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El VAR convierte los errores en trampas

Un roce accidental de Julián Alvarez provocó una catástrofe y la catástrofe desató la paranoia que el pueblo Atlético no tardó en transformar en disgusto moral

Julián Alvarez en su penalti anulado ante el Real Madrid en Champions.

El fútbol atrasa de muchas maneras. Aquí van dos. Javier Marías nos dejó una gran frase: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. De manera que en un partido hay miles de personas en el estadio y millones en sus casas, convocando a su infancia. Por otra parte, el fútbol contenta nuestra trastienda animal, de manera que convoca también al hombre primitivo que fuimos. Los niños salvajes no son fáciles de persuadir, por eso los grandes partidos...

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El fútbol atrasa de muchas maneras. Aquí van dos. Javier Marías nos dejó una gran frase: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. De manera que en un partido hay miles de personas en el estadio y millones en sus casas, convocando a su infancia. Por otra parte, el fútbol contenta nuestra trastienda animal, de manera que convoca también al hombre primitivo que fuimos. Los niños salvajes no son fáciles de persuadir, por eso los grandes partidos tienen algo de bomba de relojería. Hay que procurar que no estalle dentro del estadio.

El derbi nos dejó casi tres horas de partido que se tragará el olvido. Contribuye a ello el imperio de la táctica puesto al servicio de la prudencia, el Atlético porque es su personalidad futbolística, cuidó los espacios, y el Madrid porque atraviesa una etapa de inseguridad, cuidó el balón. Uno defendía con eficacia, el otro atacaba sin convicción y los dos lograban que ocurrieran pocas cosas. Es verdad que, como dijo el Cholo, el Madrid “lo pasó mal”. También es verdad que el Madrid, una vez más, volvió a caer de pie.

El fútbol es una construcción colectiva que jugadores providenciales hacen saltar por los aires. Si falla la construcción, el equipo no encontrará el orden. Si fallan los jugadores providenciales, no habrá solución a los problemas y el partido se trabará en una burocracia siempre emocionante, pero aburrida. Emocionante, porque un partido entre titanes es el reino de la incertidumbre. Aburrido, porque una jugada se parecerá a la anterior una y otra vez. El Atlético encontró posibilidades para correr varias veces, pero siempre se topó con Courtois. El Madrid encontró espacio útil una sola vez y a Mbappé, en jugada prodigiosa, solo lo pudieron parar en penalti. El peligro que el Atlético se cuidó tanto de proteger, existía. Vinicius no acertó y el juego volvió a entrometer la burocracia en todo intento creativo.

Aun así, el partido interesaba al niño y hasta satisfacía el salvajismo de los sentimientos que, decíamos, subyace en todo aficionado en partidos de esta dimensión. Las intenciones conservadoras de los dos equipos nos llevaron, creo que justamente, a ese combate de ruleta rusa que es la tanda de penaltis. El fútbol reducido a un tiro, nada más simple. Pero por la siempre irritante interferencia del VAR, un roce accidental de Julián Alvarez provocó una catástrofe y la catástrofe desató la paranoia que el pueblo Atlético no tardó en transformar en disgusto moral. Porque lo que entendimos como un error, rápidamente lo convirtieron en trampa. De más está decir que la montaña de datos que nos tragamos desde entonces, nos ha confundido más de lo que nos ha aclarado.

El VAR se vendió como una solución tecnológica que traería justicia y que, de momento, por cada kilo de justicia trajo toneladas de desconcierto y desconfianza. Esta semana una persona razonable me dijo que el VAR había llegado para impedir las “manos de dios” (a estas alturas lo único que me falta es que el VAR anule aquel gol), pero si para justificar semejante introducción tecnológica hace falta remontarse cuarenta años, muy necesario no debía ser el imprescindible VAR. En todo caso, si enmendara conflictos de ese tamaño, ni siquiera a mí me parecería mal. Pero empeñado en solventar problemas milimétricos, el VAR no hace más que liarse en las moderneces reglamentarias. En esta ocasión intervino para convertir un accidente, imperceptible para el ojo humano, en determinante.

Lo cierto es que un acontecimiento gigantesco debiera dejar huellas igual de grandes en la memoria de los aficionados, pero la resolución del partido del año solo dejará una retorcida huella tecnológica. No parece muy proporcional.

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