En la Vuelta, el sprint es cosa de Kaden Groves
El australiano de Alpecin, que ya venció en tres etapas en el pasado certamen, se impone en Ourém gracias a su velocidad punta. Van Aert, nuevo ‘maillot’ rojo.
Después de una contrarreloj donde solo Roglic levantó la mano entre los aspirantes al cetro final, el pelotón se reunió en la segunda etapa de la Vuelta, de Cascais a Ourém, kilómetros sin apenas montículos -Alto do Lagoa de inicio y Alto do Batalha superado el ecuador-, siempre bella Portugal, trufada de verde e iglesias, bañada por el Atlántico que colorea al Algarve, paso por la localidad del legendario Joaquim Agostinho (el mejor ciclista portugués de la historia) y final en un ligero repecho por el que se relamían los sprinters, toda vez que serán pocas las ocasiones en las que los golpes de riñón a la velocidad hipersónica valdrán el laurel. Candidatos, por eso de que la Vuelta es más que escarpada, no había demasiados, acaso un puñado. Ganador, australiano él, solo uno: Kaden Groves (Alpecin). Brazos arriba, un par de aplausos tras cruzar la bandera a cuadros, sonrisa y orgullo, victoria del favorito, trabajo hecho.
Los directores de equipo tenían claro que la etapa se resolvería al sprint, que la fuga podría darse pero no licenciarse, pues el viento golpeaba de cara durante todo el trazado al punto de que los ciclistas acabaron media hora más tarde de lo previsto. Así, por mucho que la meta estuviera cerca de Fátima, no habría milagro que valiera, tampoco pelotón que lo permitiera, ya que cada equipo se preocuparía de lanzar a sus hombres bala en la pugna por la gloria. Caso del Visma con Van Aert y, sobre todo, del Alpecin, que cuenta con Groves, vencedor en tres etapas de la Vuelta anterior (cinco en total con la de este domingo), puro musculo y velocidad, potencia y fuego en sus pedaladas, maestro en enseñar la matrícula.
“Espero un sprint al final y con un pelotón completo. Pero creo que sigo siendo el favorito”, reflexionó el ciclista desde Cascais con su aura de estrella, con la determinación del que se sabe el mejor. Discurso, sin embargo, que no compartía del todo el belga Van Aert, que desde que aterrizó en Portugal sus mensajes son diáfanos, toda vez que iba como loco por ponerse el maillot rojo, ya que tiene piernas para la contrarreloj -quedó tercero en la apertura de la Vuelta-, para el sprint y, de paso, para la montaña, todoterreno como pocos. Su idea, claro, también pasaba por coger galones antes de que se empine la carretera, pues si llega como líder no trabajará para Kuss sino para su gloria. “Le tengo ganas a la etapa, podemos esperar algo de colaboración de Alpecin para llegar al sprint y tengo confianza en mi equipo y su fortaleza”, expuso Van Aert desde el parking de los autocares antes de empezar a rodar. No falló Van Aert. Ni en la predicción ni en su liderato.
La teoría de Van Aert cogió color y forma, pues Gesink (Visma) y Vergallito (Alpecin) tiraron con denuedo para privar la ilusión de Luis Ángel Maté (Euskaltel) e Ibon Ruiz (Kern Pharma), que se escaparon cuando se levantó el telón de la etapa, que llegaron a disfrutar casi de cinco minutos de ventaja, que les abofeteó la realidad a falta de 52 kilómetros para la meta, cuando el pelotón les absorbió y explicó que a partir de ese momento sería una carrera nerviosa, preocupados todos en coger las posiciones para lanzar a los sprinters. Una lucha que se acentuó con los últimos 10 kilómetros, cuando ya se rodó a 60 km/h.
Ya nadie miraba hacia atrás, todos con la idea de progresar en el pelotón, de colocarse en buena posición, de coger el rebufo y el trampolín que valiera para, al menos, disputar el sprint. Se lamentaba Alpecin, que trabajó como ninguno pero se discutió con la fortuna, pues Vergallito se quedó cortado con una caída al tiempo que Ballerstedt y Planckaert sufrieron pinchazos que les desconectaron del pelotón. Se sorprendía Van Aert, que no encontraba compinches a su alrededor. Y se dolían otros, como Tarling y Narváez (Ineos), y Campenaerts, que se dieron un topetazo con el suelo y la cuneta. Pero eso ya le pillaba lejos a los sprinters. Al que más a Groves, que tanto le dio carecer de aliados, que se buscó su camino, que aprovechó los espacios, que se ganó el suyo, que arrancó después de Van Aert y de Strong (Israel-Premier Tech), Bolt sobre la bici, que llegó el primero. Como casi siempre en la Vuelta.
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