Rodrygo, Europa, el amor: el Real Madrid gana al Chelsea y se mete en la semifinal de la Champions
El brasileño desatasca el partido con dos goles en Stamford Bridge y el club blanco se medirá al City o al Bayern en la siguiente ronda, que ha alcanzado 11 de las últimas 13 temporadas
Entre las costumbres del Real Madrid en esta época está la de presentarse en la semifinal de la Champions, tanto da si lo hace con la agonía milagrera del curso pasado, con la seguridad con la que se deshizo del Liverpool en octavos y con la que solventó la ida de cuartos contra el Chelsea, o aga...
Entre las costumbres del Real Madrid en esta época está la de presentarse en la semifinal de la Champions, tanto da si lo hace con la agonía milagrera del curso pasado, con la seguridad con la que se deshizo del Liverpool en octavos y con la que solventó la ida de cuartos contra el Chelsea, o agazapado mientras los ingleses le buscaban las vueltas en Stamford Bridge. Da igual. Ya está en semifinales, la undécima en los últimos 13 años, a la espera de si el Manchester City recoge en Múnich lo que sembró con el 3-0 en casa y vuelven a verse en el escalón anterior a la final. Como el año pasado. También como entonces, apareció Rodrygo para desatascar un encuentro contra el Chelsea, de nuevo el enamoramiento del brasileño y la Copa de Europa para impulsar al Madrid.
Hasta que llegó él, el Madrid parecía encallado. La tarde antes, Frank Lampard contó que había revisado los dos partidos del año pasado además del de la ida. Al comienzo en Stamford Bridge, todo el primer tiempo incluso, su Chelsea, que había perdido las tres citas bajo su mando, pareció haber entendido qué hacer. La pelota era suya, el espacio era suyo. La insistencia, también. El Madrid apenas encontraba maneras de agarrar el balón y tomar el mando.
Entre las lecciones que encontró Lampard estaba la incidencia de Vinicius, que desordena al equipo completo del rival. Pero que a veces también desequilibra el suyo, o apunta a la zona por la que puede resultar más sencillo encontrarle rendijas. Amenaza tanto la espalda de Reece James como permite que el rival se aventure por la suya.
Así que el técnico de circunstancias del Chelsea volvió a la defensa de tres centrales con James y Cucurella en los carriles. Sobre todo apuntando a la izquierda del Madrid, donde convivían Vinicius y Camavinga, un aprendiz también circunstancial. Por ahí buscaron agua una y otra vez los ingleses. Allí empujaba Lampard de manera constante a su carrilero, e incluso a Kanté. Y desde allí comenzaron a llegar las ocasiones al área de Courtois, la primera un tiro dislocado de Kanté a dos metros de la portería.
Al Chelsea le funcionaba casi todo, salvo el remate. Habían comprendido dónde colocarse, dónde apretar, y robaban bastante arriba. Insistían, e insistían, con Kovacic y Enzo Fernández repartiendo, una distribución a la que contribuía Kai Havertz, flotando entre líneas.
El Madrid aguantaba, protegido por la ventaja de la ida y la seguridad de Alaba, Militão y la inspiración de Courtois. También envió alguna señal de que siempre está a dos carreras de un picotazo fatal. O a una, si es de Fede Valverde. El uruguayo cruzó de área a área con un balón que había atrapado Courtois, y Benzema terminó rematándolo fuera. El equipo de Ancelotti no hilvanaba, siempre a remolque. Seguía ahí, adormecido, o acechante, porque de cuando en cuando remataba aunque en fuera de juego.
Lampard llevaba días tratando de convencer a sus jugadores de que la Copa de Europa era capaz de reanimar a equipos moribundos, que es algo que le sucedió a él mismo una década antes en ese mismo equipo. El propietario, Todd Boehly, escogió un camino distinto: el sábado, después de verlos perder contra el Brighton, entró en el vestuario y les dijo que lo que había visto le había parecido “vergonzoso”. Por lo que fuera, durante casi una hora pareció que el Chelsea podía revivir de nuevo. Hasta que apareció Rodrygo.
Voló por la banda derecha, superó con un salto a Chalobah, entró solo en el área y la puso atrás para Benzema. El francés se encontraba rodeado, y la pelota llegó un poco más allá a Vinicius, que no había podido hacer daño con el vértigo y arrasó con la pausa. Esperó y esperó hasta que llegó Rodrygo, y se la dio. El gol del 21 finiquitó el plan A de Lampard, que trató de recurrir entonces a la locura total.
Introdujo de golpe a João Félix, a Mudryk y a Sterling. Ancelotti respondió con Tchouameni y Ceballos. “¡Juega, juega!”, gritaba desde la banda. El Chelsea se desordenó, el Madrid encontró a Vinicius, y él a Valverde, que atravesó el área como si la defensa estuviera congelada y se la dejó a Rodrygo, que tuvo tiempo para contar hasta tres antes de empujarla a menos de medio metro.
Ya estaba hecho. Otra vez el Madrid en la semifinal de la Champions, aunque con la inquietud de que no podrá contar con Militão por acumulación de tarjetas, y la intranquilidad de las molestias de Alaba, que obligaron a que Rüdiger entrara después del descanso. Otra vez el Rodrygo enamorado de la Orejona, al que Ancelotti recibió en el banquillo con un beso.
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