El fin de las vísperas bárbaras en el boxeo olímpico

“La burrada de tener que perder dos kilos antes de un combate es un asunto de la antigüedad”, proclama Laura Fuertes. “Ahora todo es gradual. El boxeo se ha civilizado”

El equipo olímpico español de boxeo, ayer en París.SASHENKA GUTIERREZ (EFE)

El boxeo olímpico se civilizó cuando los púgiles dejaron de pensar que estar con dos kilos por encima de su categoría de peso 24 horas antes de un combate era la cosa más normal del mundo. La víspera era entonces el día del tormento y el infierno. Perder el exceso en un día obligaba a una serie de acciones contra la naturaleza, y contra la salud, el vigor y la velocidad de cuerpo y mente, que muchos boxeadores desarrollaron secuelas y problemas orgánicos. Y psicológicos. A ese día le ll...

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El boxeo olímpico se civilizó cuando los púgiles dejaron de pensar que estar con dos kilos por encima de su categoría de peso 24 horas antes de un combate era la cosa más normal del mundo. La víspera era entonces el día del tormento y el infierno. Perder el exceso en un día obligaba a una serie de acciones contra la naturaleza, y contra la salud, el vigor y la velocidad de cuerpo y mente, que muchos boxeadores desarrollaron secuelas y problemas orgánicos. Y psicológicos. A ese día le llamaban su Ramadán, el día que se cena de memoria.

Jonathan Maravilla Alonso, olímpico superligero (60 kilos) en Londres 2012 describía entonces su experiencia con un relato que parecía sacado de una novela de terror: “Lo peor es la sed, los labios cuarteados como la tierra seca del fondo de los pantanos cuando se quedan sin agua, que solo podemos calmar metiéndonos en la boca un buchito de agua y luego escupiéndolo tras enjuagarnos. Eso en los aviones, cuando viajamos al combate, mientras vemos a otros beber y disfrutar de sus cocacolas o cervezas. Si alguien no sabe lo que es la envidia que pruebe eso. O el sufrimiento de intentar dormir. En la cama, sin cenar y casi sin comer, sin beber una gota todo el día, tumbados con los brazos en el pecho como momias, sin movernos, con los ojos como platos mirando al techo hasta que logramos dormirnos”.

“Eran barbaridades las que se hacían. Se trataba de perder líquido como fuera, forrándose de plásticos, boxeando en sauna”, dice Rafa Lozano, 48 kilos, peso minimosca, cuando consiguió la medalla de bronce en Atlanta 96 y la de plata en Sidney 2000 y desde 2012 responsable técnico del equipo olímpico español. “Ahora todos se controlan mucho mejor y ninguno está la víspera del combate con más de 500 u 800 gramos”.

El día del combate los boxeadores se pesan entre las siete y las ocho de la mañana, un mínimo de cuatro horas antes de su combate. Después del pesaje ponen en marcha estrategias de rehidratación, para recuperar fluidos sin importarles ya pasar de peso. El agua es lo que más engorda. “Suelen terminar el combate, tres asaltos de tres minutos con uno de descanso entre medias, con 800 gramos de más”, explica Lozano. “Como ahora hay tres días entre pelea y pelea para poder recuperar bien, no hay más problema para mantener el peso”.

La razón del cambio no es únicamente una nueva forma de prepararse, una vida más de deportista de elite, sino también que no se fuerza tanto como antes el buscar una categoría inferior al peso habitual en forma para enfrentarse siempre a rivales más pequeños. “Esas burradas al final queda en la antigüedad, en la historia del boxeo antiguo, como estigma del deporte Las cosas han avanzado mucho. Yo, por ejemplo, trabajo con una nutricionista, una profesional, que me lo lleva”, dice Laura Fuertes, la primera boxeadora española clasificada para unos Juegos Olímpicos, que representa como pocos la nueva épica del boxeo humanizado. “Si pasas ronda te tienes que volver a pesar el día del siguiente combate. Tengo que estar siempre unos gramos por debajo de los 50 kilos”, añade la púgil asturiana, que debuta el domingo 28 en la fase de 32. “Es muy importante, llevar una buena alimentación. Es un deporte muy exigente y subirte al ring lenta o débil por haber tenido que perder mucho peso destrozaría en nada todo el esfuerzo y trabajo de meses de entrenamiento. Para mí, no es duro, sino que lo llevo manteniendo. Es un trabajo más constante que de un día”.

En la Villa Olímpica, la tentación vive en el comedor, lo accesible que está la comida las 24 horas del día. Así lo sufren cinco de los seis boxeadores del equipo español –Junto a Laura Fuertes, Rafa Lozano Jr., 51 kilos; José Quiles, 57; Oier Ibarreche, 63,5 y Emmanuel Reyes, 92--, pues el sexto, el gigante Ayoub Ghadfa, compite en categoría de +92, cuando más grande mejor. “Mentalmente, hay que estar preparado para esto, es nuestro trabajo, es nuestro deporte”, dice Reyes, de la escuela cubana, que llegó a España en 208. “Hay que bajar mucho de peso, sí, pero si lo hacemos con tiempo, como lo hemos hecho todos, creo que vamos en óptimas condiciones, a pesar de que la Villa a nivel comestible es buena, hay que enfocarse en lo que hay que enfocarse: hemos venido a buscar la medalla”.

“¡Y mirar para otro lado cuando pasamos cerca de los dulces!”, termina Fuertes, que, pureza aptónima, honor hace a su apellido.

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