Isaac Nader, alumno del maestro de Fermín Cacho, campeón del mundo de 1.500m
El portugués de Faro, entrenado en Soria por Enrique Pascual, y el italiano Furlani, de 20 años, campeón en longitud, iluminan una noche oscura para el atletismo español
Cuando los saltadores salen felices por cómo han competido, lucen como un trofeo de honor, una medalla, una herida de guerra, la arena negra del foso de Tokio que el sudor deja pegada a sus brazos y piernas casi tiñéndolas, y deben frotarse bien en la ducha para eliminarla, y así la sentía Jaime Guerra, de ahí, de Cornellà, y el animal que lleva dentro y que no domestica por fortuna, el lunes después de clasificarse con el último salto para su primera final mundial. Después de ganarse en la final el derecho a solo tres saltos, eliminado rápidamente con un mejor intento de 7,81m, la arena es una mancha, un recuerdo de un mal rato, un signo del que ni siquiera había podido dotarse Jordan Díaz un par de horas antes, pues en el único intento que hizo en la calificación del triple salto no llegó ni a aterrizar en la arena: en la primera batida, un dolor insufrible en el cuádriceps de su pierna derecha le obligó a abortar el despegue y a retirarse. La resaca de París deja al feliz campeón olímpico de hace un año con una temporada de un solo salto, y al atletismo español, sin la posibilidad más clara de medalla junto a la de la marchadora María Pérez, cabizbajo. El otro español en la final, el jovial siempre Lester Lescay, llueva o luzca el sol, fue octavo después de pasar a la mejor con un agónico salto de 7,97m, tan corto.
Cuando Mattia Furlani empieza a marcar los pasos hacia el foso, tan veloz, se golpea casi la frente con la puntera de los clavos, tanto sube el pie y también las rodillas. El italiano es un hombre araña con melena que vuela y tiene muelles en los pies, gentileza de sus genes. Mauricio, el padre, fue saltador de altura de 2,27m. La velocidad se la presta la madre, Kathy Seck, velocista de origen senegalés que le entrena y le educa. A los 18 años saltó 8,44m con viento a favor de 2,2, que invalidaba la marca, y dos años más tarde, en su primera final de un Mundial, su batida impresionante, tan natural, y su vuelo de pasos en el aire le llevan hasta los 8,39m, el mejor salto válido de su vida, cinco centímetros más que el que hasta entonces, desde la primera ronda, iba primero: el jamaicano Tajay Gayle, el ganador del Mundial de 2019 renacido después de varios años lesionado, y seis más que el chino Yuhao Shi, tercero. El doble campeón olímpico y último campeón mundial, el griego Miltiadis Tentoglou, no llegó a los 7,90m y quedó eliminado.
Aunque para Italia y para el mundo la jornada abrasadora era de gozo y de la luz desbordante que brotaba de Mattia Furlani, para España se desarrollaba oscura, como el reinado de Witiza, y solo quedaba Ben, Adrián Ben, para transformarla, no en vano, en su primer gran campeonato en 1.500m, el ochocentista finalista mundial y olímpico, se había colado pletórico en la final que la prensa especializada del mundo entero había bautizado como la madre de todas las finales antes de que una serie de defecciones inesperadas la convirtiera en la final de lo que podría haber sido y no fue.
“Ser octavo en un Mundial de atletismo en el que participan 200 países es estadísticamente más difícil, mucho más difícil, que en cualquier otro deporte olímpico. Y eso nunca hay que olvidarlo. El atletismo es un deporte muy difícil. Quedar entre los ocho primeros del mundo es un logro increíble”. Pero Ben, que terminó octavo, justamente, no es un estoico que necesite del consuelo de la filosofía y reflexiones de Sebastian Coe, el presidente del atletismo mundial, que como atleta siempre terminaba primero, o segundo, para llegar feliz y pletórico a la zona mixta. “Quiero darle cada vez más valor a las medallas que se consiguen, que no las regalan, que son durísimas”, reflexiona el gallego de Viveiro que se entrena en Madrid con Arturo Martín. “Hoy no ha salido el Adrián de otras finales, el Adrián que simplemente iba a ver si cazaba algo. Hoy he salido adelante, convencido, me he visto muy bien, aunque la carrera ha sido un pelín más rápida que la semifinal [su tiempo: 3m 35,38s] y por eso al final me ha costado un pelín. También creo que me calentaba un pelín en el 450 y he pecado de ambicioso, pero es que me voy, no satisfecho, porque cuando corres una final siempre quieres más, pero sí me voy contento por todo el crecimiento de este año y por la manera de enfocar esta final”.
Ben está metido en la carrera hasta el final, y solo en la última recta ya cede, y comprueba que el escurridizo Isaac Nader, que le ha adelantado por dentro al entrar en la curva de los últimos 200m, lanza un sprint impresionante por la distancia y el puesto que ocupaba a 100m de la meta, el quinto, a medio segundo del primero, y por los nombres a los que el portugués de Faro, Algarve profundísimo, Atlántico enfurecido, hijo de deportistas marroquíes, de 26 años, supera, pura exhalación agónica, corriendo por donde le gusta, por fuera, a Jake Wightman, el escocés que derrotó a Jakob Ingebrigtsen en el Mundial de Oregón; a Niels Laros, el niño neerlandés de 20 años, perfil de Johan Cruyff, y elegancia en carrera, y final impresionante al que los bookmakers daban favorito unánime; a Timothy Cheruiyot, el renacido campeón mundial de 2019… Faltan a la misa del gotha universal de la media distancia Ingebrigtsen lesionado; Josh Kerr, otro escocés que pudo con el noruego, en la final de 2023, que corre cojo y termina en más de cuatro minutos, y Steve Hocker, el tercer depredador que pudo con Ingebrigtsen, en París 24, descalificado en semifinales.
“Todo el mundo se viene arriba exigiendo medallas, y olvida que Isaac ha tenido que correr cuántas finales, cuántas veces ha quedado cuarto, cuántas veces ha luchado en pista cubierta, al aire libre ¿Y qué lleva? ¿Tres años? ¿Siete finales?”, dice Ben señalando al sobrio portugués al que el aire limpio del bosque de Valonsadero, en Soria, el aire helado de Sierra Nevada, los entrenamientos dirigidos desde hace años por el sabio Enrique Pascual, el maestro que hizo campeón olímpico a Fermín Cacho en 1992, apología de la comunidad ibérica. “Y solo hoy ha sacado una medalla comiéndose a Niels, el máximo favorito, que ha quedado quinto, comiéndose a todos. Por eso simplemente quiero darle cada vez más valor a las medallas que se consiguen, que no las regalan, que son durísimas”.
Nader (3h 34m 10s) es el octavo campeón diferente en las ocho últimas grandes finales globales (Juegos y Mundiales) de 1.500m, la distancia de las grandes series de El Guerruj, Morcelli, Auita, Kiprop… Segundo en Tokio fue Wightman (3m 34,12s, y tercero el joven Cheruiyot, Reynold, de 21 años. Dos horas después de la final, Laros, desengrasaba la mente y las piernas dando vueltas a la pista en casi penumbra.