Groves al cuadrado en la Vuelta a España

El corredor del Alpecin, en una jornada sin ataques entre los favoritos, le arrebata la cuarta victoria a Van Aert en el ‘sprint’ final

Groves celebra la victoria de la etapa en el podio.Javier Lizon (EFE)

Mano a mano. Tú o yo. El que sea más rápido. En una Vuelta donde los triunfos al sprint brillan por su ausencia, Kaden Groves y Wout Van Aert, los dos cohetes del pelotón, se volvieron a encontrar en el Viejo Oeste en un duelo de pistoleros. Catapultado por sus compañeros del Alpecin, Groves atacó primero, atrápame si puedes, que diría Leonardo DiCaprio a Tom Hanks. Y bien que lo hizo Van Aert, que se prometió cinco laureles en esta Vuelta y que por ahora cuenta con tres. Pero el australiano, todo pundonor él, echó el resto, pedaladas de tropecientos vatios y algo más de ácido láctico, lo suficiente para meter media rueda y resolver la etapa al fotofinish. “¡Yes, yes!”, festejaba con rabia Groves al tiempo que el belga se marchaba cabizbajo, pues no pudo culminar el genial trabajo del Visma durante toda la etapa, al fin un ejercicio de autoridad por un equipo en la Vuelta.

Aunque en algunos ciclistas el cansancio ya hace mella en la cara y, sobre todo, en las piernas –puede que incluso también en la cabeza a unos cuantos del Kern Pharma porque cerca de su hotel de Ponferrada hubo una verbena-, la caravana de la Vuelta no pierde la animosidad ni la sonrisa, tampoco los organizadores, patrocinadores ni staffs de los equipos. Una comunión que humaniza, que acerca el deporte. “Te cambio mi bici por esta”, bromeó un aficionado a un director del Jayco de buena mañana por el parking de autocares de Villafranca del Bierzo. “No hombre, mejor te la cambiamos por dos de las nuestras”, respondió con alegría. Pero esa dicha no se puede comparar con la que sienten, orgullosos, ancho pecho, los lugareños cuando el pelotón cruza por su pueblo. Aunque jarree como este sábado, lluvia irritante para todos. Así, por las sinuosas carreteras de la cuenca del Sil, también a la vera del Cañón de Primout, frondoso verde de árboles imponentes, de naturaleza luminosa, de embalses que regalan rincones idílicos, las coquetas aldeas cobraban vida por un día, todos los habitantes en las calles, felices por la jarana, por saludar a los coches de la caravana de la Vuelta y por aplaudir a los corredores. A los primeros, claro, a los escapados, como ya es costumbre en esta Vuelta.

Sucedió que el Visma, actor secundario en la competición porque solo pelea por etapas, desdibujado el líder Kuss de manera grotesca, decidió que no era un día para la aventura sino para el sprint, por más que les aguardara el Puerto de Leitariegos -22,7 kilómetros con una pendiente media del 4,5% y tramos del 7%-. Una subida larga pero hasta cierto punto amable que, de cubrirla apiñados, se resolvería después entre los más veloces. Y de eso, al menos en este certamen, no hay nadie mejor que Van Aert. Acaso Groves.

Había prisa, ciclismo a toda mecha, 48 km/h de media, la ley del Visma. Por lo que cuando la carretera se empinó, los seis escapados -que se quedaron en tres y luego en dos y, por último, solo el ecuatoriano Narváez- no pudieron abrir mucho hueco, absorbidos al final a 20 kilómetros de meta, la ley amarilla. Comenzaba la etapa y equipos como el Lidl-Trek tiraban para tratar de descontar a algún sprinter sin éxito. Aunque primero, claro, en lo alto del puerto, Van Aert demarró lo justo para llevarse los puntos de montaña, para perseguir el doble maillot -cuenta también, claro, con el de la regularidad-, cosa que solo tres corredores han logrado en una misma edición de la Vuelta: Rominger (1993), Jalabert (1995) y Chava Jiménez (2001).

Antes de la batalla final, sin embargo, Roglic se llevó un susto morrocotudo, pues sufrió un pinchazo y debió cambiar la bici con su compañero Daniel Felipe Martínez. Solucionado el infortunio, bajada y pista para los sprinters, velocidad endiablada. Codos para coger la posición, lanzadores estregados a sus Bolts particulares. Comenzó el DSM a la velocidad de la luz, pasarela para Bittner. Pero después fue Alpecin que actuó de trampolín para Groves. Y el australiano bien que lo aprovechó, garra, fuego, triunfo sobre el coco Van Aert.

Llega la pesadilla del Cuitu Negru

Ha ganado, pero no puede articular palabra alguna, desesperado por encontrar algo de oxígeno, por recomponerse tras un esfuerzo inhumano. El italiano Darío Cataldo sonríe, perlada la frente de sudor, consciente de que en los últimos tres kilómetros, esos en los que echaron alquitrán para hacerlos transitables, pues es la ascensión a la parte más alta de la estación de esquí de Valgrande, su velocidad no pasó de los 9 km/h. Pedaladas tan cerca y tan lejos de la meta. Una odisea. A su lado, poco después, el eritreo Teklehaimanot no puede reprimir el vómito. Es el castigo inmediato, es 2012, la primera y única vez que se cubrió el Cuitu Negru, el temido risco asturiano. Este domingo será la segunda ocasión, montaña que puede marcar las diferencias en la Vuelta.

Son 18,9 km con una media del 7,4% de pendiente, aunque tiene unas rampas del 24%, donde los tramos postreros son de difícil digestión. “Hay un par de kilómetros que son casi imposibles”, explica ahora Cataldo para Tuttobicitech.it; “fue una subida sin precedentes. Después de la meta, estaba exhausto y me sentía débil. Un sentimiento muy malo”. A este infierno se enfrentará el pelotón, etapa de cuatro puertos con el Cuitu Negru de fondo. Lo teme O’Connor, que podría perder su maillot rojo, y se frotan las manos los escaladores, Roglic en cabeza, Mas, Carapaz y Landa a rebufo, en su intentona por arrebatarle el cetro o atornillarse en el podio.

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