Exhibición de Vingegaard y desastre español a tres semanas del Tour de Francia
El ciclista danés gana dos etapas y se impone en la general de la Dauphiné, ensayo general para la ‘grande boucle’, en la que Landa y Mas sufren
En el corazón de Saboya y los Alpes, alcanzando la cima del Mollard, 1.638m, una bandera verde y amarilla, y una estrella roja de cinco puntas en la diagonal que separa los dos colores recuerda desde la cuneta que es el día nacional de la Guayana Francesa, circunstancia que seguramente pasó inadvertida al tren del Jumbo que, dirigido por Dylan van Baarle a menudo paso le lleva al pelotón de la Dauphiné. ...
En el corazón de Saboya y los Alpes, alcanzando la cima del Mollard, 1.638m, una bandera verde y amarilla, y una estrella roja de cinco puntas en la diagonal que separa los dos colores recuerda desde la cuneta que es el día nacional de la Guayana Francesa, circunstancia que seguramente pasó inadvertida al tren del Jumbo que, dirigido por Dylan van Baarle a menudo paso le lleva al pelotón de la Dauphiné. Es el ensayo general del Tour para el equipo de Jonas Vingegaard. No hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea ejecutar al milímetro las órdenes del director de escena. En la Croix de Fer, un relevo bárbaro de Attila Valter, el último peón del Jumbo, saca de rueda a su líder, acaba con las escasas energía de los demás, que entran en modo survival, envía a la miseria a Mikel Landa y desnuda a Enric Mas, y las esperanzas españolas en el Tour se concentran en el más joven, Carlos Rodríguez, que será debutante y aguanta.
Es tan verídico, tan fuerte el ataque subsiguiente de Vingegaard, tan lejano, a seis kilómetros de la cima, 2.067m, del viejo Croix de Fer, uno de los cuatro gigantes alpinos, con el Galibier, el Télégraphe y la Madeleine, que, una vez terminado, y una tormenta se desencadena, truenos y chaparrón, para saludar la décima victoria del danés en 24 días de competición, que los rivales, los componentes del segundo escalón, la troupe anglosajona –Adam Yates, Ben O’Connor, Jack Haig, Jai Hindley— y Carlos Rodríguez, con la cruz a cuestas, confiesan su impotencia –”no hemos siquiera intentado seguirle”, dice O’Connor. “Es algo diferente, no practica el mismo deporte que nosotros”—y su canibalismo en el aficionado genera una suerte de alucinación.
¿Es este de amarillo el tímido Vingegaard, el danés discreto que ganó el Tour del 22 culminando un ataque mil veces planificado de todo su equipo en el Galibier, o es otro, es quizás Tadej Pogacar disfrazado, pues corre como él, como el esloveno sonriente y siempre aparentemente despreocupado, loco?
No puede ser Pogacar, es imposible, acuerdan los aficionados. El esloveno que se rompió la muñeca el 23 de abril está estos días en Sierra Nevada entrenando duro para recuperar el tiempo perdido, los kilómetros no hechos en cinco semanas de parón, y divirtiéndose, como proclama diariamente en su Instagram con fotos en las que nunca faltan ni su sudor ni sus carcajadas. Y para angustiar sus tardes, para borrarle la carcajada las horas de la siesta en la montaña granadina, para advertirle de lo que le espera en el Tour, y motivarlo para la batalla, Vingegaard seguramente se exhibe cada día de su ausencia.
Es sábado, séptimo día de ensayos generales en Francia a tres semanas del Tour. Vingegaard ha hecho de todo, y casi todo bien para descorazonamiento de sus competidores. El primer día, prepara en el último kilómetro el sprint ganador de su compañero Laporte. Tan fuerte va que a sus espaldas el grupo de los favoritos se deshace; Landa y Mas, secos, se descuelgan en una rotonda; el cuarto, su único error: siendo el más fuerte queda solo segundo la contrarreloj por un exceso de optimismo y un error de cálculo: sale tan fuerte que en los 10 últimos kilómetros se asfixia en el mismo falso llano en el que Mas sufre el segundo desfallecimiento de la semana. El quinto día, jueves 8, experimenta con un monoplato como el de Roglic en el Giro y responde a un ataque del vivaz Carapaz en un segunda, le remacha al ecuatoriano en un repecho, alcanza el maillot amarillo que ganó en la contrarreloj su compatriota Berg, gana la etapa y se gana el respeto y el amor de la afición mundial cuando en la conferencia de prensa dice que qué bobada hablar de él y de sus victorias un día como ese, en el que en la vecina Annecy un individuo ha acuchillado a cuatro niños, que aún luchan por su vida, y le caen lágrimas cuando dice: “Mi pensamiento está con ellos y con sus familias”. El octavo día, la traca final, la conquista del Fuerte de la Bastilla de Grenoble –segundo en la etapa tras atacar en el último kilómetro, a unos segundos de Ciccone, fugado en la travesía del macizo de la Chartreuse, y dejando clavado a Adam Yates, compañero y gregario de Pogacar en el UAE--, la cuesta inhumana que reveló la furia y la clase de Bernard Hinault en 1977, que caído en el col de Porte, y rescatado a duras penas de un precipicio, recuperado y sangrante ataca y gana la etapa y la carrera.
Es el Vingegaard exhibicionista, como lo son todos los grandes campeones.
¿No ha sido acaso así toda la temporada? ¿No ha sido 2023, en O Gran Camiño, tres etapas en la general; y el mismo botín, tres y una, en la Itzulia, y en la Dauphiné? Ha ganado todo lo que ha corrido salvo la Paris-Niza, la única carrera en la que coincidió con Pogacar, que se ríe en la distancia. Los viejos recuerdan el adagio “un día se gana y otro se aprende”. Y Vingegaard añade: “No estoy ni siquiera tan fuerte como cuando gané el Tour, y aún voy a mejorar antes del Tour”.
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