Roglic juega con Evenepoel al gato y al ratón en la Vuelta a España
Nueva exhibición del Jumbo, que en el Xorret de Catí consigue la victoria de etapa con el esloveno junto con el ya maillot rojo y su mejor gregario Sepp Kuss
Sepp Kuss es un mundo comprimido en un kilómetro ascendiendo hacia el Xorret de Catí. Carretera agreste, asfalto áspero, retorcida como los troncos tortuosos de los pinos carrascos que, tarde de nubes, regalan su sombra a nadie. No la necesita el ciclista de Colorado cuando comienza ...
Sepp Kuss es un mundo comprimido en un kilómetro ascendiendo hacia el Xorret de Catí. Carretera agreste, asfalto áspero, retorcida como los troncos tortuosos de los pinos carrascos que, tarde de nubes, regalan su sombra a nadie. No la necesita el ciclista de Colorado cuando comienza un trabajo de gregario programado que dará la etapa a su compañero Primoz Roglic y a él le premiará con el maillot rojo de líder.
Tal es el poder de su Jumbo, que juega con todos, y no todos se ríen con ellos, tan joviales; tal es el valor de Kuss, que disfruta de la naturaleza cuando pedalea y respira agitado, y convierte en poesía una faena que sus compañeros en el equipo superior –antes que él, por las sierras y peñascos de Alicante, por la interminable y pesada Carrasqueta, Van Baarle, Gesink, Kelderman, Tratnik y Attila Valter, kilómetros y kilómetros tras una fuga esperanzada un minuto; desolada, unas horas- llevan a cabo como robots programados mirándose obsesivamente la placa base que regula su comportamiento. Esto es, la pantalla del ordenador que les cuenta los vatios, y solo parecen humanos cuando, de vez en cuando, se quitan las gafas un segundo y se secan el sudor de la frente que les pica en los ojos. Y en la fuga, a los robots sin alma no les aprecian. Lo dice el más viejo de los fugados, que son más de 30, el portugués Rui Costa, campeón del mundo hace 10 años, inteligente y sabio en las escapadas, que estalla en la meta: “Cuánta exhibición del Jumbo, demasiada, qué falta de consideración, no dejan llegar las fugas. No veo bien que quieran ganarlo todo, que no dejen nada a los demás…”.
No entiende Rui Costa, o quizás lo entiende demasiado bien, que Primoz Roglic, tan fuerte se siente, con tanta alegría responden sus piernas a sus caprichos, ha decidido al salir no solo que quiere ganar la etapa (que le apetece sumar su 11ª victoria en las cinco Vueltas que ha corrido, y tres que ha ganado, y que todos los años ha vencido al menos una), sino que, igual que Antonio Tiberi, un italiano en la fuga, se divirtió matando un gato de un perdigonazo en las calles de San Marino, él se divierte, y mucho más, sadismo de campeón, haciendo sufrir a Remco Evenepoel, el rival que más le motiva, al que más le place torturarle. Darle cuerda y machacarle. El juego del gato y el ratón con el que tan bien se lo pasó en la Volta a Catalunya y en el Giro, hasta el abandono por covid del belga de rosa, y que repite en Xorret de Catí, y lo hace espléndidamente gracias a Kuss.
El periodista holandés Thijs Zonneveld expresa como nadie lo que es Kuss, a quien le gusta ganar también para beber en el podio el cava que otros derrochan en espuma festiva, y a él, confiesa, tanta burbuja le emborracha un poco. “Es la palanca de terciopelo del Jumbo para reventar las etapas, el comodín de Jonas Vingegaard y Roglic, no es un gallo estresado, no quiere sufrir pensando en una clasificación general, es una golondrina que revolotea”, escribe del ciclista norteamericano que cuando queda poco más de un kilómetro de ascensión, y Lenny Martínez, valeroso en el maillot rojo que va a perder, ya se ha despegado de su rueda, trepa desde la espalda de Remco Evenepoel, el belga orgulloso, maillot nacional en la espalda, que se empeña en ir el primero, y se aleja. Logra Kuss una ventaja mínima, 20 metros, no más, no menos, que controla, que mide volviendo la mirada de vez en cuando y observando a Evenepoel, que es el objetivo. Y detrás del belga que se desgasta, Roglic espera. Cumplida su faena, Kuss se deja alcanzar y, libre, pedalea detrás, tranquilo. Evenepoel se tensa y no cede la cabeza. Roglic, paciente, solo se levanta del sillín en los últimos metros. Acelera fuerte y gana. Y se ríe. “¿Qué cuántos líderes tiene el Jumbo? Somos tres, ¿no? Y a lo mejor alguno más, jajajaja…”.
Ríe por la victoria, por la superioridad de su equipo, sus festivales, que, sin embargo, no hunden moralmente a la concurrencia. Detrás de Kuss y de cuatro más que mantienen la ventaja adquirida en Javalambre, los cinco mejores de la Vuelta –Evenepoel, Roglic, Vingegaard, Mas y Ayuso- se agrupan separados por 21s. Todos se declaran felices. También Evenepoel, que se mantiene delante pese a tanto juego. “Estoy orgulloso. No estoy tan bien físicamente y no han logrado adelantarme más que en el sprint. Y están derrochando mucho. La Vuelta solo lleva una semana…”, dice para negarle al esloveno el placer del año infligido. “Y podría haber ganado la etapa, pero pensé que ya había entrado otro corredor y no disputé el sprint a Roglic...”.
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