Van der Poel contra Van Aert: el Mundial de ciclocross será un duelo de fenómenos

Los rivales eternos del ciclismo capitalizan un campeonato que se disputa el domingo en el circuito de Hoogerheide, diseñado por el padre del neerlandés

Van Aert, por delante de Van der Poel, en una carrera en Bélgica el pasado diciembre.Luc Claessen (Getty Images)

El ciclocross ha llegado ya donde la carretera aspira un día a estar, una carrera de dibujos animados, tiempo limitado (una hora), protagonistas bien definidos, dos rivales eternos y, más que nada, combativos desde el primer metro, cuando ambos huyen de los demás, que solo piensan en cómo aguantar hasta el final; se aíslan, uno contra uno, en un derroche de energías que obliga a reescribir las leyes de la lógica fisiológica. Una contrarreloj en compañía: se sale esprintando, se termina acelerando.

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El ciclocross ha llegado ya donde la carretera aspira un día a estar, una carrera de dibujos animados, tiempo limitado (una hora), protagonistas bien definidos, dos rivales eternos y, más que nada, combativos desde el primer metro, cuando ambos huyen de los demás, que solo piensan en cómo aguantar hasta el final; se aíslan, uno contra uno, en un derroche de energías que obliga a reescribir las leyes de la lógica fisiológica. Una contrarreloj en compañía: se sale esprintando, se termina acelerando.

Uno, el inconsciente, Mathieu van der Poel; el otro, el reflexivo ma non troppo, Wout van Aert.

Los dos, el neerlandés y el flamenco, 28 años ambos, habitan otro planeta, y sus batallas son interminables, como se comprobará el domingo (15.05, Eurosport) en el Mundial de ciclocross, una competición que uno de los dos ha ganado en siete de los últimos ocho años. No ganó ninguno de los dos el de 2022, en el que no participaron y dejaron que el británico Tom Pidcock, el único que gravita cerca de su órbita, pudiera sentirse supermán. Este año no participa. No habrá dorsal número uno. Van Aert será el 9; Van der Poel, el 27. Habrá dos españoles, Felipe Orts y Kevin Suárez.

Cuatro Mundiales (2015, 2019, 2020 y 2021) ha ganado Van der Poel, que corre en casa, en el circuito de Hoogerheide, en el Brabante neerlandés –en la frontera, bosque, arena, barro y una cresta que desciende hacia el mar, pólderes y canales, y viento del norte–, donde todos los años se disputa el GP Adrie van der Poel, en honor de su padre, campeón reconocido que, además, ha diseñado el trazado. Tres, Van Aert (2016 a 2018), dominador de la temporada: ha ganado nueve de las 10 competiciones que ha disputado. La única derrota, hace dos domingos, en Benidorm, donde le pudo Van der Poel.

Será el enfrentamiento 180º entre ambos (119 a 60 va ganando el hijo de Adrie y nieto de Poulidor) en una rivalidad insólita que nació en el barro cuando eran infantiles, y ya superdotados, y se prolongó en la carretera con tanto vigor que transformó la manera en la que se disputan ya las clásicas y hasta el Tour de Francia, donde los dos saben también ser protagonistas. A todos los ciclistas han contagiado y a los aficionados han convertido en niños caprichosos, glotones incansables de emociones rápidas y repetidas, de ataques imprevisibles, locos, épicos, y dentro de un mes, cuando el barro sea adoquines, y las colinas de arena y las escaleras, muros en las clásicas de Flandes o en los caminos de Siena, a ambos, a Van Aert, explosivo de larga duración, a Van der Poel, dinamita incontrolable, se les pedirá que no paren, que nunca alcancen su último aliento y den vida al Tour de Flandes, que Van der Poel ya ha ganado dos veces, y a la París-Roubaix, el infierno del norte en el que, extrañamente, ninguno de los dos ha triunfado aún. Y que Tadej Pogacar, uno alérgico al barro, les siga acompañando. Y que el padre de todos, Peter Sagan, esté con ellos en su última campaña.

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