Lebron James, el hijo de Gloria, el chico de Akron
La fama no ha hecho olvidar a la gran estrella sus orígenes y una durísima infancia que superó gracias a su madre y al baloncesto
El destino parecía escrito para quien nacía en Akron a mediados de los ochenta. A 50 kilómetros de Cleveland, al noreste del Estado de Ohio, la ciudad era un nido de pobreza y delincuencia, el lugar donde los padres de las familias negras enseñaban a sus hijos a esconderse cuando veían un coche de policía. Si el chico era además el niño de una madre de 16 años, sola porque el padre del bebé la abandonó al quedarse embarazada, la ruleta del futuro apuntaba a una vida de sufrimiento. Al menos ese era el camino común en aquel lugar y circunstancias. ...
El destino parecía escrito para quien nacía en Akron a mediados de los ochenta. A 50 kilómetros de Cleveland, al noreste del Estado de Ohio, la ciudad era un nido de pobreza y delincuencia, el lugar donde los padres de las familias negras enseñaban a sus hijos a esconderse cuando veían un coche de policía. Si el chico era además el niño de una madre de 16 años, sola porque el padre del bebé la abandonó al quedarse embarazada, la ruleta del futuro apuntaba a una vida de sufrimiento. Al menos ese era el camino común en aquel lugar y circunstancias. Cómo una pelota naranja cambió la vida del protagonista de esta historia es casi irreal. Pero es la historia de LeBron Raymone James. El hijo de Gloria. El chico de Akron.
“Mira, papá, que no hayas estado ahí es una de las razones por las que he crecido así y soy lo que soy, por lo que me pongo tan terco cuando quiero conseguir algo”, escribiría años después LeBron para explicar cómo aquel niño pobre se convertiría en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y el máximo anotador de la NBA. Papá era Anthony McClelland, otra vida rota de Akron, un huésped más en la cárcel. Nunca le conoció. Otra pareja de la madre, Eddie Jackson, también acabó tras los barrotes por tráfico de cocaína. LeBron no tuvo un padre. Mamá, Gloria, lo era todo. Y él lo era todo para ella. La superviviente que enlazaba hasta tres trabajos diarios para llevar a la mesa un plato de comida, la que iba con su hijo de mudanza en mudanza, mendigando un sofá donde dormir porque no podían pagar un alquiler, la que se jugaba la vida cada vez que salía de casa.
“Pasé muchas noches de miedo, oyendo sirenas de policía y disparos. No sabía si uno de esos tiros era para mi madre. De niño vi de todo. Drogas, asesinatos… cosas que no quieres que viva ningún niño. Era una locura. Cada día me despertaba sabiendo que me tocaba luchar”, revive LeBron. La lucha tenía para él forma redonda. La pelota de baloncesto dio a su vida un sentido. Después de probar en el fútbol americano, en la cancha encontró su lugar. Su primera canasta fue una caja de plástico encima de dos mesas. El resto de niños se reía de él porque no encestaba. Pero el pequeño era terco. Y con el tiempo forjó un cuerpo prodigioso.
Frank Walker no fue solo su primer entrenador de básquet. También le dio un techo, junto a sus hijos, para que James viviera una temporada mientras Gloria intentaba salir a flote. Así logró pagar un alquiler de 22 dólares al mes para que LeBron volviera a casa. Para entonces el baloncesto ya le había dado un orden, una disciplina, un objetivo. Era bueno, muy bueno. Llegó al instituto, la primera vez que convivía con chicos blancos. A los 13 años, su primer mate. Todo sería ya imparable. De ser el talento de Ohio a una estrella nacional, El Elegido, según Sports Illustrated, el heredero de Michael Jordan. Todo cambió y nada cambió, porque en el fondo ha seguido siendo el niño de Akron, el hijo de Gloria. Se casó con su novia de adolescencia, Savannah, fue padre tras su primera temporada en la NBA, y sus amigos de juventud han gestionado su carrera. Todos estaban en la pista este martes en Los Ángeles.
“Solo soy un chico de Akron”, dijo LeBron cuando batió el récord de Kareem. Ese cordón umbilical nunca se rompió, ni cuando en Ohio quemaban sus camisetas al decidir dejar los Cavaliers por Miami. LeBron correspondió creando una fundación para ayudar a los niños de la ciudad, levantó una escuela, ha sido un altavoz contra el racismo y no ha dudado en hablar de política, sobre todo contra Donald Trump. “Quiero que la gente se acuerde de mí tanto por lo que hice en la cancha como por lo que hice fuera”, resume. Y sobre todo, ha querido ser para sus tres hijos, Bronny, Bryce y Zhuri, el padre que él nunca tuvo. “Siempre decía: ‘Cuando tenga un hijo no solo va a llevar mi nombre, sino que voy a hacer todo lo que ese hombre no hizo conmigo’. Quería que mis hijos no vivieran lo que yo viví. Lo único que puedo hacer ahora es darles un modelo, un referente de superación, para que ellos creen su propio camino”.
“Como deportista, LeBron ha hecho normal lo excepcional, como superar el récord de Kareem”, explica Davide Chinellato, autor de King (editorial Córner), la última biografía de El Rey; “sin embargo, lo más interesante es quién es fuera de la cancha. La suya es una maravillosa historia de redención, de un chico de ninguna parte y de los suburbios estadounidenses que se convierte en un icono deportivo mucho más allá de lo que ha hecho con el balón. Como él dice, sus mayores logros no son los títulos, sino la escuela de Akron, su fundación. Ha creado un imperio y sin dejar de estar en la élite. Como Jordan y Muhammad Ali, es un icono”.
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