Así se forjan las amistades fugaces en las carreras populares: “Acabé gracias a ese empujón”

El ‘running’ tiene algo mágico que hace que, en cuestión de minutos, un perfecto desconocido pueda convertirse en tu mejor amigo. Seis corredoras y corredores nos cuentan sus experiencias con estas amistades efímeras

Amr Bo Shanab (Getty Images/fStop)

Este artículo es un extracto de ‘La zancada’, la newsletter de EL PAÍS sobre correr más allá de tiempos, entrenamientos y superación. Si quieres recibirla, puedes apuntarte gratis aquí.

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Las carreras populares tienen algo mágico que hace que, en cuestión de minutos, un perfecto desconocido pueda convertirse en tu mejor amigo. A veces, casi sin hablar. En cualquier otra situación, que te dediquen dos o tres palabras puede no significar mucho. Sin embargo, cuando cada ápice de oxígeno que nos llega al cuerpo cuenta para seguir avanzando, que alguien en la misma situación que tú sacrifique dos bocanadas de aire para decirte “venga, vamos” es un regalo. Un regalo que los corredores sabemos valorar: así surgen los amigos fugaces, esos compañeros de carrera con los que tal vez solo compartamos unos minutos en toda nuestra vida, pero su recuerdo queda para siempre con nosotros.

“Acabé la carrera gracias a ese empujón”, recuerda de uno de sus amigos fugaces Tiziana Trotta, compañera en EL PAÍS y corredora. “Me pasó en el medio maratón de Madrid, hace unos años. Ya casi en meta, después de una cuesta, me paré pensando que no podía más, pero un chico me dio una palmadita en la espalda y me dijo ‘venga, tú puedes, ya casi está’ y volví a arrancar”, cuenta Trotta, de 41 años. “Y corriendo incluso más rápido”.

Tiziana Trotta tras un medio maratón de Madrid en una imagen cedida por ella misma.

‌Si eres corredor, seguro que la historia de Tiziana Trotta te suena: casi todos los runners populares debemos alguna medalla a un amigo fugaz que se quedó con nosotros cuando más lo necesitábamos. Otros de estos amigos fugaces nos dan conversación antes de la salida y hacen que se nos olviden los nervios, otros comparten con nosotros en meta el cansancio y alguna que otra batallita... Y a veces, incluso dejan de ser fugaces y se convierten en amigos de por vida. A todos ellos va dedicada esta newsletter: he pedido a corredores, a través de redes sociales y WhatsApp, que me contaran algunas de sus vivencias con estos amigos fugaces. Esto es lo que me han contado.

Íñigo García: cuando acabas en el club de atletismo de tus amigos fugaces

El corredor Íñigo García.

Íñigo García (22 años, Madrid) empezó a participar en carreras el pasado año y, en una de ellas, le pasó algo que nos ha ocurrido a la mayoría en nuestras primeras competiciones: “No tenía ni idea de a qué ritmo ir”, recuerda. “Decidí seguir a un par de corredores para que me marcasen el ritmo y, a partir de ahí, tomar decisiones según mis sensaciones”.

‌Estas dos liebres le vinieron tan bien que acabó adelantándolas: “Al cruzar la meta les felicité por su esfuerzo y les agradecí que me marcaran el ritmo toda la prueba”, cuenta. “Nos pusimos a rodar juntos después de la carrera y me invitaron a entrenar en su club (Myrmidons) hasta final de temporada. Y, hasta el día de hoy, sigo corriendo con ellos”.

Enrique Martín: cuando un ‘ángel’ da un nuevo sentido a la carrera

Enrique Martín con su amiga fugaz. Cortesía de Enrique Martín.

Enrique Martín (49 años, Salamanca) llevaba apenas 100 metros del Maratón de Madrid de 2023 cuando se dio cuenta de que no iba a poder terminar la carrera: “Una sobrecarga hizo que dudara bastante de llegar siquiera al kilómetro cinco”, cuenta. Llegó hasta el kilómetro 15 “a duras penas” y decidió intentar llegar hasta el kilómetro 21. “Era algo impensable en esos primeros 100 metros, pero encontré a un ángel en forma de corredora, que hacía su primer medio maratón”. Juntos, dándose ánimos mutuos, lograron terminar.

