La llegada de Donald Trump a la Ryder de Nueva York convierte el campo de golf en una fortaleza
El presidente estadounidense acude a la primera jornada del torneo entre fortísimas medidas de seguridad
Más que un campo de golf era una fortaleza. Bethpage Black, la sede de la Ryder Cup en Nueva York, se convirtió este viernes en un territorio blindado ante la visita del presidente estadounidense, Donald Trump. Las medidas de seguridad se multiplicaron para la primera ocasión en la que el máximo mandatario del país acudía a la celebración de este torneo durante su cargo presidencial. Habitual ya en otros grandes escenarios deportivos, y gran aficionado al golf, Trump no quería perder la oportunidad de ver directo a los mejores jugadores del mundo y apoyar a la tropa estadounidense. Su llegada provocó un dispositivo como nunca se había visto en esta cita por la complejidad de evitar altercados en un espacio al aire libre, a diferencia de un pabellón de baloncesto o un estadio de fútbol americano, y tan amplio como un campo de golf (6,8 kilómetros componen sus 18 hoyos). Unos 50.000 espectadores acudieron a la apertura de la Ryder.
Unas larguísimas colas para acceder al campo desde que se abrieron las puertas del recinto a las cinco de la mañana ya anticipaban una jornada de férreos controles. Los helicópteros y los drones sobrevolaban la zona de juego mientras el plató que componían la casa club, el tee del hoyo 1 y el green del 18 se convertía en una zona de máxima vigilancia. Un cartel recordaba a cualquier espectador que estaba a punto de entrar en un espacio bajo la lupa del gobierno de Estados Unidos, fuera de las reglas de una propiedad privada como Bethpage. Otro letrero alertaba de los objetos prohibidos: sillas plegables, dispositivos de vapeo, medidores láser, paraguas grandes, recipientes metálicos… e incluso globos. Las cámaras de los fotógrafos eran temporalmente requisadas, se dejaban en grupo en el suelo y los perros especialistas en detectar explosivos cumplían con su trabajo.
El acceso a esa zona en las que iba a moverse Trump recreaba el sistema de control de seguridad de un aeropuerto. Cada aficionado debía despojarse de sus objetos y pasar por el filtro de un arco frente a una batería de agentes. La diversidad de los uniformes retrataba la cantidad de cuerpos de seguridad diferentes involucrados en el dispositivo.
Trump apareció en el hoyo 1 junto a su nieta, Kai Madison, de 18 años, y sonó el himno de Estados Unidos cantado en vivo. Una flotilla de aviones militares atronó en el cielo. Y comenzó la sesión vespertina de la Ryder. El presidente asistió detrás de una cristalera al golpe de salida de Jon Rahm y luego bajó a chocar el puño con uno de los ídolos locales, Bryson DeChambeau, y a charlar con el capitán norteamericano, Keegan Bradley. Por sus gestos, hasta parecía que Trump le estaba dando indicaciones.
El número uno mundial, Scottie Scheffler, ya había agradecido en los días anteriores ese apoyo del mandatario: “Le encanta el golf. Es una de esas personas que transmite confianza a todos los que le rodean. A mí me escribe o me llama cuando consigo una victoria”.