Guardiola es leyenda
El entrenador del City culmina su segundo equipo de época, lo nunca visto. “No me lo creo, había hecho una primera parte horrible”, dice Rodri, autor del gol del triunfo
Una carrera en profundidad de Bernardo Silva rompió la monotonía en el ataque del City, cuando mediaba la segunda parte de un partido espeso como gelatina. Akanji le dio el pase y el portugués pasó atrás para que Rodri metiera el gol más importante de la historia del club más modesto de Mánchester: 1-0. La carga de dinamita que derribó el muro maldito y permitió a Guardiola conquistar su primera Champions lejos del Barça, su título número 35 en 15 temporadas y, probablemente, el más sufr...
Una carrera en profundidad de Bernardo Silva rompió la monotonía en el ataque del City, cuando mediaba la segunda parte de un partido espeso como gelatina. Akanji le dio el pase y el portugués pasó atrás para que Rodri metiera el gol más importante de la historia del club más modesto de Mánchester: 1-0. La carga de dinamita que derribó el muro maldito y permitió a Guardiola conquistar su primera Champions lejos del Barça, su título número 35 en 15 temporadas y, probablemente, el más sufrido. El que le hizo traspasar el umbral que ningún entrenador ha cruzado: lograr dos tripletes con dos equipos distintos, construir dos equipos legendarios en dos países.
“Hoy hace 14 años que ganamos el triplete con el Barcelona y 14 es el número de Johan Cruyff”, dijo Guardiola, tras el partido. “Quisiera recordar a mi director deportivo [Txiqui Beriguistain] y a mi CEO [Ferrán Soriano]. Ellos siempre me respaldaron. Muchos entrenadores despiden a sus entrenadores y desmontan los proyectos cuando no ganan la Champions. Hoy sufrimos, pudimos perder el partido en dos ocasiones al final del partido y yo sería la misma persona. Siento que esta Champions convalida las cinco Premiers que logramos desde 2016. Si el mundo entero decía que necesitábamos la Champions para ser reconocidos, tal vez era cierto. A veces solo necesitas este tipo de suerte que en el pasado, contra el Chelsea o el Tottenham, no tuvimos”.
Pep Guardiola pidió “paciencia”. La pidió el martes y la reclamó el sábado rumbo a la final. Como si la mayor de las virtudes confucianas concentrase en sí misma la panacea de los problemas que presenta la competición, el entrenador la inculcó a sus jugadores a lo largo de toda la preparación de la final. Pero comenzó el partido, y lo primero que sucedió resultó desconcertante. André Onana recibió un balón de sus centrocampistas, y como lo presionaron lo reventó enviándolo a la tribuna lateral del estadio Atatürk. La pelota surcó la nube de queroseno y azufre que cubría el campo tras la ceremonia que había precedido al partido. El mensaje implícito en el pelotazo cayó como un manto sobre los 70.000 espectadores: a paciencia, a los italianos y sus discípulos, no les gana nadie.
Guardiola construyó el City reclutando en el mercado a los jugadores más desaforados, agresivos y verticales a su alcance. Son maestros en el arte de mover el balón a velocidad de vértigo y él alimenta ese furor con abnegación. Hasta que llegan los partidos decisivos. Duelos como el del Bernabéu en la ida de las semifinales de la Champions, partidos como la final de Copa contra el United, o encuentros como la final disputada en Estambul. Entonces el técnico comienza a modular el discurso. Donde antes pedía presión, ritmo y desmarques rápidos para dejarla de cara y correr al espacio, ahora pidió cautela. Paciencia, en el lenguaje subliminal de los camerinos, significa cuidado con los pases arriesgados, no sea que la pelota caiga en manos del adversario y provoque un contragolpe letal. La calma, la pausa, exigida así, puede dar lugar a confusión en plantillas acostumbradas a vivir en la cornisa. No está claro que los del City percibieran esto. Lo que no les podrá reprochar Guardiola es que se comportaran con arrojo. Obedientes, sin fisuras, se les vio asumir poquísimas responsabilidades que sobrepasaran el plan de prudencia establecido por su líder. Como el Inter tampoco tuvo ningún apuro, la noche discurrió sin que se registrara otra cosa que exhibiciones de orden, rigor y seguridad, salpicadas de algún error puntual que Guardiola somatizó dando gritos de alarma.
Durante más de una hora, la hinchada del City asistió a los acontecimientos paralizada. Silente, las más de las veces, perpleja, frente a la bulliciosa curva interista. Estambul no fue una ciudad extraña para los aficionados italianos, pero en los ingleses, que llegaron mucho más tarde al estadio, imprimió una suerte de anestesia. Ingenuos, como mucho, cantaban Hey Jude entre dientes. El fútbol que transmitía su equipo solo les inspiraba paciencia. Emociones, pocas.
Inzaghi: “Hemos jugado una gran final”
“No merecimos perder”, resumió Simone Inzaghi, después de recoger su medalla de plata. “Hemos jugado una gran final; he abrazado uno a uno a todos mis chicos”. Acerbi, Çalhanoglu, Brozovic, Darmian y Dzeko frisan los 30 años o los han superado ampliamente. El ritmo pausado de circulación del rival les brindó oxígeno. El partido largo les convenía. Cada minuto que transcurrió con 0-0 en el marcador acrecentó su confianza. La final, a priori una de las más desiguales de la historia, se agotaba asombrosamente igualada. El City y el Inter se repartían ocasiones y llegadas de peligro por igual, cuando al filo de los 70 minutos, una incursión de Rodri —iluminado por el gran Bernardo Silva— inclinó la final del lado inglés.
“No me lo creo”, dijo Rodri al terminar. “He estado horrible en la primera mitad, pero el míster me animó y me dijo que actuara como un líder. Meter un gol en la final de la Champions demuestra que cualquier chaval que trabaje duro puede estar aquí. Tenía en mente pegarle fuerte al balón, pero al final dije: ‘Colócala”.
El 1-0 fue un clavo. Un agarre minúsculo en la pared interminable. Nunca un equipo de Guardiola acabó tan apretado un partido tan importante contra un adversario más limitado. Con su Dzeko, con su Lautaro, con su Lukaku, con su Dimarco, el equipo de Inzaghi acabó metiendo al City en su área, amparado en los postes o despejando tiros a la desesperada. Catorce remates hizo el Inter, el conjunto que mejor practica el viejo catenaccio del top 5 de Italia, por siete del City. Una anomalía. Un caso de riesgo extremo inducido por el exceso de paciencia, resuelto con fortuna a favor del Manchester City en la victoria número 101 de Guardiola en la Champions. Solo Ancelotti (191) y Ferguson (190) le superan. Es leyenda viva del fútbol.
“¡Cuidado Real Madrid, vamos a por ustedes!”, bromeó el técnico, durante la conferencia de prensa; “¡solo nos faltan trece Champions para cogerlos!”.
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