Cuando los nazis utilizaron el fútbol como arma de manipulación masiva
Los grandes eventos deportivos, como los Juegos Olímpicos de 1936, sirvieron al Reich como altavoces del nacionalsocialismo, según muestra una exposición en el recinto del Estadio Olímpico de Berlín
Hitler elogiaba las virtudes del deporte, especialmente su efecto entre los jóvenes. “¡Qué cuerpos tan maravillosos pueden verse hoy!”, comentó en una ocasión, tras contemplar la foto de una nadadora. Pero en cuanto al ejercicio físico, no se puede decir que predicara con el ejemplo. “Rehusaba practicar ningún deporte”, escribe en sus Memorias Albert Speer, el arquitecto favorito del Führer, confidente y ministro de Armamento del Reich: “Tampoco mencionó nunca haberlo hecho en su juventud”.
A los nazis, sin embargo, lo que les interesaba del deporte era su capacidad como a...
Hitler elogiaba las virtudes del deporte, especialmente su efecto entre los jóvenes. “¡Qué cuerpos tan maravillosos pueden verse hoy!”, comentó en una ocasión, tras contemplar la foto de una nadadora. Pero en cuanto al ejercicio físico, no se puede decir que predicara con el ejemplo. “Rehusaba practicar ningún deporte”, escribe en sus Memorias Albert Speer, el arquitecto favorito del Führer, confidente y ministro de Armamento del Reich: “Tampoco mencionó nunca haberlo hecho en su juventud”.
A los nazis, sin embargo, lo que les interesaba del deporte era su capacidad como arma de manipulación masiva. Los grandes acontecimientos deportivos, como los partidos de fútbol, escenario de pasiones arrebatadas, eran la ocasión idónea para inocular la ideología fascista entre las multitudes. Da buena muestra de ello la exposición Sport. Masse. Macht. Fußball im Nationalsozialismus (Deporte. Masas. Poder. El fútbol durante el nacionalsocialismo), que se exhibe en el Museo del Deporte de Berlín, en un edificio construido por los nazis dentro del complejo olímpico cuyo estadio acogerá la final de la Eurocopa en un momento en que el ascenso de la extrema derecha —AfD fue la segunda fuerza más votada en las europeas del pasado día 9—, preocupa en el continente.
“El fútbol ya era un deporte de masas en los años 20. Cada fin de semana miles de personas de distintas edades y clases sociales se juntaban en los estadios para ver partidos. Para los nazis esos espectáculos de masas eran una forma ideal de buscar el apoyo de una mayoría que todavía no tenían”, explica Julian Rieck, historiador y comisario de la muestra. “En el fútbol específicamente se creaba una atmósfera en el público de unidad que permitía practicar en masa gestos y rituales como el saludo nazi”, añade.
La exposición muestra cómo se utilizó el deporte para crear una identidad común y como herramienta de propaganda en el extranjero. A partir de abundante documentación, fotografías históricas y recortes de periódico, la muestra recorre el destino de decenas de clubes judíos de fútbol durante el ascenso del nacionalsocialismo y revela un aspecto poco conocido de los campos de concentración nazis: cómo también allí se jugó al fútbol. Y cómo algunos de sus prisioneros salvaron la vida gracias a eso.
La increíble historia del burgalés Saturnino Navazo destaca entre los muchos ejemplos de vidas de deportistas truncadas por el nazismo. Navazo había sido jugador de segunda división antes de alistarse en el ejército republicano durante la guerra civil española. En 1939 escapó por los Pirineos a Francia, donde quedó internado en el campo de Argelès-sur-Mer hasta que el Gobierno francés decidió enviar a los republicanos españoles a trabajar para la industria armamentística nazi.
En Mauthausen acabó siendo el capitán del equipo de fútbol español y probablemente gracias a eso se salvó a sí mismo y a un huérfano judío de 8 años, Siegfried Meir, al que hizo pasar por hijo suyo cuando el campo fue liberado. “Biografías como la de un español que llega a un campo de concentración alemán y salva a un niño judío de Frankfurt evidencian que el nazismo nació en Alemania pero afectó a toda Europa. Con la exposición queremos conectar esas historias y enseñar al público que viene a la Eurocopa que esta al final es una historia europea”, asegura Rieck.