“Ninguno de los dos creíamos que terminaríamos el reto”, recuerda Martín. “Ambos tiramos el uno del otro, sonreímos, hasta lloramos. Fue un momento que nunca olvidaré y que quedará en mi mente en forma de superación, trabajo en equipo y orgullo. Nunca olvidaré su sonrisa y su gratitud al cruzar la meta. Ella no sabe que realmente el que se iba a parar era yo y no ella. Fue lo mejor que pudo pasar, ambos hicimos un gran ejercicio de superación”. Sí, la que aparece en la imagen es su amiga fugaz: antes de despedirse, se hicieron un selfi.

Cristina Domínguez: en la grupeta siempre cabe una amiga más

La corredora Cristina Domínguez en el Cross del Canguro, en Madrid. Imagen cedida por la protagonista.

“Yo he hecho muchos de estos amigos fugaces en carreras. Es lo que tiene ir de las últimas, que siempre solidarizas con los que van igual de mal que tú”, bromea Cristina Domínguez (20 años, Madrid). “Pero nunca me olvidaré de un Cross de la UNED, durísimo”. ‌

Dominguez recuerda cómo esta prueba de campo a través se le comenzó a atragantar: “Iba sola, maldiciendo todas las cuestas, veía a las chicas pasándome por todos lados y yo me iba viniendo abajo”, dice. Hasta que llegó una grupeta de mujeres. “Tendrían entre 50 y 60 años e iban en modo pachangueo, hablando de sus cosas”, cuenta. “Cuando me pillaron me fueron dando ánimos y, viendo que estaba a punto de retirarme, me dijeron que fuera con ellas, que esto no era nada y que si íbamos las tres juntas se hacía más ameno. Cuando una se quedaba, la otra la animaba, y así fuimos todo el cross. Si no hubiera sido por ellas ni llegaba a meta”. Aunque recuerda que incluso se hicieron una foto juntas, no ha vuelto a coincidir con ellas.

Denis Hernández: compartiendo hasta dolores con tu amigo fugaz

Denis Hernández. Foto cedida por el corredor.

Denis Hernández (40 años, Madrid) apenas llevaba un año corriendo cuando se le ocurrió la temeridad de enfrentarse a un maratón junto a unos amigos. “Nuestro objetivo era terminarlo y no mucho más”, recuerda. Sus amigos decidieron andar a partir del kilómetro 32. Él no: “No sé si fui valiente o temerario, pero dije: ‘he venido a correr’ y continué en solitario”. Hasta que llegó su amigo fugaz.

‌“Me di cuenta que iba al mismo ritmo que un chico, al que no conocía de nada, pero acabamos yendo hombro con hombro y el sufrimiento de los últimos kilómetros y, sobre todo, de la subida por la Ronda de Valencia, nos hizo hacernos amigos de carretera”, cuenta Hernández. “Era de Móstoles pero vivía en Francia, iba a ser padre, se le subía el mismo gemelo que a mí y parábamos a estirar juntos en los mismos bordillos. Finalmente llegamos y al pasar la línea de meta nos dimos la mano y nos dijimos ‘Ha sido un placer correr contigo’, como si fuésemos los músicos del Titanic”.

‌Al llegar a casa, Hernández lo buscó en las clasificaciones: “Han pasado unos cuantos años, pero todavía me acuerdo: se llamaba Daniel y llegó un segundo antes que yo. ¡No se lo perdonaré jamás!”.

Alejandra Martínez: en los amigos fugaces está el disfrute

La triatleta Alejandra Martínez. Foto cedida por Maribel Molina.

Alejandra Martínez tiene 28 años, es de Hellín (Albacete) y, por si correr no fuera lo suficientemente cansado, también nada y monta en bici: practica triatlón en con el Club de Triatlón de Hellín. Por lo que cuenta, los amigos fugaces también existen en los triatlones: “Soy la típica que va juntándose con todo el mundo en las carreras”, dice. “Muchas veces confío más en que el otro mantenga el ritmo que en llevar mi propio ritmo. Cuando empecé a correr en las carreras populares SIEMPRE me echaba algún amigo en carrera”.

‌En el triatlón, eso sí, ocurre algo a lo que los ‘runners puros’ no estamos acostumbrados: “Las chicas muchas veces salimos en horarios distintos a los chicos, así que siempre trato de hablar con alguna”, cuenta. “Luego coincido con ellas otras pruebas. Sin duda, ¡hacerte amigo de alguien que te mantenga el ritmo en carrera o de quien puedas chupar algo de rueda es fundamental para disfrutar!”.

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