientras Estados Unidos se enfrentaba a Brasil en los cuartos de final de baloncesto, y la gradería rompió a gritar: “¡Léon! ¡Léon! ¡Léon!”

La escena propició un malentendido. LeBron James creyó que el público coreaba su nombre y no el del ídolo de la natación, y empezó a gesticular para celebrarlo. El peatón, que estaba ahí, lo entendió así pero cuando en la pantalla apareció la imagen de Léon en las gradas, se dio cuenta de que había que cantar “Léon” y no “LeBron”. El Rey James debió entenderlo igualmente, porque dejó de gesticular. Una lección de humildad.

Es una anécdota reveladora, y no solo de la personalidad del baloncestista estadounidense. También de la actitud del público francés en estos JJ OO, menos pendiente de lo que sucedía en la pista que de animar a los suyos.

Basta mirar cada noche Quels Jeux! (¡Vaya Juegos!), el programa diario en la cadena pública France 2: es como si estos fueran los JJ OO solo de Francia y solo Francia participase ellos. En un ambiente de euforia desbocada los presentadores, Léa Salamé y Laurent Luyat, repasan los triunfos de la jornada y reciben a los medallistas mientras suena la pegadiza sintonía olímpica de Victor Le Masne o entonan La Marsellesa.

El colega Leo Klimm, del semanario alemán Der Spiegel, contó algo parecido en un programa de la cadena pública France Inter en el que coincidimos el miércoles: “Hay una crítica que se podría hacer a Francia. En los medios franceses té explican la medalla francesa en una competición, pero no el oro y la plata en la misma competición”. Otro colega francés me mandó el mismo día un mensaje desde el extranjero, donde estaba de vacaciones, y decía: “No lamento no estar en París. Hay buen ambiente, pero no me gusta el chovinismo que generan las competiciones deportivas”.

He aquí una palabra francesa, chovinismo, convertida en universal. Pero este peatón tiene la sensación de que esta óptica nacional no es exclusiva de los franceses. Lo de fijarse en el bronce propio e ignorar el oro y la plata de los demás no es solo un pecado de Francia. Es la paradoja del olimpismo. Dicen que el deporte hermana a la humanidad, pero no hay deporte sin banderas, sin un mínimo grado de chovinismo.

George Orwell, que casi siempre acertaba, escribió en 1945: “Siempre me ha impresionado escuchar a la gente decir que el deporte fomenta la buena voluntad entre las naciones y que si las personas normales del mundo pudieran reunirse para jugar a fútbol o a críquet, no tendrían ninguna inclinación por verse en el campo de batalla”. El autor de 1984 no tragaba. Veía en el auge del deporte de competición el auge del nacionalismo. Y definía el nacionalismo como “la lunática costumbre moderna de identificarse a uno mismo con unidades de poder más amplias y de verlo todo en términos de prestigio competitivo”.

Quizá haya que hacerle caso a otro escritor que los franceses citan estos días, Romain Gary: “El patriotismo es el amor de los suyos. El nacionalismo es el odio de los otros”. Quizá la celebración, en la ceremonia de apertura, de una Francia diversa y universal fue un ejemplo de patriotismo bien entendido y por eso cabreó tanto a los nacionalistas.

O quizá hay otra manera de mirar al medallero, que es la plasmación de esta competición chovinista: sumando las medallas de la Unión Europea. Y entonces nos damos cuenta de que ni Estados Unidos ni China dominan el deporte mundial. Es Europa. Pero eso sería política ―perdón: deporte― ficción.

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