La resurrección primaveral del Inter de Milán
Estimulado por los goles de Lautaro y Lukaku y la jerarquía de Brozovic, el equipo de Inzaghi salió del fango para completar un gran final de temporada.
A mediados de abril el Inter culminaba un declive de rendimiento tan agudo que amenazaba con implosionar. Sólo había sumado un punto en cinco partidos y ocupaba la sexta posición en la Serie A. Desde el centro de entrenamiento de Appiano Gentile se escuchaba el rumor de los sables contra la gestión del técnico, Simone Inzaghi, que provenía de las rotativas más insignes, de los inflamados platós de televisión y del edificio The C...
A mediados de abril el Inter culminaba un declive de rendimiento tan agudo que amenazaba con implosionar. Sólo había sumado un punto en cinco partidos y ocupaba la sexta posición en la Serie A. Desde el centro de entrenamiento de Appiano Gentile se escuchaba el rumor de los sables contra la gestión del técnico, Simone Inzaghi, que provenía de las rotativas más insignes, de los inflamados platós de televisión y del edificio The Corner, la moderna sede del club en el distrito financiero de Porto Nuovo, con espléndidas vistas a la Madonnina de la catedral de Milán y al estadio de San Siro.
Las acusaciones de inmovilismo táctico contra el entrenador sometieron a Inzaghi a un estoico ejercicio de resiliencia. Poco se conoce del proceso interno por el que la atmósfera de un equipo que empezaba a asemejarse peligrosamente a un ejército en desbandada se transformó con inusitada velocidad en una engrasada y robusta máquina de competir. El 15 de abril el Inter tocaba fondo empatando a cero en casa ante el Monza. Desde entonces sumó siete victorias en las últimas ocho jornadas de Liga, asegurándose la tercera plaza en la tabla. Levantó la Copa de Italia eliminando a la Juventus y tumbando a la osada Fiorentina en la final. En el mismo periodo fue capaz de liquidar al emergente Benfica en los cuartos de la Champions, y de abrasar al Milan en las semifinales con un ejercicio de solidez defensiva y eficacia rematadora. Ahora el Inter quiere agarrar su cuarta Copa de Europa a orillas del Bósforo.
La aplicación táctica incidió en la tendencia positiva para elevar y ajustar el método de un equipo mejorado últimamente en su armazón defensivo y capaz de verticalizar con rapidez y precisión selectivas acciones de ataque llenas de automatismos y variantes. Un escuadrón obediente, curtido y entregado a la pizarra ante la inesperada oportunidad que se le presenta en Estambul. A la cita cumbre de su historia reciente llega además con algunos jugadores clave que han pasado un curso muy complicado y que de repente parecen haber disparado su rendimiento competitivo.
El volante croata Marcelo Brozovic ha sido una de las banderas del Inter desde 2015. Desembarcó en la media punta, y Luciano Spalletti lo recicló en medio centro en 2017 para convertirlo en el jugador más valorado del equipo. En septiembre sufrió una rotura de fibras en el muslo izquierdo. Llegó al Mundial justísimo, aunque fue uno de los futbolistas que más kilómetros recorrió en Qatar. En enero volvió a lesionarse y estuvo más de un mes ausente. Inzaghi había tenido que reinventar el centro del campo con Calhanoglu como regista. El experimento salió bien, pero ahora Brozovic ha recuperado el tono físico y los galones. Inteligente y dinámico hasta parecer que posee el don de la ubicuidad, tanto para cerrar espacios como para administrar con sapiencia el ritmo de juego, fue vital en el partido de vuelta de la semifinal ante el Milan: Sustituyó a Mkhitaryan, que se lesionó y llega muy justo a la final. Puede ser el último servicio de Brozovic a la causa nerazzurra, ya que su cotización es alta y el Inter necesita ingresos urgentemente.
El club traspasó al delantero Romelu Lukaku al Chelsea en 2021 por 115 millones de euros. Había sido el goleador en el Scudetto ganado con Antonio Conte y anotó 64 dianas en los dos cursos de su anterior etapa interista. El verano pasado volvió cedido y comenzó su calvario. En agosto se rompió el tendón de los flexores del muslo izquierdo. Una catástrofe clínica para el hipermusculado gigante belga porque reajustar cualquier contratiempo de su tremenda armadura lleva tiempo. Reapareció brevemente en octubre, sufrió otra lesión y su presencia con Bélgica en el Mundial fue testimonial: nueve minutos ante Marruecos y 45 ante Croacia. En enero volvió a jugar con el Inter, le costó un mundo recuperar el ritmo y dio muestras de ansiedad y desasosiego. Ante la Sampdoria protagonizó un bronco enfrentamiento a gritos con su compañero Barella que le había hecho un gesto de desaprobación por un error técnico. En la Champions no jugó un solo partido de titular. Pero con la primavera sus músculos entraron en estado armónico y su cabeza también se liberó. Fue víctima de un episodio racista en campo de la Juventus en la semifinal copera: le estaban dedicando ruidos simiescos, hizo el gol del empate en el minuto 95, y celebró haciendo el saludo militar y el gesto de silencio que hace casi siempre. El árbitro le mostró la segunda tarjeta amarilla y se montó una gresca descomunal. Luego la federación le retiraría la cartulina. En un pelotón sin regateadores de relieve, Inzaghi valora mucho un recurso atávico: la capacidad de Lukaku para recibir balones largos y controlarlos de espaldas al área, con su marcador encima, para inmediatamente descargar la pelota a centrocampistas llegadores como Barella. Ha anotado nueve goles desde abril. El central Bastoni lo celebraba en sus redes sociales: “¡Bravo, Rome!. Por fin ha aterrizado el avión desde Londres”. Lukaku pugna con el veterano Dzeko por un puesto de titular. Ambos mezclan bien como acompañantes del goleador Lautaro Martínez.
El argentino celebró su boda en mayo en un hotel frente al lago Como con media selección albiceleste presente. En el Mundial, mermado por las infiltraciones en un tobillo, fue el jugador que más veces remató a portería (14) pero solo marcó en la tanda de penaltis ante Holanda en cuartos. En el combinado de Scaloni perdió su condición de titular ante la eclosión de Julián Álvarez, el delantero fichado por el Manchester City con el que hoy se reencuentra y al que ha elogiado repetidamente. Delantero integral en constante crecimiento y rematador compulsivo como lo era su ídolo Diego Milito, Lautaro no dio síntomas de zozobra mental por no haber tenido más peso en la conquista de la Copa del mundo. Ha sumado 28 goles y 10 asistencias en un curso consagratorio. Su producción se desbocó en primavera: siete dianas entre abril y mayo en la recta final de la Serie A, un doblete en la final de Copa y el tanto que sentenciaba la semifinal de Champions ante el Milan. Es la pólvora de un equipo que se asomó a un colapso infernal y ahora sueña con el paraíso.
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