La (mala) prensa y Luis Enrique

El técnico español del PSG recibe críticas de los medios en Francia sobre sus respuestas en las entrevistas, especialmente tras el partido de Champions ante el Arsenal

El entrenador del PSG, Luis Enrique, aplaude a sus aficionados tras el partido de Champions ante el Arsenal este martes.DANIEL HAMBURY (EFE)

Viendo la serie documental sobre Luis Enrique que acaba de estrenar Movistar+ apetece entregar el carné de columnista, o de comentarista, y apuntarse al Frente Internacional de Liberación del Periodismo. Con matices, claro, pues casi todo en esta vida se puede matizar, incluido el descrédito al que a menudo se somete nuestro gremio en pos de un espectáculo que apenas sirve para cargar de razones a los que opinan que los llamados a analizar o comentar cuanto suce...

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Viendo la serie documental sobre Luis Enrique que acaba de estrenar Movistar+ apetece entregar el carné de columnista, o de comentarista, y apuntarse al Frente Internacional de Liberación del Periodismo. Con matices, claro, pues casi todo en esta vida se puede matizar, incluido el descrédito al que a menudo se somete nuestro gremio en pos de un espectáculo que apenas sirve para cargar de razones a los que opinan que los llamados a analizar o comentar cuanto sucede en las grandes competiciones del fútbol profesional no tenemos ni... idea. Así, precisamente, se titula la citada serie por recomendación del propio Lucho: No tenéis ni... idea. Rellene usted, libremente, la línea de puntos.

Tras dos partidos en la Ligue One, algunos de los más afamados comentaristas franceses le dedican al asturiano los titulares más graves que uno pueda asociar al desprecio profesional. Por evitar los entrecomillados, ni destrozarles la impresión del primer visionado, a Luis Enrique vienen a decirle esas primeras mayúsculas que es poco más que un mamarracho, que se cree el inventor del fútbol, que sus decisiones no pueden estar más alejadas del sentido común o que entregarle las riendas del gigante parisino empieza a parecer una boutade típica de Napoleón. Pero ni siquiera del Napoleón francés, el Emperador, sino del Napoleón protagonista de Rebelión en la granja, aquel cerdo al que Orwell convertía en líder caprichoso primero y en despiadado dictador después.

Sobre el carácter de Luis Enrique y su relación con la prensa –como si eso fuese lo realmente importante, como si caer bien a los líderes de opinión y a los pizarristas pesase en la balanza lo mismo que la capacidad de liderazgo o los conocimientos tácticos- ya nos habíamos hecho una idea mucho antes de que el asturiano cruzase la frontera pirenaica y buscase, en París, un nuevo reto acorde a sus galones. A nadie pueden sorprender sus reticencias, pero sí llama la atención esa facilidad con la que incurre en la generalización y tropieza en el trazo grueso que tanto achaca a quienes priorizan el titular carnicero al análisis sosegado, incluso ponderado.

Nada descubrimos al afirmar que su carrera parece reducida a una lucha desigual entre sus méritos y la imagen que los grandes medios de comunicación deciden trasladar al gran público, detalles nimios sobre su persona, sus formas públicas y su manera de relacionarse con el mensajero. De lo primero dan fe los resultados: en el filial del Barça, en el Celta, en el antiguo Barça de mayores (ahora es casi una guardería) y hasta en la Selección, con la que se quedó más de una vez a pocos pasos de la gloria. Y, sin embargo, no es tarea imposible encontrar su nombre asociado a la palabra fracaso, como si no vencer en un deporte donde solo gana uno fuese razón suficiente para enzarzarse en los peores sustantivos.

Hay más de un Luis Enrique dentro de Luis Enrique, que a lo largo del documental se va mostrando como una muñeca rusa hasta terminar en el fondo del entrenador, en el tuétano de la persona. Cualquier consideración errónea termina chocando de frente contra unos hechos que no son discutibles: es uno de los mejores técnicos del mundo y una persona excepcional. Sobre lo primero puede discutirse cuanto haga falta con sosiego y objetividad, nunca desde el rencor y preferiblemente sin inquina. De lo segundo no puede quedarnos ninguna duda a estas alturas salvo que uno se empeñe en reducirlo todo a un caso práctico de mala prensa: la suya y la nuestra.


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