Puño arriba, Vini
Todos los que niegan el racismo en España, son blancos. Ninguno padece la discriminación que vivimos los que no somos blancos en este país, ninguno conoce cómo es nuestra vida, el insoportable día a día, y, desde ese desconocimiento, buscan deslegitimar nuestra realidad
Vaya casualidad, Vini. Todos los que niegan el racismo en España, son blancos. Ninguno padece la discriminación que vivimos los que no somos blancos en este país, ninguno conoce cómo es nuestra vida, el insoportable día a día, y, desde ese desconocimiento, buscan deslegitimar nuestra realidad —que nos encantaría que fuera diferente—, borrarla. No hay diferencia entre estos negacionistas, Vini, y los que aseveran que el planeta Tierra es plano.
No sabes quién soy, pero no perderé tiempo en presentarme. Seguro está...
Vaya casualidad, Vini. Todos los que niegan el racismo en España, son blancos. Ninguno padece la discriminación que vivimos los que no somos blancos en este país, ninguno conoce cómo es nuestra vida, el insoportable día a día, y, desde ese desconocimiento, buscan deslegitimar nuestra realidad —que nos encantaría que fuera diferente—, borrarla. No hay diferencia entre estos negacionistas, Vini, y los que aseveran que el planeta Tierra es plano.
No sabes quién soy, pero no perderé tiempo en presentarme. Seguro estás descansando o entrenando. Solo te diré, Vini, que soy un negro que vive en Barcelona.
Desde que explotó tu caso —sí, porque si no lo sabes, le llaman así, “el caso Vinicius”, como si tu triste experiencia racista fuera un hecho aislado, algo inusual, escenas que pocas veces acontecen en España, “una situación del mundo del fútbol”— ha pasado algo sorprendente: muchos españoles se han descubierto racistas. Vaya noticia, Vini. Cuando tu propia historia, un negro millonario que juega en el club de fútbol más laureado del mundo, al que patrocinan muchas de las mayores marcas del mundo, al que le gritan mono, chimpancé, muérete, al que le tiran plátanos, que tiene que soportar ver su propia camiseta en el cuerpo de un muñeco que cuelga al vacío desde un puente con una soga al cuello, esa historia, la tuya, desnuda esta sociedad. Porque si eso te pasa a ti, Vini, ¿qué nos pasa al resto de los que no somos blancos y no somos millonarios y, por tanto, tenemos que movernos en metro, bus, trenes, ir al mercado, caminar por la calle sin que la prensa vele por nosotros?
Tenemos que lidiar con el racismo más crudo y con más frecuencia, Vini. Tal es así que, desde que vivo aquí en España, anoto en un documento Word los pasajes de discriminación que sufro. Quiero escribir un libro con todas esas escenas racistas. De hecho, una de las escenas tiene algo que ver contigo. En la puerta del edificio donde vivo, colgaron un cartel escrito a mano con un mensaje: “Cierra la puerta de tu apartamento de una manera civilizada y tranquila. No estás viviendo en las montañas, cuevas o favelas”. Al leer, me acordé de ti —por lo de las favelas— y me quedó claro, Vini, que nos ven, nos asumen y nos piensan como si fuéramos unos neandertales.
La semana pasada, por ejemplo, iba en el metro y escuché a una señora gritar: ‘me robaron, me robaron, me robaron’. La señora estaba en el mismo vagón que yo, pero a varias personas de distancia. El resto del viaje se lo pasó mirándome a los ojos. Le pregunté por qué me miraba. La señora no contestó. Cuando llegó mi parada, comencé a caminar hacia la puerta. A mi espalda escuché a la señora: tengan cuidado que ahí va. Así sucedió, Vini. Porque negro en este país es sinónimo de ladrón, de miserable —y de todo lo malo—.
Te cuento una escena más, Vini, que ilustra a la perfección el lugar simbólico donde nos han ubicado a nosotros los negros. Hace un par de días caía un torrencial en Barcelona. Estaba en la calle y entré en un bar a pedir un café. Cuando fui a pagar, me percaté que no llevaba encima la tarjeta bancaria. Cancelé la orden, salí del bar y me quedé guareciéndome de la lluvia debajo de una de las sombrillas de la terraza. La terraza estaba repleta de sillas y mesas vacías. Solo estaba yo, pero la dependiente del bar salió hacia mí, bajo el aguacero, para decirme en muy mala forma: “Esto no es un parque, vete a cargar carritos”.
