Dania, Pasic y el fútbol como refugio
Un año después de que estallara la guerra yugoslava, el jugador serbio invirtió todo lo que tenía en crear una escuela de fútbol en la que los niños pudieran jugar durante el peor sitio que una ciudad ha sufrido en la era moderna
Cuando Dania llegó a Lezama, hace más o menos un año, acababa de hacer dieciséis años y era uno de los jugadores más destacados de las categorías inferiores del club ucranio Dnipro. Tras la invasión rusa de Ucrania fue acogido por el Athletic Club, a solicitud de la European Club Association (ECA), en un programa que buscaba que los jugadores jóvenes de los clubes ucranios no perdieran el tren del ciclo f...
Cuando Dania llegó a Lezama, hace más o menos un año, acababa de hacer dieciséis años y era uno de los jugadores más destacados de las categorías inferiores del club ucranio Dnipro. Tras la invasión rusa de Ucrania fue acogido por el Athletic Club, a solicitud de la European Club Association (ECA), en un programa que buscaba que los jugadores jóvenes de los clubes ucranios no perdieran el tren del ciclo formativo por culpa de la guerra. Originario de Zaporiyia, donde sus padres tenían una granja, Dania fue el primero en llegar a la residencia del equipo bilbaíno. Integrado en uno de los equipos juveniles, destacó por su disciplina y buen hacer desde el primer día.
Cuando llevaba un par de meses en Bilbao, sufrió una pequeña rotura fibrilar que lo apartó de los entrenamientos. A pesar de las recomendaciones del entrenador y de los médicos, Dania seguía entrenando cada tarde noche. Cuando ya no quedaba nadie en Lezama, él hacía controles, regates y disparos a portería en soledad. Un día su entrenador me pidió que hablara con él, ya que fui una de las personas que le atendieron y mantenía con él una muy buena relación. Debe parar, insistió, o la rotura fibrilar irá a más. Cuando le expliqué la cuestión, Dania, que seguía las noticias de la guerra por internet y hablaba cada día con sus padres, negó con la cabeza y me contestó: “Es que cuando juego no pienso”.
Escuchándole, mi mente viajó a Sarajevo.
Predrag Pasic fue un espigado extremo serbio al que su exquisita zurda le convirtió en el favorito de la hinchada del FK Sarajevo a comienzos de los años ochenta. Era el capitán del equipo cuando en 1985 ganaron su segunda liga yugoslava, en parte gracias a sus goles. Después jugó tres temporadas en Alemania, pero tras su retirada regresó a la ciudad que amaba y lo amaba, Sarajevo. En 1993, un año después de que estallara la guerra yugoslava, Pasic invirtió todo lo que tenía en crear una escuela de fútbol en la que los niños pudieran jugar durante el peor sitio que una ciudad ha sufrido en la era moderna. La ubicó en un centro deportivo junto al puente Skenderija, que los pequeños habían de cruzar, a veces, bajo las balas de los francotiradores serbios. Aún así, se presentaron doscientos el primer día, tras una convocatoria realizada por Pasic en una radio clandestina. La escuela, llamada Bubamara, se mantuvo abierta durante toda la guerra y muchos años después, y sirvió de refugio para cientos de niños musulmanes, serbios y croatas, que jugaron juntos mientras fuera acontecía el horror.
Cuando conocí a Pasic, en 2015, fumaba un paquete y medio de cigarrillos rubios al día. Me confesó que era un vicio que adquirió durante los años de guerra. Yo estaba intentando dejar de fumar. Compartimos un pitillo culpable mientras paseamos conversando por las pistas del estadio olímpico de Sarajevo, unas horas antes de que allí el Athletic Club infantil disputara un triangular frente a la escuela Bubamara y el Partizán de Belgrado. En el mismo lugar en el que treinta años antes había levantado la copa al cielo ante cuarenta mil hinchas felices, Pasic me habló de lo orgulloso que siempre estuvo de su ciudad y de su gente. Le pregunté lo que sentía cuando se cruzaba hoy con aquellos niños que atendió durante la guerra. Esbozó una sonrisa y me contó que poco después de que se firmara la paz un periodista europeo que hacía un reportaje en Sarajevo preguntó a uno de sus niños por un recuerdo de la guerra. Este le habló del día en que marcó un golazo por toda la escuadra. Entonces el reportero insistió: quería un recuerdo de la guerra. Y el niño zanjó: “¡Sí, sí, aquello sucedió durante la guerra!”.
“Aquel día supe que lo había logrado”, me dijo Pasic, apagando la colilla con la suela.
Hace un par de semanas Dania marcó un golazo por la escuadra con la selección sub 17 ucrania. Ojalá él también lo consiga.
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