Dos neerlandesas se derrumban cuando tienen el oro del Mundial de atletismo al alcance de la mano

Caídas de Sifan Hassan y Femke Bol en una jornada en la que Noah Lyles y Fred Kerley se citan para la final de 100m y los tres del 1.500m español se clasifican con brillo para semifinales

Noah Lyles, a la izquierda, calienta con un salto antes de la salida de los 100m.JEAN-CHRISTOPHE BOTT (EFE)

La noche cae sobre Budapest cuando dos atletas de Países Bajos, brillante como un sol sus camisetas naranjas, se acercan imparables hacia una medalla de oro. Como condenadas por una maldición del cielo húngaro, ninguna de las dos alcanza su destino. Las dos caen cuando ya su mirada acaricia la última línea. Sifan Hassan y Femke Bol, tan impresionantes ambas, se derrumban en dos finales que serían insólitos si no se hubieran, increíblemente, repetido.

Ya se ha puesto el sol hace tiempo cuando ...

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La noche cae sobre Budapest cuando dos atletas de Países Bajos, brillante como un sol sus camisetas naranjas, se acercan imparables hacia una medalla de oro. Como condenadas por una maldición del cielo húngaro, ninguna de las dos alcanza su destino. Las dos caen cuando ya su mirada acaricia la última línea. Sifan Hassan y Femke Bol, tan impresionantes ambas, se derrumban en dos finales que serían insólitos si no se hubieran, increíblemente, repetido.

Ya se ha puesto el sol hace tiempo cuando la neerlandesa Sifan Hassan cambia el ritmo, como se esperaba, cuando quedan 250 metros de la prueba de los 10.000m. La prueba, muy lenta, ha estado controlada en todo momento por las atletas etíopes, que, desconfiadas, pues ya han sufrido la experiencia dolorosa en los Juegos de Tokio, miran a su espalda esperando el momento en el que la atleta de naranja les ataque. Están preparadas para su ataque la rapidísima Gudaf Tsegay y la magnífica Letensenbet Gidey, que tras un momento de indecisión la persiguen. La alcanza Tsegay al salir de la última curva y las dos, Hassan, horas apenas después de haber corrido una serie de 1.500m en la que ha probado su sprint, y Tsegay se lanzan en un codo a codo terrible, igualadísimo. Hassan imperceptiblemente se abre a su derecha y golpea con el codo, una, dos, tres veces, a Tsegay, tan pegada está esta. Después, como si hubiera alcanzado ya su límite, y la línea final está a 20 metros, Hassan, exhausta, se derrumba, se queda en el suelo, se deja adelantar, y solo cuando han pasado casi todas, se levanta y hasta sonríe. La campeona hace una año en Eugene, Gidey, que termina segunda, se vuelve, la caricia, la besa, se espanta ante el codo sangriento de la niña Hassan, que buscaba tres medallas de oro en Budapest (1.500m, 5.000m y 10.000m).

Solo un cuarto de hora antes, poco después de que Ryan Crouser, de Portland (Oregón) exigiera desde el círculo de lanzamiento de peso que el público le adorara y le aplaudiera con ritmo su sexto lanzamiento, Femke Bol, la maravillosa corredora de 400m vallas, sus piernas interminables, su zancada ligera, el testigo del relevo en la mano, acogotada por la estadounidense Alexis Holmes en los últimos metros del relevo mixto, se derrumba a 10 metros de la línea, su mano golpea el caucho y suelta el testigo. Países Bajos, la gran favorita, queda descalificada del relevo mixto 4x400m, su orgullo. El cuarteto de Estados Unidos (Justin Robinson, Rosey Effiong, Matthew Boling y Homes) bate el récord del mundo que debería haber batido Holanda (3m 8,82s) y logra el segundo oro de la noche para Estados Unidos, después de la maravilla de Crouser, su medio pasito a la izquierda antes de empezar a girar para mejorar su impulso, su velocidad inicial, su inercia, y lanzar la bola de 7,260 kilos hasta 23,51m, a solo cinco centímetros de su récord mundial. El primer atleta que pasa de 23 metros en un Mundial.