La señora que me dijo semejante barbaridad es china. Eso demuestra que el racismo no es un lastre exclusivamente español, por supuesto. Que es un fenómeno global. Por desgracia este mundo es racista. El racismo es sistémico. No se reduce, Vini, a los que te gritan insultos racistas en los estadios de fútbol. El racismo está insertado en todas partes, porque este mundo está diseñado sobre lógicas racistas. Porque el mundo quedó desbalanceado desde que los blancos esclavizaron y colonizaron a nuestros antepasados. Porque el poder que gozan hoy viene en parte de esas riquezas que nos robaron y que, con el paso de los siglos, han ido aumentando.
No es casual que en la mayoría de los museos, en la mayoría de las editoriales, en la mayoría de los medios de comunicación, en el cine, en la televisión, los negros brillamos por nuestra ausencia. Por eso te agradezco que pongas el cuerpo, Vini. Por eso me duele que llores delante de periodistas blancos que te preguntan por las cicatrices que te ha dejado el racismo. Si puedes, Vini, no te detengas. Tu voz es la de todos los negros.
Sabes una cosa, Vini. No me sorprende que haya un alud de blancos a los que les moleste tu lucha. Me pasa con gente cercana igual. Les cuesta aceptar el racismo porque de ese modo se exponen. Ellos y sus privilegios. Ellos y su historia. Cómo pueden ser racistas, Vini, si son europeos, occidentales, primermundistas. Pues sí, son racistas y lo peor es que muchos ni siquiera lo saben.
Otra cosa, Vini. ¿Sabes qué me parece increíble? Cómo la gente justifica los ataques racistas hacia ti alegando que dices hijo de puta a los contrarios, que los provocas, que eres un chulito, que te burlas de ellos. Como si esa actitud tuya autorizará las agresiones que sufres. Es el mismo caso de cuando una mujer va con una faldilla corta y un hombre, por ese motivo, entiende que puede perturbarla. ¿Acaso los que justifican el racismo hacia ti por tu comportamiento, han reparado en que la inmensa mayoría de los futbolistas dicen hijo de puta a los contrarios, los provocan y son chulitos? Lo que sucede es que a los blancos se les perdona eso, Vini. ¿O escuchaste alguna vez que le gritaran a tu ídolo Cristiano Ronaldo, el jugador más egocéntrico de la historia del fútbol, algo así como “muérete, oso polar —no encontré un mejor ejemplo de animal blanco—”?
Con esa misma lógica, hay quienes aseveran que a los otros negros del Madrid no los insultan porque no son tan bocazas como tú, Vini. Si semejante análisis no es racista, que nos digan qué es. A los negros nos toleran mientras nos portamos bien. Esa idea es algo que se vive en nuestras casas cuando somos pequeños: la obligación de andar bien peinado, perfumado si se puede, con la ropa estirada, hablar con buenos modales, para que nos acepten y nos toleren fuera, porque ya tenemos bastante con ser negros.
Por eso hay que desobedecer al poder, Vini. Es el único modo de acorralar al racismo. Resulta que ellos llevan siglos discriminándonos y, ahora que le hemos virado un trocito de tortilla, se sienten ofendidos, enjuiciados. Pues no nos vamos a cansar, Vini. Que aprendan a convivir con los que no son como ellos. Como nosotros mismos los soportamos a ellos.
La última cosa, Vini. Me reí tanto con lo que dijo tu compañero de equipo, Dani Carvajal, sobre el racismo. Dice que España no es racista porque él creció en un barrio donde había todo tipo de chicos. Es lo mismo que me dicen a mí: no soy racista porque hablo contigo. La gente piensa que con tener un negro cerca ya cumplió con la cuota necesaria para que el racistómetro les dé negativo.
Ojalá puedas leer esta carta, Vini. Los negros y las personas mínimamente decentes, las que se preocupan por los derechos humanos, estamos contigo en esta batalla. Puño arriba.
Un abrazo apretado.
Abraham Jiménez Enoa es periodista cubano y autor de ‘La isla oculta’ y ‘Aterrizar en el mundo’.
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