El Metropolitano no se asalta: el Atlético resiste y elimina al Madrid
Los rojiblancos, que llevan un año invictos en casa, superan a los de Ancelotti en otro derbi de intenso tiroteo alargado hasta la prórroga en la que se impusieron con un golazo de Griezmann para alcanzar los cuartos de la Copa
Un derbi con KO es un duelo de enemigos íntimos, una trifulca fraternal estirada, desde que está Simeone, siempre al extremo, que es la prórroga. Y esta vez se la llevó el Atlético, una semana después de ver cómo se le escapaba otro combate de la Supercopa en Riad. Aquella noche también empezó por delante, también vio cómo el Madrid braceaba para alcanzarlo, también se vio cercado. Pero en casa, donde no pierde desde hace más de un año, aguantó y encontró incluso el aliento para un úl...
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Un derbi con KO es un duelo de enemigos íntimos, una trifulca fraternal estirada, desde que está Simeone, siempre al extremo, que es la prórroga. Y esta vez se la llevó el Atlético, una semana después de ver cómo se le escapaba otro combate de la Supercopa en Riad. Aquella noche también empezó por delante, también vio cómo el Madrid braceaba para alcanzarlo, también se vio cercado. Pero en casa, donde no pierde desde hace más de un año, aguantó y encontró incluso el aliento para un último golpe. Fue una acción rara, en el tiempo extra, con la noche ya desbocada. A Vini se le escapó una pelota que se llevó Griezmann. El brasileño se lanzó a perseguirle. Hasta el área. Y allí el francés encontró un resquicio para empezar a ahogar la eliminatoria y llevar al equipo a cuartos.
El derbi de Copa dejó otra entrega de la rivalidad, intensa y desbordada, pasional y entretenida. Aunque la tensión acumulada desde el tiroteo del 5-3 en Arabia tardó en liberarse. La noche empezó con cierta distancia, como aplazando el cuerpo a cuerpo anunciado. Solo sentían el aliento en cada toque, perseguido en cada lance. Olía a peligro. La primera vez que Modric encontró a Bellingham en el área, se sacó un caño a Witsel y un tiro al larguero.
Más allá de la atención al inglés, y los pitidos a Vinicius, el Madrid tocaba con cierta holgura. Salía sin apuros, salvo algún atasco de Lunin que molestó a Ancelotti. Incluso llegaba al área, como el pase que dejó a Rodrygo solo ante Oblak, que rechazó el tiro a bocajarro y el intento siguiente de Vini. El Atlético tardó en avanzar. Algunos robos dejaban a Koke o Saúl girando sobre sí mismos, sin encontrar carreras por delante a las que apuntar. Y cuando conseguía acampar en la mitad contraria, se volvía vulnerable a las carreras a los espacios que dejaba a la espalda. El Madrid robaba y dirigía la mirilla hacia la izquierda, por donde corrían Bellingham y Vinicius, que no tenía muchas dificultades en superar a Witsel. La zancada del inglés resulta una amenaza temible. En uno de los intentos, Koke se le colgó un poco, pero el madridista se desembarazó de él y siguió la marcha.
El Atlético dispuso también de un par de avisos tímidos que murieron en las manos de Lunin. Nada con demasiado picante, una amenaza difusa, como mucho. Tono bajo, casi cortés. Hasta que De Paul colgó una pelota hacia un lugar inconcreto de la frontal. El partido comenzó a emborronarse con el jaleo de la propia jugada. El centro tocó accidentalmente en Griezmann, lo que dificultó el despeje de Rüdiger. El balón le cayó a Lino, y Lino batió a Lunin.
Aquello sí abrió la espita de la caldera de las tensiones pendientes. Compareció la agitación, en un tramo de empujones, con Lino por los suelos, Bellingham levantándolo, el brasileño dejándose caer de nuevo, y una amarilla para Vinicius, agitadísimo, al borde incluso de la expulsión.
En ese barro, con los recogepelotas trabando el partido con balones extra, el Madrid encontró el empate. No a través del juego, que le había estado acercando a Oblak, sino por un error del propio meta. Otro enredo parecido al gol que encajó Kepa en Riad. Modric sacó una falta, el esloveno trató de darle un puñetazo entre varios compañeros y terminó metiendo la pelota en su portería. Era la noche de los borrones. El Atlético volvió a adelantarse en otro. Un pase al área rebotó en Camavinga, el despeje de Lunin rebotó en Rüdiger y Morata pescó en el barullo.
El desorden dio goles y dejó un duelo deslavazado, con caídas, interrupciones, quejas. El Atlético, con ventaja, vivía más cómodo en ese juego fragmentario al que Griezmann añadía un orden raro y dañino. Entonces Ancelotti introdujo al cartesiano Kroos por Modric y al agitador Brahim por Mendy. Simeone se giró para intentar levantar a la grada. También trataba de enfriar a los suyos. Se habían abierto las compuertas de la noche, que les puso delante la tentación de buscar más. Y lo tuvieron muy cerca: Lunin sacó un mano a mano a Morata. Pero la tentación esconde siempre un riesgo, que entreveía el Cholo.
En la siguiente, Vinicius encontró a Bellingham en el área y el inglés, en el segundo palo a Joselu, recién salido, que empató de cabeza. Para llevar la eliminatoria adonde caen ya siempre estos derbis: a la prórroga. Y allí, esta vez sí, sobrevivió el Atlético, firme, corajudo e impulsado por el genio de Griezmann.
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