En contra de la Policía De Las Celebraciones
En apariencia, el fútbol es una iglesia abierta a todos aquellos que estén dispuestos a creer, pero los fieles aficionados somos cuestionados y degradados constantemente
En el año 2016, Adam Ellis publicó el webcómic Shhh en Facebook. Lo habréis visto cientos de veces por Internet. El cómic presenta a un personaje, de esos que se creen superiores intelectualmente porque no sucumben al placer menor del fútbol, molestando a otro con una serie de preguntas ofensivas. A continuación, el pobre tipo que solo está intentando ver un partido desde su sofá, le cierra la boca al pesado con dos dedos. “Shhh”, susurra. “Deja que la gente disfrute de las cosas”, añade. El que está di...
En el año 2016, Adam Ellis publicó el webcómic Shhh en Facebook. Lo habréis visto cientos de veces por Internet. El cómic presenta a un personaje, de esos que se creen superiores intelectualmente porque no sucumben al placer menor del fútbol, molestando a otro con una serie de preguntas ofensivas. A continuación, el pobre tipo que solo está intentando ver un partido desde su sofá, le cierra la boca al pesado con dos dedos. “Shhh”, susurra. “Deja que la gente disfrute de las cosas”, añade. El que está disfrutando de algo no necesita que venga aquel que lo rechaza a darle la turra.
Tenemos que hacer algo con los autócratas del disfrute, con la Policía De Las Celebraciones. Hace dos fines de semana, las redes sociales se llenaron de mensajes reprobando que los jugadores del Celta fuesen a celebrar con las gradas de fondo y de marcador el empate ante el Barça, tras una memorable remontada en los últimos minutos del partido: “Míralos, pobres paletos, celebrando un empate como si fuese la Champions”. Agentes del festejo, Gestapo AntiDeleite, tipificadores del goce: dejad que las aficiones disfruten de sus momentos de celebración como quieran.
Solo los aficionados al fútbol pueden entender la absurda e irracional pasión que genera, pero solo los aficionados de clubes humildes, medianos, pequeños, no ganadores —ponedle el adjetivo que consideréis— podemos entender lo que significa celebrar cuando vivimos en una dimensión en la que poco o nada se celebra. Crecimos en estadios con goteras y columnas que impiden ver jugadas, gradas con ángulos muertos, fosos, tapias, hormigón que araña el alma. Hemos sobrevivido a agonizantes travesías en segunda o categorías inferiores. Hemos pasado últimas jornadas de liga abrazados a desfibriladores. Hemos ido a sedes de Hacienda a intentar desgravar la asistencia a partidos somníferos, letales, tremebundos. Hemos convivido con fichajes de jugadores tan estrafalarios y desconocidos que no aparecían ni en Google. Hemos sido testigos de cómo nuestros clubes bordeaban la ruina, el paso previo a cualquier desaparición. Hemos vivido en primera persona cómo esa ruina alejaba a nuestros equipos de la comunidad que los rodea. Hemos sufrido y purgado, dejadnos disfrutar en paz cuando las cosas nos vienen de cara.
La existencia de la Policía De Las Celebraciones entronca, además, con una tendencia creciente hacia la criminalización del aficionado. Supongo que habréis leído o escuchado la historia de Gorka, ese niño de cinco años que no pudo entrar en el estadio de Montilivi con su camiseta del Espanyol porque no tenía asiento en la grada visitante y la normativa prohíbe lucir colores del equipo visitante en otras gradas si se trata de un partido de alto riesgo. En general, las medidas estrictas que rodean el fútbol permiten que los aficionados decentes veamos los partidos con seguridad, pero da la sensación de que a menudo rige la desproporción y de que las confrontaciones se crean al intentar controlar situaciones que directamente no existen, como el peligro de un niño de cinco años con la camiseta de su equipo en una grada rival.
En apariencia, el fútbol es una iglesia abierta a todos aquellos que estén dispuestos a creer, pero los fieles aficionados somos cuestionados y degradados constantemente. Creo que merece la pena recordar que muchos hinchas no somos nada más que eso: personas que sienten amor por unos colores y quieren disfrutar de ellos sin homéricas y absurdas restricciones. Puede que sea un entusiasmo vulgar, pero es nuestro entusiasmo.