El Madrid nunca muere
El equipo de Ancelotti resiste la carga salvaje del Bayern con la clarividencia de Kroos y el acierto de Vinicius, que aplaza con un doblete a la vuelta la resolución del asalto para alcanzar la final de Wembley
Los Bayern Múnich-Real Madrid no se acaban, quizá solo se aplazan, se alargan, como esta entrega número 27 rumbo a la final de Wembley, que tendrá que decidirse la semana próxima en el Bernabéu después de que el equipo de Ancelotti despachara otra función de resistencia y genio bajo un chaparrón arrollador de los alemanes. Kroos encontró la salida a un laberinto irresoluble y Vinicius anotó un doblete que disolvió el empeño incesante del salvaje plan de Tüchel.
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Los Bayern Múnich-Real Madrid no se acaban, quizá solo se aplazan, se alargan, como esta entrega número 27 rumbo a la final de Wembley, que tendrá que decidirse la semana próxima en el Bernabéu después de que el equipo de Ancelotti despachara otra función de resistencia y genio bajo un chaparrón arrollador de los alemanes. Kroos encontró la salida a un laberinto irresoluble y Vinicius anotó un doblete que disolvió el empeño incesante del salvaje plan de Tüchel.
El Bayern salió como el viejo Bayern, abrasador, y empequeñeció al Madrid, que era como aquel viejo Madrid de los ochenta y noventa, que veía volar alemanes sin fórmula para contrarrestarles. Se abrieron las compuertas del Allianz Arena, en combustión bajo el influjo de Franz Beckenbauer, invocado en el tifo del fondo sur, y la corriente arrolló al equipo de Ancelotti. No había pasado ni un minuto y Sané ya se había colado en el área con la antiquísima ganzúa de tirar una pared. Probó a Lunin y el ucranio sacó el pie izquierdo y espantó el primer intento. Pero la avalancha siguió, y siguió. En los primeros 20 minutos, el portero vio cómo le tiraban otras cinco veces.
El balón era del Bayern, y tanto ellos como el Real vivían como si ambos hubieran convenido en ese principio. Musiala y Kimmich bailaban por la derecha, y Sané y Mazraoui por la izquierda. El oleaje no dejaba de romper contra el malecón que trataba de resguardar a Lunin. El pelotón de Ancelotti se agrupaba apiñado en una estrecha franja de apenas diez metros. Tan juntos, buscaban sellar las grietas por las que se les colaban Musiala, Sané y Kane, que a veces se descolgaba para ejercer de pasador y otras aparecía en el área para rematar.
El Madrid contemplaba el viaje de la pelota como si se hubiera rendido: apretaban a un rival, les esquivaba y lo miraban marchar. Los esfuerzos eran pura melancolía. El equipo de Ancelotti se mecía a la deriva, de sacudida en sacudida. Hasta que emergió Toni Kroos. El genio alemán es el tipo que tiene un paraguas cuando arrecia el chaparrón, el que lleva un mapa y una linterna cuando la noche se cierra en un bosque desconocido. Nadie mantiene tan bajas las pulsaciones en el interior de una caldera en vibración permanente. Agarró el mando y el Madrid empezó a temblar menos. Le duraba más la pelota.
Valverde y Bellingham se conectaron al circuito abierto por el alemán. Kroos desplegó una de sus versiones más expansivas: dirigía las operaciones no solo desde su habitual flanco izquierdo, sino que se asomaba por todo el frente. Trasladaba el balón y repartía indicaciones de hacia dónde debía seguir el tránsito. Hasta que vio algo donde parecía que no había nada, en un lugar desierto a la espalda de la defensa, y se lo indicó Vinicius. Como aquel gol al Barça en el Bernabéu justo antes del confinamiento. Como entonces, el alemán lo vio antes, y el brasileño se lanzó hacia el descubrimiento. Pero ahora resuelve como menos dudas que entonces. Bajo el chaparrón del Bayern, marcó Vinicius. Había sucedido lo que temía Tüchel: el Madrid no está y de repente te encuentras con un gol suyo.
El golpe aplacó algo al Bayern, y sobre todo alivió al Real tras el asfixiante comienzo. Pero Tüchel, que había dispuesto una carga total desde el primer instante, no estaba dispuesto a aflojar. Tras el descanso retiró a Goretzka e introdujo a Guerreiro. La arremetida continuaba.
Kroos encontró otra bocanada en una contra con Vinicius y Belllingham que el alemán terminó con un tiro despejado por Neuer. Ahí se les terminó el oxígeno. El Bayern reactivó las alas, puro veneno con Sané y Musiala, y desató diez minutos de vértigo desconcertante. El primero arremetió por la derecha, regate hacia dentro, tiro y empate. Tres minutos más tarde, Musiala se lanzó por el otro costado, otro drible, y penalti de Lucas Vázquez que transformó Harry Kane.
No se quedaron ahí. Enseguida, el inglés se encontró atravesando el área hacia Lunin. Hasta que se le cruzó Rüdiger, imperial. El Real parecía derretido. Ancelotti intervino retirando a Nacho para colocar a Tchouameni de central y meter a Camavinga en el centro. Y quitó a Kroos y a Bellingham para introducir a Modric y Brahim. El Real volvió a dar señales de vida. El encuentro era algo más que un monólogo salvaje del Bayern, que seguía empujando.
Pero el Madrid, incluso cuando parece más desfondado, guarda una daga en el dobladillo. Vinicius, que se conduce cada vez con más aplomo en las zonas que antes pisaba Benzema, detuvo el tiempo y encontró a Rodrygo en el centro del área. El 11 se giró, Kim lo derribó y se oyó el silbato. Vinicius engañó a Neuer y al desarrollo del encuentro y se convirtió en el tercer jugador de la historia del Madrid en marcar un doblete al Bayern en Múnich. Y alargó el clásico hasta el Bernabéu.
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