Estudio Estadio y un topos común
El fútbol para nosotros era parte del sustrato cultural. Todos compartíamos un mismo espacio a partir del cual generar una comunidad
Aún me emociono cuando escucho la clásica sintonía de Estudio Estadio. Es un reflejo condicionado. Cuando tenía nueve, diez, once años, no había mayor conquista semanal que la de convencer a mis padres de que me dejaran acostarme un poco más tarde el domingo para poder ver los resúmenes de los partidos. Aquella música era el prólogo de una hora de total fascinación y felicidad. Jesús Álvarez, Matías Prats o José Ángel de La Casa recitaban los resultados de la jornada. A veces los desconocías por completo, porque esa tarde la habías pasado jugando en la calle sin ningún transistor cerca. Otras,...
Aún me emociono cuando escucho la clásica sintonía de Estudio Estadio. Es un reflejo condicionado. Cuando tenía nueve, diez, once años, no había mayor conquista semanal que la de convencer a mis padres de que me dejaran acostarme un poco más tarde el domingo para poder ver los resúmenes de los partidos. Aquella música era el prólogo de una hora de total fascinación y felicidad. Jesús Álvarez, Matías Prats o José Ángel de La Casa recitaban los resultados de la jornada. A veces los desconocías por completo, porque esa tarde la habías pasado jugando en la calle sin ningún transistor cerca. Otras, los habías seguido en el Carrusel de la Ser o el Tablero Deportivo de Radio Nacional que presentaba la voz rasgada de Juan Manuel Gozalo (oh, otra sintonía resuena ahora en mi cabeza, la del programa con mejor nombre del mundo: Radiogaceta de los deportes). Pero nunca habías memorizado del todo los resultados y, en aquellos años en los que no se podían consultar (el Teletexto no llegó hasta 1988), siempre te llevabas alguna sorpresa al verlos rotulados en la pantalla.
Durante un tiempo, hasta la primera mitad de los ochenta, resultados y clasificación se presentaban dibujados a mano y los resúmenes venían precedidos de una viñeta humorística de José María Fandiño que resumía el contexto o las consecuencias del partido. Me encantaban aquellos dibujos de hombrecitos con la camiseta de su equipo celebrando dichosos la victoria o cayendo a un abismo, metáfora clasificatoria, llevando a la espalda un saco de goles, literalmente, con gesto compungido. Después llegó la tecnología y desaparecieron los dibujos a mano, pero se incluían unas banderitas que daban color al frío metal.
Cuando pasaban los resultados de la Segunda B, me fascinaban los nombres de los equipos que para mí eran solo eso, meros nombres, pero que despertaban en mi imaginación pequeños estadios de hinchadas voluntariosas. Los había maravillosos: Calvo Sotelo, Antequerano, Portuense, ¡Júpiter!
Después, comenzaban los resúmenes, que venían precedidos de una foto fija del estadio donde había acontecido el encuentro, con el resultado y los datos esenciales sobreimpresos: goleadores, nombre del árbitro, recaudación. He estado viendo en Internet varios, para despertar la nostalgia que alimenta este texto. Qué impecables narraciones, qué textos perfectamente redactados. En uno de los resúmenes que he visto, de un Las Palmas-Betis de 1988, el narrador introduce las imágenes del partido: “Ustedes ya conocen el desenlace, pero la sucinta historia tiene esta cronología”.
La segunda parte de la experiencia llegaba cuando el lunes regresábamos a la escuela y comentábamos la jornada, clandestinamente durante las clases y ya libres en el recreo. Los más afortunados habían visto el programa; los menos debían contentarse con las narraciones de los primeros. No había manera de rescatar aquellos goles y paradas del pasado, en esos tiempos sin internet. Así, la jornada pasaba directamente a la evocación y el recuerdo. Lo sucedido nos llegaba a través del relato: hablábamos y hablábamos para mantener vivos los hechos que, poco a poco, se iban desligando de la realidad.
Hace unos días, en este mismo periódico, la tecnóloga Lucía Velasco afirmaba que “no es descabellado pensar que los contenidos televisivos a la carta dentro de unos años serán creados en ese momento y solo para nosotros”. Ese nosotros se refería a cada uno de los espectadores que de manera aislada están sentados en el sofá al otro lado de la pantalla. La imagen me resultó desoladora: espectadores aislados en un programa creado para un solo uso.
Chuck Klosterman explica en el fantástico ensayo Los noventa que el cine de esa década alcanzó tal grado de autorreferencialidad que las películas se desligaron del mundo real. Para el autor, esto vino determinado por la consolidación del videoclub como vía de consumo cinematográfico (podías ver la misma película cuantas veces quisieras) y alcanzó su máxima expresión en Tarantino. Eran películas que iban de películas, explica, películas que referían a otras películas. Para muchos de los que crecimos en aquella época nuestra verdadera patria es la cultura que entonces consumimos. Vimos mil veces las mismas cintas, que comentamos, recreamos y parodiamos hasta saber de memoria cada línea de diálogo. Por eso dividimos el mundo entre quienes saben quiénes son Jack Burton, Buttercup o John Bender y los que no. Para lo que nos interesa esto ahora: he ahí la imagen de una comunidad, lo contrario de los espectadores aislados que predice Lucía Velasco.
El fútbol para nosotros era parte de aquel sustrato cultural. Estudio Estadio daba unidad y consistencia al relato del fútbol. Todos compartíamos un mismo topos, un espacio a partir del cual generar una comunidad.
Hoy el mundo entero (el del fútbol también) está a un solo clic, y eso es, supongo, una ventaja. Pero se explora en soledad.
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