Saúl Craviotto: “Peso 101 kilos y no tengo grasa”
El piragüista, que aspira a convertirse en el español con más medallas olímpicas en París, reflexiona sobre la preparación de sus quintos Juegos
“Peso 101 kilos y no tengo grasa”, dice Saúl Craviotto. El abanderado de la delegación española en los pasados Juegos de Tokio junto con Mireia Belmonte no se justifica por la batería de bocadillos de queso fresco que acaba de degustar, sino que explica su gestión de la dieta. “Lo tengo que racionalizar y entender qué combustible necesita mi cuerpo”, advierte. “Si tengo que hacer un trabajo de fuerza explosiva, de c...
“Peso 101 kilos y no tengo grasa”, dice Saúl Craviotto. El abanderado de la delegación española en los pasados Juegos de Tokio junto con Mireia Belmonte no se justifica por la batería de bocadillos de queso fresco que acaba de degustar, sino que explica su gestión de la dieta. “Lo tengo que racionalizar y entender qué combustible necesita mi cuerpo”, advierte. “Si tengo que hacer un trabajo de fuerza explosiva, de coordinación y mucha potencia, el músculo lo que necesitará es más proteína; y si vas a hacer una media maratón a lo mejor necesitas más hidratos de carbono. Pero lo vivo sin grandes obsesiones. Al final se trata de comer variado y si de vez en cuando me permito un capricho, un dulce, tampoco pasa nada”.
Quíntuple medallista, el piragüista es el español más condecorado en la historia de los Juegos junto con David Cal. Tras lograr la clasificación para París hace una semana, ahora se prepara para competir por su sexta medalla el próximo 8 de agosto en la final del K4 500. Este martes, sin embargo, hizo un alto en la rutina de entrenamientos y abandonó el pantano de Trasona para asistir en Madrid a un acto de Burgo de Arias, su patrocinador. Allí habló de su puesta a punto, una más después de 20 años de carrera en el máximo nivel.
“Esto es como el enamoramiento con tu pareja”, dice; “a veces estás apasionado y sientes que es lo que más te gusta y hay días en que lo odio. Días en que no me apetece y digo: ‘¿qué hago aquí?’. Días de invierno, momentos en los que estás lesionado, momentos de frío, de calor, de presión, de tensión. Hay momentos en los que no me gusta lo que hago, pero siempre pongo la mente en el propósito. Paso el peaje porque en líneas generales lo amo. Este deporte es una maravilla. Deslizarte por el agua con la fuerza de tus brazos, en contacto con la naturaleza por ríos, mares, lagos... ¡es precioso! Pero a este nivel, yo voy a la faena y hay momentos duros”.
Cuando te metes en el embudo, quien diga que no está nervioso miente. Ahí todo el mundo llega con la boca seca
A sus 39 años, este catalán nacido en Lleida con antepasados andaluces e italianos, asume que es un tipo cerebral. No en vano ha construido su carrera sobre la capacidad para coordinarse, ajustarse al viento y al agua, y sincronizar empáticamente con él a los otros tres miembros del equipo que tripulan su kayak. En su quinto ciclo olímpico, admite que ha debido superar varias crisis de vocación hasta enderezar la embarcación nuevamente.
“Forma parte de un aprendizaje. Con el tiempo he aprendido a manejar los nervios, la tensión, esa flojera que a todos nos pasa bajo presión, cuando sientes que llegas a la final del campeonato y te has pasado cuatro años preparándote para 30 segundos. Cuando te metes en el embudo, quien diga que no está nervioso miente. Ahí todo el mundo llega con la boca seca. Después de una noche sin dormir bien, sin apetito por la mañana. Ese control mental es lo que marca la diferencia. Cuando me coloco para el sistema de salida antes de competir me repito mucho una frase: ‘Si no soy yo, ¿quién?; si no es ahora, ¿cuándo?’. Estás solo ante el peligro. Sin el entrenador, sin el nutricionista, tú solo en tu piragüina, y tienes que reaccionar”.
“Vivo en un cuento” dice el que fuera abanderado de la delegación española en los pasados Juegos, que admite que cada aventura olímpica le presenta retos inesperados. “Después de Londres pensé que lo sabía todo. Me equivoqué. Después de Río pensé que había poco que aprender. Y cada ciclo me ha enseñado cosas nuevas. En estos años desde Tokio he aprendido a disfrutar de este deporte. Mucho más que antes. Ya no siento tanto la presión. No significa que no me lo tome en serio. Sentir la presión es bueno. Pero tengo la sensación de que no tengo que demostrar nada. Tengo cinco medallas y aunque la gente me dice ‘¡a por la sexta, a por la sexta!’, si no cae la sexta no pasa nada. Estoy en una fase en la que más no puedo dar. Cuando uno da el 100% no puede dar más. Ahora relativizo todo más. Cuando era más joven y perdía una competición sentía que se me acababa el mundo. Pero el deporte es esto, unas veces se gana y otras se pierde”.
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