San Francisco vive la carrera de trail más rápida de la historia
Elhousine Elazzaoui completa un recorrido de casi 30 kilómetros y más de 1.200 metros de desnivel positivo a un ritmo por debajo de los cuatro minutos por kilómetro
La cultura del trail en Estados Unidos es la velocidad: montaña a todo gas frente a las grandes pendientes europeas, con senderos sencillos y las piedras justas. Pese a ese genoma, lo vivido este domingo a las afueras de San Francisco en la Headlands 27k —un eufemismo con dos kilómetros más— fue algo inaudito en las Golden Trail Series. Bajar de cuatro minutos por kilómetro —el ritmo soñado por muchos amateurs en el asfalto— en una carrera de casi 30 con más de 1.200 metros de desnivel positivo es lo más cercano a un récord en un deporte en el que resulta imposible estandarizar recorridos. Elhousine Elazzaoui, uno de los que mejor se maneja en terreno técnico —ganador del Marathon du Mont Blanc y podio este año Zegama, China y Japón— se consolidó como un corredor total tras ganar en 1h 55m 27s, un suspiro sin precedentes en el principal circuito de este deporte.
San Francisco y su rol de capital mundial de la tecnología quedan al otro lado del Golden Gate. Porque Mill Valley, con sus caros chalets, apenas seis kilómetros al norte, conduce hacia el Mount Tamalpais, un parque estatal donde se acaba la cobertura. El clima de la bahía esconde a menudo las vistas del Pacífico, un recorrido que empieza a nivel del mar, no pasa de los 500 metros de altitud y está cubierto por la niebla cuando el sábado corren las chicas. Solo las cimas ofrecen por unos instantes el consuelo del sol que presidiría el domingo la carrera masculina antes de descender sin remedio a esos bancos de nubes, que crean sus propios microclimas. Hay árboles grandes en los que anidan, de tal forma que llueve bajo ellos.
¿Puede algo tan rápido considerarse trail? Fue precisamente una de las derrotadas, Judith Wyder, segunda el año pasado en la general, quien más validó la carrera: “Son senderos preciosos y merecen ser recorridos. Que me guste o no, dejémoslo abierto”. La mejor del mundo en bajadas peliagudas es una de tantas corredoras capaces de hacer 10 kilómetros por debajo de los 35 minutos con suficiencia. “Hay puntos técnicos. Saber dónde están es una ventaja”, resumía una de ellas, Anna Gibson, la estadounidense de Wyoming que corría en casa, aunque lleve allí solo seis meses. Cuando llegó a meta, sintió que había hecho un entrenamiento, por el aislamiento visual de la niebla, una soledad que solo interrumpían la banda sonora de las pisadas. Fue una de tantas que comió menos de lo que debía porque a semejantes ritmos, sin una subida lenta en la que hacerlo, se dejó los geles en el cinturón.
Un frenesí que benefició a Joyce Njeru, la keniana que se puso al timón de la general de las Golden al convertirse en la primera en ganar dos carreras este curso. Llegó quinta a la primera cima y decidió en la última subida, dejando atrás a Madalina Florea para coronar Cardiac Hill, un nombre apropiado para un recorrido que desboca las pulsaciones. El último descenso fue su pista de despegue, con unas zetas finales que le permitieron mirar para atrás y ver que la victoria, por 48 segundos, estaba en el bolsillo (2h 17m 34s). Lauren Gregory, un producto estadounidense del asfalto, sorprendió al cerrar el podio por delante de Gibson, séptima, y de Julia Font, octava en un top10 comprimido en diez minutos.
Como el tema de la semana era la velocidad, los europeos preguntaban a los kenianos sus registros en llano. Los 28 minutos de Philemon Kiriago en diez kilómetros o la 1h 1m de Patrick Kipngeno en media maratón. “¿Cuánto ha dicho?”. Alucinaba Bart Przedwojewski, uno de los corredores más técnicos, tercero en Zegama, con su mundano 1h 7m. “No solo somos escaladores, también sabemos correr rápido”, esgrime el suizo Rémi Bonnet, el ganador de la general el año pasado, que ya tiene casi imposible repetir título. Alguien que solo ha hecho 10 kilómetros a tope en un entrenamiento en el que bajó de 29 minutos.
Otro dilema fue el de las zapatillas. Un recorrido así invitaba a aprovechar las de asfalto, más reactivas, aunque esos escasos tramos técnicos requerían amortiguación, sujetar el tobillo. La organización acabó con el de la ética de las últimas zetas, atajables ya que el sendero traza curvas cerradas con una pendiente escasa. Cinco minutos de sanción y un dron ayudando a los voluntarios bastaron para evitar tentaciones, en parte porque las autoridades de California limitan el permiso de la prueba a no salirse del camino. Los tiempos tienen aún más mérito por esa obligación de frenar y reanudar la marcha todo el rato. Y hacerlo, además, en una última bajada, con las piernas doloridas y el cerebro corto de oxígeno.
“Tiene que haber carreras para todos, tanto rápidas como técnicas”, concedía Bonnet. Las antípodas de Headlands fueron los 22 kilómetros de Kobe con 2.200 metros de desnivel positivo —nada de llano y casi todo por encima del 20%—, una carrera que ganó Kipngeno, a un ritmo de casi siete minutos el kilómetro. Elazzaoui se sumó este año a la lista de los elegidos que baja de 30 en los diez kilómetros y usó su comodín en la bajada final. Fue la única forma de romper el grupo de cabeza entre los cuatro gigantes, con el suizo y los dos kenianos. Su acelerón lo resistió hasta la explanada final Kiriago, pero no tuvo esa marcha más para adelantar al marroquí, que miró hacia atrás cuando vio el arco de meta y supo que ya lo tenía, que su sprint final valdría para dejar a su rival a dos segundos del triunfo, la misma distancia que le privó de ganar a Kilian Jornet en Sierre-Zinal. Kipngeno cerró el podio en el día en que la élite del trail convirtió 30 kilómetros en una carrera de pista de atletismo.