Antes, día de maniobras en el estadio al sol poniente, ni una nube sobre el Danubio, cuando los tres españoles del 1.500m, las stars Adel Mechaal, Mario García y Mo Katir, por orden de actuación, se clasifican para las semifinales (domingo, 17.35) con pequeñas exhibiciones incluidas, cuestión de marcar territorio tras el intangible Jakob Ingebrigtsen. Mechaal, que corre en la serie del noruego favorito lo hace a su espalda, con tiempo para analizar sus cambios imperceptibles e infinitos y también para admirar, quizás, la audacia del degradé de sus parietales que afilan su cabeza, tan alta. Corren muy rápido para ser el primero de los tres 1.500m que les esperan, tributo a la rapidez del caucho de la Mondo, una pista como la de Tokio, dice Mechaal. Gana Ingebrigtsen con 3m 33,94s y el español controla y pasa tercero, relajado pese a la urgencia con la que, a su espalda, quiere pasarle el portugués Isaac Nader y su perillita crecida en el bosque de Valonsadero, en Soria, bajo el ojo crítico de su entrenador, y el de Fermín Cacho hace 30 años, Enrique Pascual Oliva. La serie más lenta (3m 46,77s) la gana, calmo, Mario García Romo, un rabo de lagartija en los últimos 50 metros, cuando se hace un hueco entre las tortugas al estilo, quiere recordar él, de Verstappen en una parrilla de salida. Mo Katir corre como si fuera la final y le esperara el oro al final de la recta, y lo hace así, dice, porque prefiere llegar así, “apretado” y libre que jugándose al sprint con 10 más uno de los seis puestos que daban el paso a la semifinal.

En las series de 100m, el exuberante Noah Lyles, uñas manicuradas a lo manga, como su pelo, y su ademán de Goku feliz lanzando una bola, y el tan serio Fred Kerley y su historia de vida de niño sin padres en los barrios duros de San Antonio, Texas, esquinas de camellos, crack, opioides, disparos. Un choque de vidas y de estilos de correr, y la misma ambición. Lyles y su lentitud en los primeros diez metros, su progresión interminable, su final en plena aceleración (9,95s) en su serie apurado por el keniano Ferdinand Omanyala (9,97s), que mañana (19,10) puede romper la contienda y convertirse en el primer africano campeón del mundo de 100m; Kerley (9,99s), puro control, casi introspección, en su mundo tras sus gafas de sol macarras y doradas, la seriedad de su rostro que parece tallado en mármol, del que despierta cuando el chaval jamaicano Oblique Seville (9,86s) le pasa en los últimos 40 metros, una exhalación.

Seville, 22 años, es la esperanza de la isla de Usain Bolt para recuperar el dominio de la velocidad, pero la verdadera joya de Jamaica, el atleta caribeño que deja a todos con la boca abierta, no es un velocista, sino un saltador de triple salvaje y relajado, una contradicción que se resuelve en una sonrisa despreocupada, un bamboleo de caderas terminado el salto, una carrera corta, y tres explosiones, tres saltos en el triple, aún corto el segundo, que le llevan hasta 17,70 metros como quien no quiere la cosa. Un atleta natural, de 18 años, que crece en el atletismo universitario de Estados Unidos.

Antes aún, a las dos de la tarde, casi tres, ya soleadas tras la tormenta, las saltadoras de longitud maduradas por Iván Pedroso en Guadalajara, Fátima Diame (6,61m) y Tessy Ebosele (6,65 en su primera experiencia en un Mundial absoluto), se clasifican para la final, la primera vez con dos españolas en la cumbre (16.55), minutos después de que Dani Arce se clasificara para la final (martes, 21.42) de los 3.000m obstáculos, y casi simultáneamente al pase de Marta Pérez y Esther Guerrero a las semifinales de 1.500m (domingo, 17.05).

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