El herpes que delató la debilidad de Pogacar el día de su hundimiento en el Tour de Francia
El esloveno, con un solo bloque de entrenamiento en lugar de los dos habituales por culpa de la fractura de muñeca en abril, ha corrido con una máscara de atacante para intentar impresionar a Jonas Vingegaard
La máscara empezó a quebrarse por la boca. Una pequeña calentura, un herpes simple, en sus labios alegres en la que se detuvo medio segundo la cámara que examinaba su rostro detenido mientras esperaba la cuenta atrás en la rampa de la contrarreloj delataba fatiga, depresión del sistema inmune.
“Es muy típico en ciclistas cuando hay un esfuerzo fisiológico y psicológico importante, y el Tour para ganarlo lo es, ¿no?”, explica ...
La máscara empezó a quebrarse por la boca. Una pequeña calentura, un herpes simple, en sus labios alegres en la que se detuvo medio segundo la cámara que examinaba su rostro detenido mientras esperaba la cuenta atrás en la rampa de la contrarreloj delataba fatiga, depresión del sistema inmune.
“Es muy típico en ciclistas cuando hay un esfuerzo fisiológico y psicológico importante, y el Tour para ganarlo lo es, ¿no?”, explica Íñigo San Millán, entrenador de Tadej Pogacar, uno de los artesanos de la máscara de optimismo, forma extraordinaria, despreocupación, agresividad, audacia y seguridad, con la que el esloveno se enfrentó al Tour y al inabordable Jonas Vingegaard consciente de que no tenía mucho que hacer. “Es muy típico en ciclistas. En el Tour de Francia, pues habitualmente hay alguno que tiene un herpes. Pues bueno, le ha tocado ahora a Tadej, como igual le puede tocar a otro…”
A Pogacar, de 24 años, en sus tres Tours anteriores, dos victorias, un segundo puesto, en la Vuelta de su debut en la que hizo temblar, a los 19 años a Roglic, en sus años invencible nunca le había aflorado un herpes.
“Tadej se cayó el 23 de abril. Se operó de la muñeca el mismo día, a dos meses del comienzo del Tour. Con Tadej, antes del Tour, siempre habíamos hecho dos bloques buenos de entrenamiento de un mes cada uno, pero este año solo nos ha dado tiempo a hacer uno”, analiza San Millán. “Yo siempre he dicho que éramos muy optimistas, pero que había que tener cautela. No sabemos de nadie que haya ganado un Tour de Francia con un mes de entrenamiento. Pero nos dejamos, quizás, engañar por los números, que eran muy buenos en la concentración de Sestriere, y luego ganó muy fácil el campeonato de Eslovenia, y empezó el Tour muy fuerte… Y así se nos fue olvidando a todos, tanto a nosotros en el equipo, como a la prensa, como a los aficionados, que era una misión muy difícil el ganar el Tour con un mes de entrenamiento, con un bloque y no con dos bloques”.
La máscara era perfecta. Sprints en Pike y Jaizkibel, recuperación extraordinaria en Cauterets de la crisis del Marie Blanque, achacable a la ansiedad; sprints en el Puy de Dôme, el Grand Colombier, Joux Plane, el Mont Blanc… Una baguette riéndose un día de descanso, zambullidas en la piscina, como un niño, el otro. Un ciclista feliz, un mundo feliz. No es el Pogacar despreocupado de otros años, de ataques lejanos, salvajes, sin miedo al fracaso. Es un Pogacar calculador, controlador del esfuerzo, ni un vatio de más. “Lo hago porque aprendía de la derrota del 2022″, explicaba Pogacar, y todos le creían. Un Pogacar serio, experto, seguro. La máscara es perfecta. Engaña a todos. No a Vingegaard, que le conoce mejor que a sí mismo. Ese no era su Pogacar. “Me atacó todos los días. Quería impresionarme. Demostrarme que estaba muy fuerte. Ahí vi su inseguridad”, dice el danés que pudo haberle arrancado la máscara antes, pero esperó a la contrarreloj, un buen golpe, y al último día de los Alpes, la etapa que más le gustaba, y en la que le valió un pequeño empujón, camino de La Loze, para enfrentar a Pogacar a sus límites, y el domingo, con una diferencia no vista en décadas, ganará su segundo Tour, los que le hará el 14º socio del club de Petit Breton, Firmin Lambot, Ottavio Bottecchia, Nicolas Frantz, André Leduq, Antonin Magne, Sylvère Maes, Gino Bartali, Fausto Coppi, Bernard Thévenet, Laurent Fignon, Alberto Contador y Tadej Pogacar. “El que va siempre al ataque se hace vulnerable. Cada día le cuesta más abrir hueco; cada día lo tiene más fácil el rival”.
Subiendo La Loze, la única máscara era la de la imperturbabilidad de Vingegaard, frío ejecutor de su estrategia, grandes gafas, guantes, maillot cerrado hasta el cuello. Para entonces, distanciado, acompañado solo de su compañero de habitación Marc Soler, Pogacar se había despojado de máscara, de gafas, de camiseta, y brillaban los estigmas de sus caídas, de su herpes, de su estómago que, síntoma de agotamiento, se negaba a digerir –hay una ley: quién mejor engulle y digiere, más fuerte es: es una forma tan segura como la del VO2max u otros umbrales para discernir los campeones--, y su mirada.
El sex appeal top del campeón que ha peleado y ha perdido. La derrota le supuso un aumento récord en el número de seguidores en las redes. Se ha hecho más grande perdiendo. Sin máscara, después del Tour, Pogacar necesitará descansar física y mentalmente, y preparar las clásicas italianas de otoño, lo que significaría que no hará la Vuelta,
“Ahora sabemos que para hacer el Tour de Francia hay que hacer dos bloques y no uno”, dice San Millán. “Queríamos una batalla con Vingegaard hasta el último metro. Él nos la ha dado. Y mirando todos los datos, vemos que estamos hablando de que con un mes de preparación está haciendo el segundo en el Tour de Francia. Para mí hay que descubrirse. Hay muchos otros corredores que igual hubiesen reventado, y sería décimos o vigésimos. Tadej ha seguido peleando y peleando y peleando. Hacer segundo no es moco de pavo. Tadej es humano y el ciclismo también. Estamos ante una nueva época del ciclismo llena de emociones”.
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