Ángel González-Adrio, historia viva del primer Mundial de baloncesto
El exjugador gallego, de 92 años, único superviviente español del estreno mundialista en Argentina 1950, revive hoy los orígenes de la selección
Han pasado 73 años y el recuerdo aún sigue vivo. En el ático de un piso de Barcelona con vistas al Camp Nou, el gallego Ángel González-Adrio se sienta en un despacho lleno de cuadros y papeles. En febrero cumplió los 92 y camina con la misma pausa con la que habla. Cuando comienza la charla, Ángel cierra los ojos, sonríe y desde su silla viaja en el tiempo. Vuelve al pabellón Luna Park, en Buenos Aires. Del 22 de octubre al 3 de noviembre de 1950. En esa cancha y en esos 12 días se juega el primer Mundial de baloncesto de la historia. España está entre las 10 participantes. Y él, nacido en Pon...
Han pasado 73 años y el recuerdo aún sigue vivo. En el ático de un piso de Barcelona con vistas al Camp Nou, el gallego Ángel González-Adrio se sienta en un despacho lleno de cuadros y papeles. En febrero cumplió los 92 y camina con la misma pausa con la que habla. Cuando comienza la charla, Ángel cierra los ojos, sonríe y desde su silla viaja en el tiempo. Vuelve al pabellón Luna Park, en Buenos Aires. Del 22 de octubre al 3 de noviembre de 1950. En esa cancha y en esos 12 días se juega el primer Mundial de baloncesto de la historia. España está entre las 10 participantes. Y él, nacido en Pontevedra el 10 de febrero de 1931 y emigrado con su familia a Argentina siendo un niño, es uno de los 12 integrantes de la primera selección nacional en una Copa del Mundo.
Sus compañeros son Eduardo Kucharski, Álvaro Salvadores, Andreu Oller, Joan Dalmau, Arturo Imedio, Joan Ferrando, Ángel Lozano, Jaume Bassó, José Julio Gámez, Domingo Bárcenas e Ignacio Pinedo. Solo Ángel González-Adrio sigue vivo, y su regreso al pasado permite rememorar el origen de un equipo español que hoy es campeón del mundo y de Europa, y que este verano, del 25 de agosto al 10 de septiembre en Filipinas, Japón e Indonesia, defenderá su corona mundialista. La semilla de oro la plantaron pioneros como Ángel.
“Yo vivía en Buenos Aires hasta poco antes de ese Mundial. Desde que tenía tres años hasta que murió mi madre en el 48 y nos volvimos. Mi padre ya había fallecido. Yo era el tercero de tres hermanos. Rafael y Pedro me llevaban 18 y 13 años, y mamá decía que yo había sido un mal viaje. Nos fuimos a Argentina unos días antes de que empezara la Guerra Civil en España, pero Rafael, el mayor, que era maestro, se quedó, porque tenía un título y le mandaron a un curso de oficiales. Empecé a jugar al baloncesto enfrente de mi casa, en la Asociación Nacional Buenos Aires, ANBA. Luego pasé al Gimnasia y Esgrima, y fuimos campeones infantiles y cadetes de Buenos Aires”, revive González-Adrio.
El baloncesto en España estaba en los despertares. No existía la Liga, que nacería en 1956, sino que se jugaban los campeonatos autonómicos y el de España, una especie de Copa actual. La selección se presentó en ese Mundial argentino con solo 16 partidos en su palmarés desde su estreno en 1935. Se había clasificado para la cita en un torneo previo en enero, en Niza, y cruzó el charco gracias a un permiso del general José Moscardó para jugar fuera de España. Con 19 años, González-Adrio era el más joven del grupo, y también uno de los más altos, 1,85m.
“Para el Mundial nos concentramos en una academia militar en Toledo. El entrenamiento físico nos lo hacía un capitán del Ejército”, revive el gallego. La Federación había contratado a un entrenador extranjero, el lituano nacionalizado estadounidense Michael Rutzgis, un tipo peculiar, aficionado al vino español, contrario a que los jugadores llevaran bigote y que como novedad deportiva dejó el concepto de bloqueo. Por las mañanas se encargaba él mismo de preparar a los chicos “una naranjada” que regaba “con ginebra”. “¿Cómo era? ¡Malo! Con esa mezcla de país del este y americano… Era muy diferente de lo que conocíamos”, recuerda González-Adrio.
El viaje a Argentina fue “eterno”: 36 horas de avión con escalas en Lisboa, Dakar, Natal y Río antes de llegar a Buenos Aires. Allí les esperaba el último miembro de la expedición, Álvaro Salvadores, un jugador español que vivía en Chile y que al enterarse de que la selección disputaría el Mundial envió una carta al presidente federativo, el general Jesús Querejeta, junto con fotos y recortes de prensa sobre sus partidos en el campeonato chileno. España lo reclutó y sus compañeros se lo encontraron en el aeropuerto. “Lanzaba con las manos por detrás de la cabeza, impulsando el balón desde atrás”, cuenta González-Adrio. Con 13,8 puntos de media, Salvadores fue el máximo anotador del torneo, pero sus compañeros le criticaron por individualista y en 1952 disputó los Juegos con Chile.
“Yo con 1,85 jugaba de alero y de pívot. Los más altos eran los americanos, mucho más que el resto. Los puestos no estaban tan definidos y a veces no teníamos claro quién jugaba de base”, apunta Ángel. España debutó con derrota por un punto, 56-57 ante Egipto, y al tropezón le siguieron otros tres contra Chile (40-54), Perú (37-43) y Ecuador (54-50). La selección solo ganó un partido… que no se jugó. Yugoslavia (donde se alineaba Boris Stankovic, posteriormente secretario general de la FIBA) no se presentó por su condena al franquismo y perdió oficialmente el duelo por 2-0. Argentina fue campeona mundial al ganar a Estados Unidos por 64-50. España fue décima y última.
Ángel González-Adrio resalta que fue “un orgullo estar en la primera selección española en un Mundial de baloncesto”. Pero tanto tiempo después, una herida sigue abierta. “El entrenador me dejó sin jugar. Ni un segundo. Han pasado 73 años y eso todavía me duele. Le contaron que había un enfrentamiento entre castellanos y catalanes, dos bandos, y yo que soy gallego me quedé sin participar”, lamenta. Tampoco reporta ganancias: “No sé si nos pagaron alguna dieta…”. Recuerda con cariño, eso sí, una foto con Roberto Viau, figura argentina, con quien había coincidido de jóvenes.
El emigrante gallego que regresó jugó en varios clubes, el Español, el Montgat y el Mollet. Y se retiró con solo 28 años. “Estudiaba la carrera de Ingeniero Industrial, sección Electricidad, y no podía compaginar las dos cosas. Dejé el baloncesto”, comenta. Curiosamente su apellido, González-Adrio, se hizo famoso por su sobrino Rafael, médico del Barça de fútbol que trató a Cruyff, Maradona (le operó tras la recordada entrada de Goikoetxea) y Schuster, entre otros, además de ser antes jugador de baloncesto en el equipo azulgrana y en el Madrid, y 14 veces internacional.
De aquella generación pionera, Kucharski fue seleccionador en el debut olímpico del baloncesto español, en Roma 1960, además de entrenar al Barça, Joventut y Virtus; Pinedo dirigió al Estudiantes y al Real Madrid (murió de un ataque al corazón en un partido); y Domingo Bárcenas, triunfó en el balonmano como jugador, entrenador, seleccionador y presidente de la federación.
España prepara ahora un nuevo Mundial. En su casa, Ángel encenderá el televisor. Una vez más, viajará al pasado. No jugó un segundo, pero hizo historia.
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