Una sensación de mierda
La mala noticia para Lukaku es que se te queda pegada como esas que pisas sin darte cuenta en la calle y llevas arrastrando todo el día
Sí, vale, es una definición poco fina, tal vez exenta de estilo, seguro que demasiado explícita pero también reconozcamos que todos los que hemos estado en una situación como la de Romelu Lukaku y sus compañeros del Inter, hubiéramos suscrito el aforismo letra por letra.
La mala noticia para Lukaku es que este tipo de mierda se te queda pegada como esas que pisas sin darte cuenta en la calle y llevas arrastrando todo el día y que, ac...
Sí, vale, es una definición poco fina, tal vez exenta de estilo, seguro que demasiado explícita pero también reconozcamos que todos los que hemos estado en una situación como la de Romelu Lukaku y sus compañeros del Inter, hubiéramos suscrito el aforismo letra por letra.
La mala noticia para Lukaku es que este tipo de mierda se te queda pegada como esas que pisas sin darte cuenta en la calle y llevas arrastrando todo el día y que, acompañada de cierto tufo desagradable, camina contigo como un remedo del mítico Nunca caminarás solo, pero en versión escatológica. Lo digo por conocimiento propio que esta semana misma volvíamos a vivir un 13 de junio, San Antonio, misma fecha de aquel partido del Mundial contra Nigeria y que todavía me hace revisar las suelas de mis zapatos porque un ligero aroma viene y viaja desde el pasado.
Justo, justo, justo, lo contrario será para el Manchester City, que ya tiene su fecha mágica, similar a aquel 20 de mayo al que Pep Guardiola hacía referencia como ese día en el que asciendes a lo más alto de los altares futboleros europeos y ese día en el que te convences de que eres capaz de ganar la principal y más difícil competición de fútbol en Europa. Pero también sabe Pep que la consecución de tan prestigioso y perseguido logro puede traer consigo cierta distensión, tal vez porque ya se conoce esa cima, tal vez porque te conviertes en el rival a batir, tal vez porque a este sistema del deporte espectáculo le gusta que el asunto de los campeones esté repartido. Bueno, salvo cuando el Real Madrid encadena Orejonas como quien lava.
Es también curioso cómo los debates futboleros dan para una cosa y la contraria. Por ejemplo, se decía que a Pep Guardiola le hacía falta ganar una Champions con otro equipo diferente al Barcelona para que se confirmase su valor como entrenador de alto nivel, como si lo anterior no tuviera valor, tal vez porque alguno pensaba que esos logros anteriores sólo eran cuestión de los jugadores que Pep tenía a su disposición y no del talento, la creatividad y la capacidad de retar lo establecido del de Sanpedor. Pues ha sido ganar la Champions en Estambul para que se hayan abierto otros debates en cuanto a cuál es, mejor dicho, cuál será la posición de Guardiola en la clasificación histórica de los entrenadores. Como si quisiéramos anticiparnos en el tiempo al futuro, que suele ser un excelente juez para esos asuntos porque permite poner las cuestiones en perspectiva y en la historia, todo lo contrario a ese deseo en el que vivimos de que el futuro se conjugue como tiempo presente.
A mí me parece evidente que Pep ha sido decisivo en su influencia, de forma directa, en el fútbol español, alemán e inglés. Y que, además, debido a que estas ligas son tres de las principales del mundo, su influencia ha sido decisiva para todo el fútbol del globo terráqueo, de forma que, para bien o para mal, sus equipos son seguidos, analizados, escrutados y diseccionados por todos lo que se dedican —nos dedicamos— a este deporte simple y complejo que es el fútbol.
Ah, sí, claro que alguna vez el zapato futbolístico de Pep ha acabado con ese aroma indeseado que suele llevar asociada la derrota o la eliminación de su equipo. Es ley de vida y no hay nadie que haya ganado siempre, pero no tengo la menor duda de que el aroma y perfume de excelencia que llevan sus equipos ha sido mucho mayor, mucho más influyente y le colocan en lo alto de cualquier escalafón. Si no, y como último ejemplo, miremos las caras de alegría, de gozo, de satisfacción, hasta de incredulidad con la que los seguidores del City aplaudían a los suyos al final del partido sintiendo que esta vez eran ellos, los Sky blues, los dueños del fútbol europeo de clubes. Eso sí que es un aroma exquisito, que si no es el de la felicidad, se parece mucho a ella.
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