El fado sobre ruedas por Joaquim Agostinho
La Vuelta hace un guiño al mejor ciclista portugués de la historia al pasar en la segunda jornada por Torre Vedras, su tierra natal
Todos quisieron darle un último adiós. Entre ellos, colocados en primera fila, afligidos y en reconocimiento a su esforzada y demoledora pedalada, su excompañero Luis Ocaña, al que aupó en 1973 a ganar la Vuelta con el maillot del Bic, y su rival e icono universal del ciclismo Eddy Merckx. Aunque se codeó con todos, con los mejores, también con Hinault y Poulidor. Así, no faltó por la capilla ardiente de la basílica de La Estrella de Lisboa el primer ministro luso, Mario Soares, ni el presidente de la República, el general Antonio Ramalho Eanes; tampoco miles de personas que llegaron a provocar dos kilómetros de cola con tal de poder despedirle, pues el entierro, ya un acto más recogido, fue en Brejenjas, su pueblo natal. Joaquim Agostinho (Torre Vedras, Portugal; 1943-1984) se lo había ganado sobre una bicicleta a pesar de su trágico final. Un fado sobre ruedas del que ahora participa la Vuelta, que en la segunda etapa atravesará la localidad del mejor ciclista portugués de la historia. “No es casualidad que pasemos por allí. Es un guiño al ciclista”, resuelve Javier Guillén, director del certamen.
“En Portugal no había ciclistas profesionales y era el referente de la época, que además alargó mucho su carrera, quizá porque quería acabar corriendo en su país ya que siempre lo hizo fuera”, cuenta el exciclista Pedro Delgado. Así, Agostinho contaba con 41 años y ya estaba de retirada, pero su competitividad seguía intacta, pues se reenganchó al ciclismo en Portugal y planeaba incluso fichar por el Skil para correr el Tour de Francia por decimocuarta vez para igualar el récord de Joop Zoetemelk. No pudo ser. En abril de 1984, en la contrarreloj de la Vuelta al Algarve, quinta etapa en la que defendía su liderato, un perro se le cruzó por el camino cuando apenas le quedaban 300 metros para la meta. Se dio de bruces con el suelo y eso le provocó un traumatismo craneoencefálico, el tercero de su carrera –la primera ocasión fue en el debut de la Vuelta, camino de Tarragona (1972); la segunda en 1979-, el definitivo. Aunque se levantó y con la ayuda de dos compañeros terminó la etapa, un cúmulo de fatalidades acabó con su vida. No llevaba casco; pasó dos horas en el hotel para descansar, pero los dolores no remitían y fue al hospital, que no tenía servicio de neurocirugía; debió recorrer en ambulancia 300 kilómetros hasta Lisboa; y, en el último momento, la dirección del Spórting decidió no confiar su campeón a un hospital público. La operación llegó tarde y se sucedieron otras nueve. Pero nada se pudo hacer, pues el 10 de mayo, Agostinho se bajó de la bici para subir al cielo.
Criado en una humilde familia de campesinos, trabajador del campo – “la bicicleta es mi arado”, diría con los años-, Agostinho cumplió con el servicio militar en Mozambique, destinado al frente en la guerra de la independencia de la colonia africana. Sufrió la malaria, vio cómo perecían muchos compañeros y se salvó de la explosión de una mina de chiripa. Pero también corrió sus primeras carreras entre militares y, cuando regresó, compitió por primera vez con la bici de una amiga de su hermana, ganador a la postre. Chaparro pero fornido, su capacidad aeróbica y potencia no tenían parangón, al punto que con el tiempo la prensa internacional lo bautizó como Hulk. Los ojeadores le invitaron a participar en el Campeonato de Portugal -venció seis veces seguidas tanto la crono como en ruta- y de ahí a la Vuelta de São Paulo, donde también se puso el laurel. Con 25 años, fichó por un equipo profesional -Spórting-, y comenzó una carrera de éxito, segundo en la Vuelta de 1974, tercero en el Tour de 1978 y 1979. “Coincidí con él en mi primer tour. Chapurreaba el español, pero era poco hablador, y menos con uno que empezaba en esto. Era un personaje por su pasado, pero como corredor era un todoterreno que funcionaba en llano, montaña, un gran gregario que miraba por los demás. Recuerdo, además, que era muy robusto y que para los abanicos siempre encontrabas protección en él”, explica Delgado.
Aunque quizá su triunfo más recordado fue en el Tour, 12 días más tarde de su segundo traumatismo craneoencefálico, jornada en la que se cubría la Madeleine, el Galibier y el Alpe d’Huez, etapa reina en la que se impuso con más de tres minutos de ventaja sobre Joop y Bernard. Por eso en la decimocuarta curva del Alpe d’Huez [de las 21 que hay] se alza un busto en bronce de tres metros en su honor. Una muestra de afecto póstumo de las muchas que recibió, ya que el GP de Torres Vedras pasó a ser Trofeo Joaquim Agostinho -una de las pruebas más importantes de Portugal-, varias calles del país están a su nombre, un museo en su localidad alrededor del ciclismo… “Marcó la historia del ciclismo en nuestro país y es un orgullo para los portugueses, es un peso pesado, el más importante, el mejor”, explica Rui Costa, corredor del EF, desde el hotel Sana Metropolitan de Lisboa. “Desde que empecé con la bici, siempre he escuchado historias sobre él y los resultados que consiguió”, añade el corredor, uno de los 12 ciclistas lusos con victorias de etapa en las grandes vueltas, tres en el Tour y una en la Vuelta en su caso. Ninguno, en cualquier caso, más que Acacio da Silva, ocho a finales de la década los 80. Pero nadie le discute el galardón de mejor ciclista portugués a Joaquim, único en un gran podio. De ahí el fado de Agostinho de la Vuelta.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.