Lucho y Pepino, exterior noche

Luis Enrique y Guardiola, dos ídolos añorados y controvertidos del barcelonismo, se enfrentan por primera vez sin el pesado telón de fondo azulgrana y en uno de sus peores momentos como entrenadores

Luis Enrique y Pep Guardiola, en un entrenamiento conjunto del Barça y su filial.VICENS GIMÉNEZ

La secuencia dura seis minutos y diecisiete segundos. Transcurre en el interior de un restaurante de Los Ángeles, en el diner Kate Matalini’s de Beverly Hills, y se rodó de golpe, sin ensayos y con tres cámaras para no desperdiciar ningún segundo. Era la primera vez que Robert De Niro y Al Pacino compartían escena. Y plano. Y también un diálogo en el que todos quisimos pensar que, en realidad, hablaban de sí mismos y de la admiración que sentían el uno por el otro pese a haber aprendido en el mismo lugar, vivido carreras paralelas y, sobre todo, haberse disputado el trono de la idolatrí...

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La secuencia dura seis minutos y diecisiete segundos. Transcurre en el interior de un restaurante de Los Ángeles, en el diner Kate Matalini’s de Beverly Hills, y se rodó de golpe, sin ensayos y con tres cámaras para no desperdiciar ningún segundo. Era la primera vez que Robert De Niro y Al Pacino compartían escena. Y plano. Y también un diálogo en el que todos quisimos pensar que, en realidad, hablaban de sí mismos y de la admiración que sentían el uno por el otro pese a haber aprendido en el mismo lugar, vivido carreras paralelas y, sobre todo, haberse disputado el trono de la idolatría de tantos aficionados. Michael Mann les reunió en Heat, la película rodada en 1995 que provocó una extraña amalgama de sentimientos encontrados en los espectadores. “Estamos aquí sentados tú y yo como un par de tipos normales. Tú haces lo que haces y yo hago lo que tengo que hacer. Y ahora que hemos estado cara a cara, si estoy allá y tengo que matarte, no me gustará”, le soltaba el policía Vicent Hanna (Pacino) al ladrón y asesino Neil McCauley (De Niro).

Guardiola y Luis Enrique también se verán las caras el miércoles en el Parque de los Príncipes. No está claro quién sería el uno o el otro, pero ninguno podría definirse tampoco como un tipo normal. Dos maneras de entender el argumento de la profesión, pero la misma intensidad —o severa patología— para vivirla. Es verdad que no es la primera vez que se enfrentan en un partido como entrenadores, pero ocurre ahora sin esa tramoya asfixiante del Barça que todo lo enrarece (Luis Enrique ganó aquellas semis contra el Bayern de 2015 en las que Messi sacó a bailar a Boateng). La primera vez, en suma, que podrán demostrarse quiénes son sin las ataduras sentimentales del pasado, de la casa donde compartieron mantel y cama entre 1996 y 2001, un lugar especializado también en arrasar con los mejores recuerdos que construye.

Luis Enrique y Guardiola, que se enfrentaron por primera vez como jugadores en el Bernabéu en 1991, son los dos entrenadores más amados por los aficionados del Barça. Por lo que ganaron y por cómo lo hicieron, también por su firmeza, por llamarlo de algún modo, ante el Madrid. Pero también por ese me largo prematuro que ayuda a extrañar a las personas que perdiste y a mitificar los recuerdos cuando sabes que es imposible recuperarlas. Tozudos en la idea, incluso cuando todo se tuerce —ambos atraviesan un mal momento en sus equipos—, son esa clase de suicidas dispuestos a perder partidos antes que el propio estilo. Intervencionistas por naturaleza, puede que Guardiola tenga algo más de sensibilidad para saber hasta dónde puede apretar que Luis Enrique que, si pudiese elegir, dirigiría los partidos con un joystick. Pero ambos, tanto o más que a figuras como Johan Cruyff, le deben también sus mejores años a un tipo de 170 centímetros nacido en Rosario.

Amigos personales, también sus familias, dicen que cuando Laporta trató de convencer al técnico del City para que regresase al Barça, este le contestó que se dejase de gaitas y trajese de vuelta al asturiano. No hay mayor elogio. Luis Enrique evocaba en el fantástico No tenéis ni **** idea cuándo y cómo conoció a Guardiola, a quien en el documental llama Pepino. Coincidieron un año en el Barça de Bobby Robson y trabaron amistad formando un particular triángulo con Luis Figo (Pep es el padrino de una de las hijas del portugués). “Figo y yo decíamos que era muy pesado, que estaba enfermo”, contaba con cariño en la serie. “¿Qué puedo decir sobre Pep? Su enfoque del fútbol es maravilloso, al igual que el mío”, insistió este fin de semana. “Ahora, nos espera el Parque de los Príncipes”. El miércoles a las 21.00 en París, 90 minutos, exterior noche, mismo plano y secuencia.

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