Nuevo fútbol y mediocridad

Si lo único que importa es ganar, la belleza se convierte en una aspiración ingenua

Iniesta durante un partido ante Italia.Alejandro Ruesga

El Madrid perdió después de mucho tiempo y las consecuencias fueron las de siempre: buscar el culpable antes que las causas. Simplificando: faltó juego. Buena excusa para hablar de la peligrosa tendencia del fútbol industrial de estos días.

El resultado es, para los entrenadores, una cuestión de supervivencia. Y si lo único que importa es ganar, la belleza se conv...

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El Madrid perdió después de mucho tiempo y las consecuencias fueron las de siempre: buscar el culpable antes que las causas. Simplificando: faltó juego. Buena excusa para hablar de la peligrosa tendencia del fútbol industrial de estos días.

El resultado es, para los entrenadores, una cuestión de supervivencia. Y si lo único que importa es ganar, la belleza se convierte en una aspiración ingenua. La percepción nos dice que el método atenúa el riesgo y la creatividad lo acentúa. Por ello, un jugador que vive de su inspiración es un enemigo del control, dueño y señor del nuevo fútbol.

Las tendencias son pacientes, pero aceleran desde los símbolos. Nada expresó mejor el cambio de rumbo que la muerte del diez y Arrigo Sacchi escribió el epitafio: “El media punta es medio jugador”. Primero perdieron su lugar. El eslabón intermedio que era el creativo del equipo pasó a ser segundo delantero, extremo o suplente. Los desalojaron. Después de quitarles el lugar les quitaron la confianza.

En las siguientes generaciones al creativo lo atacó la tendencia desde los primeros pasos. Los chicos diferentes, que no son ni rápidos ni fuertes, se van quedando en el camino porque en el fútbol formativo los entrenadores también quieren ganar y es más fácil hacerlo con un jugador grande que con uno bueno. La supervivencia de los peores, un darwinismo inverso.

Hoy un buen equipo juega a tenerla. Es como si escribiendo me perdiera en frases subordinadas sin encontrar el final. Para terminar la frase hay que concluir. Y en fútbol, para concluir sirve el golpe de vista y la finura técnica para el pase filtrado, la pausa para que aparezca el espacio, la sofisticación del amague, la pared, el regate… Eso, cuando hablamos de equipos que juegan para ganar. A los que juegan a no perder les basta con poner dos líneas de cuatro para hacerle la vida imposible al rival. Lo malo es que también le hacen la vida imposible al aficionado. Porque todas las jugadas son la misma jugada en un ejercicio repetitivo insoportable. No es un problema técnico (todos saben controlar y pasar a la perfección) sino que tiene que ver con la falta de imaginación. Y la imaginación es algo que traen de fábrica los buenos jugadores, nunca un entrenador. Los mediocampistas de moda van y vienen de área a área a toda velocidad porque todos corren que se las pelan, hasta que chocan. Imprevisto fácil de prever porque a tanta velocidad no hay manera de pensar. De modo que al imperio de la táctica hay que agregarle el de la superioridad física. Esto es visible: cada vez jugadores con mejor presencia y más músculo. Un fútbol demasiado sincero cuando el engaño fue siempre el gran sustento de los grandes jugadores. Sin el eslabón creativo da igual la categoría de los delanteros porque no recibirán el alimento de un balón en buenas condiciones.

Los jugadores no están preparados para pensar el partido y tomar decisiones. Ese ámbito sagrado ya le pertenece en exclusiva al entrenador, acompañado de diez colaboradores y toda la tecnología a su alcance para medir el fútbol, desde GPS hasta drones. Pero el entrenador no hace, sino que hace hacer. Y siguiendo con ese ejercicio de delegación, en la puerta espera la IA para redondear la confusión. El fútbol es un juego exageradamente humano. A la IA le resultará fácil mejorar este artículo y su inteligencia estadística podrá imitar a Picasso, pero no podrá hacer física la inteligencia que se necesita para jugar al fútbol. De modo que la tendencia, ya impaciente por la velocidad de los tiempos, amenaza con llevarnos hasta el peor de los destinos: el de la mediocridad.

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