Doble salto mortal del Mundial de gimnasia, que quiebra la geopolítica del deporte: no a Israel, sí a Rusia
La victoria de la rusa Mélnikova, candidata política del partido de Putin y miembro del CSKA, y el veto a los israelíes reflejan las contradicciones del COI
Los gimnastas vuelan y despiertan admiración sus movimientos, hijos de años y años de horas y horas de trabajo y repeticiones que les elevan sobre la miseria cotidiana. Sobre ellos, los dirigentes deportivos ejecutan peligrosos saltos mortales hacia el abismo.
Tras cuatro años de ostracismo,...
Los gimnastas vuelan y despiertan admiración sus movimientos, hijos de años y años de horas y horas de trabajo y repeticiones que les elevan sobre la miseria cotidiana. Sobre ellos, los dirigentes deportivos ejecutan peligrosos saltos mortales hacia el abismo.
Tras cuatro años de ostracismo, Angelina Mélnikova, una rusa de 25 años admiradora de Putin, y su maillot de miles de brillantes deslumbra, y con sus dos oros –concurso completo y salto—vuelve a ser la reina de un Mundial de gimnasia artística en el que el país organizador, Indonesia, no dejó participar a los deportistas israelíes. La francesa Kaylia Nemour, argelina por elección, cuarta en el concurso completo, oro en asimétricas por delante de Mélnikova y plata en barra, se convirtió en la primera mujer africana campeona mundial de gimnasia y, a los 18 años aún, anunció sus intenciones para Los Ángeles 28 después de un año en que denunció por comportamiento abusivo a sus anteriores entrenadores y parece haber olvidado ya las operaciones a los 14 años en sus rodillas enfermas de osteocondritis.
En Brasil, desde la playa, dando los últimos sorbos a su año sabático para reforzar cuerpo y mente tras los Juegos de París, la gran Rebeca Andrade, designada heredera para el trono, contempla y sonríe.
Las acrobacias y triples mortales del prodigio inglés, genes filipinos por parte de madre, Jake Jarman, de 23 años, en sus travesías diagonales y laterales del suelo; o del veterano estadounidense Donnell Whittenburg, de 31 años, adolescente en los primeros años del siglo en los barrios terribles del Baltimore de The Wire, con su salida carpada desde la altura de las anillas; o el Dragulescu carpado (dos mortales y giro de 180 grados) sobre el potro del fabuloso filipino Carlos Yulo, adornaron el duelo chino-japonés de la competición masculina que concluyó con la victoria del nipón Daiki Hashimoto sobre Boheng Zhang en el concurso completo.
Si los Mundiales de gimnasia artística que terminaron el sábado en Yakarta han dado para intuir un horizonte más o menos nítido de lo que será la era post Simone Biles, también han revelado una imagen brumosa de la geopolítica del deporte, y despertado dudas sobre la fortaleza del Comité Olímpico Internacional (COI) de Kristy Coventry para manejar los tiempos que vienen.
Si el consenso del deporte mundial pasaba hasta este otoño por mantener el veto a los deportistas rusos y bielorrusos por la invasión de Ucrania y no castigar a Israel por el genocidio de Gaza, la Federación Internacional de Gimnasia (FIG), presidida por el millonario japonés Morinari Watanabe, candidato derrotado en marzo en las elecciones a la presidencia del COI, ha lanzado justamente el mensaje contrario. Sí a Rusia, no a Israel.
Aun conociendo el pasado antiisraelí de Indonesia --el país del mundo con más población musulmana no reconoce al estado de Israel—y anteriores vetos a deportistas israelíes por temor a las revueltas populares de masas indignadas, Watanabe le concedió el Mundial. Cuando Yakarta anunció que no daría visado de entrada a los gimnastas del país de Benjamin Netanyahu, Watanabe ni parpadeó, asumió el veto y mandó continuar el Mundial. El Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) no frenó la competición pese a la demanda israelí.
Tampoco está muy contento el COI con la FIG con su decisión de incluir a Mélnikova en la lista de dos decenas de gimnastas que forman el llamado equipo AIN (Deportistas Individuales Neutrales), que agrupa a deportistas rusos y bielorrusos en las competiciones internacionales, sin derecho a himno ni bandera. Para poder adquirir la condición de AIN la FIG fijó tres condiciones a los gimnastas: no tener vínculos con el ejército ruso o bielorruso ni con ninguna agencia de seguridad nacional; no mantener en las redes comunicaciones relacionadas con Rusia o Bielorrusia, y no apoyar la guerra rusa en Ucrania.
Mélnikova es la actual cabeza de la históricamente potentísima gimnasia rusa. Fue la gimnasta que en 2021 brilló cuando Biles sufrió la crisis mental. Lideró a Rusia a la victoria por equipos sobre Estados Unidos en los Juegos de Tokio de los que se retiró Biles, y tres meses después, en noviembre de 2021, se proclamó campeona mundial individual en los Mundiales de Japón. En febrero de 2022 Vladímir Putin invadió Ucrania y sobre Mélnikova y todos los deportistas rusos y bielorrusos cayó la prohibición, que le privó de más Mundiales y los Juegos de París. Pertenece al CSKA, el club del ejército ruso, y fue candidata el pasado abril en las elecciones locales de Vorónezh, su ciudad natal. Ganó las primarias como candidata del partido progubernamental Rusia Unida, pero cuando la FIG le comunicó que podría volver a competir retiró su candidatura para centrarse en la gimnasia. Desde Ucrania gritan, qué escándalo, pura retirada cosmética para cumplir uno de los criterios de exclusión, y recuerdan que la primera persona que felicitó a la gimnasta campeona, a la que tratan de soldado del ejército ruso, fue precisamente Putin.
El COI se indignó por esta súbita brecha de la neutralidad del deporte y prometió represalias, temiendo el precedente ante los Juegos de los Ángeles 28. Uno de los principios de la concesión de los Juegos es el de que el país organizador está obligado a conceder visado de entrada a los deportistas de todos los países del mundo, amigos o enemigos. Y el veto ruso sigue siendo un puntal de geopolítica. Quizás, confían en Lausana, una amenaza de privación de ingresos olímpicos a Watanabe tan autónomo, podría enderezar la cuestión.