Uno de los casos notorios de la propaganda a través del deporte es el choque entre las selecciones de fútbol de Inglaterra y Alemania celebrado el 4 de diciembre de 1935 en Londres, precisamente en White Hart Lane, el estadio del Tottenham Hotspur, equipo con una notable afición judía. Para aquella ocasión, el Gobierno nazi organizó el desplazamiento de 10.000 fans que desplegarían el saludo nazi durante el encuentro.
El periódico londinense Jewish Chronicle analizó así la intención del evento: “Hay pocas dudas de que el propósito ulterior es presentar al mundo el espectáculo de una confraternización anglo-nazi, para silenciar las protestas contra la tiranía nazi […] y para dar la impresión de que este país se ha reconciliado con el nazismo y todo lo que eso implica”. En cuanto se conoció la convocatoria, el partido desató una oleada de protestas de grupos antifascistas. Se organizaron concentraciones y se difundieron carteles llamando a suspender el evento. Uno puede verse en la muestra: “Propaganda para la guerra, propaganda para el odio racial y el salvajismo es el propósito que Hitler ve cumplido con esta propuesta visita”.
Pero el mayor acontecimiento de politización nazi a través del deporte fue la organización de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, para los que se construyó el recinto que hoy alberga la exposición. “El festival deportivo se convirtió en un espectáculo de propaganda”, señala el comisario. El régimen pudo ocultar así las restricciones a la libertad de prensa, la persecución de judíos y gitanos y la construcción del campo de concentración de Sachsenhausen, a pocos kilómetros del estadio, que pasaron desapercibidos para muchos alemanes y visitantes.
Intelectuales destacados e independientes ya alertaron entonces de la manipulación ideológica. “Los Juegos Olímpicos me parecen odiosos porque no son una cuestión de deporte, sino que son una empresa completamente política”, escribió por ejemplo el notable filólogo Victor Klemperer, autor de La lengua del Tercer Reich, un influyente análisis sobre la perversión del lenguaje bajo el régimen nazi.
El Reich encargó a la mejor cineasta del régimen, Leni Riefenstahl, que rodara la película de los Juegos, el documental Olympia (1938), cuyo fin era exaltar las supuestas virtudes atléticas de la raza aria. Sin embargo, un joven prodigio negro surgido del sur profundo de Estados Unidos hizo añicos el sueño de la supremacía atlética aria: Jesse Owens, de 22 años, ganó cuatro medallas de oro en las pruebas de 100 y 200 metros, relevos en 400 metros y salto de longitud, y obtuvo dos récords olímpicos.
Los nazis, con todo, no se dieron por vencidos y en su comunidad nacional (Volksgemeinschaft) solo había sitio para la pureza aria. La arianización del deporte, igual que en el resto de la sociedad, llevó primero a la exclusión y luego a la detención de judíos y gitanos. En 1938 se prohibió por ley a los judíos participar en actividades deportivas. Con la invasión de Polonia por el Tercer Reich y el avance de la Segunda Guerra Mundial, los nazis destruyeron clubs de fútbol judíos en toda la Europa ocupada. La muestra exhibe reproducciones de las camisetas de 11 clubs destruidos por los nazis y permite leer ejemplos de los llamados párrafos arios, textos añadidos a los estatutos de los clubs que vetaban a socios “no arios”.
Durante la guerra, los atletas también vivieron historias de heroísmo y de miseria, que la exposición rescata brevemente. Como la de Otto Harder (1892-1956), bicampeón de la liga alemana con el Hamburgo e internacional con la selección alemana, reconvertido en comandante de un campo de concentración donde murieron cientos de personas. Los visitantes también pueden ver y escuchar a cinco atletas actuales presentar en vídeo las biografías de otros tantos deportistas de élite (Lili Henoch, Heinz Kerz, Béla Guttmann, Eddy Hamel y Julius Hirsch) cuyas carreras y vidas fueron destrozadas por los nazis. Sus historias representan a millones de víctimas en toda Europa.
La exposición sigue también la relación entre política y deporte durante la Alemania dividida y tras la reunificación, hasta llegar a la actualidad, cuando aporta un dato esclarecedor: casi el 20% de los siete millones de miembros de la Federación Alemana de Fútbol (Deutscher Fußball-Bund, DFB) son inmigrantes o hijos de inmigrantes; un dato que muestra una Alemania integradora y multicultural a través del deporte.
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