Los cohetes suenan en honor a la Real
El equipo donostiarra despide el año con una victoria merecida ante Osasuna que le afianza en tercera posición de LaLiga y con la reaparición de su capitán, Mikel Oyarzabal, después de 289 días por una lesión
La Real Sociedad recuperó la tercera plaza de la que fue desocupada por unas horas por veleidades del calendario y termina bien un gran año. Jugó con firmeza y determinación frente a un Osasuna apocado, lejos de su mejor versión, y que nunca supo plantear una propuesta que respondiera al planteamiento donostiarra. El regreso a la competición no les sentó igual de bien a los dos equipos.
En San Sebastián, las ordenanzas prohíben la pirotecnia callej...
La Real Sociedad recuperó la tercera plaza de la que fue desocupada por unas horas por veleidades del calendario y termina bien un gran año. Jugó con firmeza y determinación frente a un Osasuna apocado, lejos de su mejor versión, y que nunca supo plantear una propuesta que respondiera al planteamiento donostiarra. El regreso a la competición no les sentó igual de bien a los dos equipos.
En San Sebastián, las ordenanzas prohíben la pirotecnia callejera, lo que los oídos más sensibles y la mayoría de los animales domésticos agradecen en fechas tan señaladas en las que suele ser costumbre quemar pólvora a porrillo. Solo hay dos zambombazos que suenan a música celestial en Donostia, y son los que lanza Juan Iturralde cada vez que marca un gol la Real Sociedad. Tiene, claro está, todos los permisos en regla para poder tirar esos cohetes, como los tenía Patxi Alkorta, el precursor hace varias décadas en el viejo campo de Atocha.
Cuando suena el primer estruendo, los paseantes aguzan el oído. Si no hay otro en los siguientes diez segundos, malo. Eso significa que ha marcado Osasuna, o cualquier rival que comparezca sobre el césped de Anoeta. Escucharon el primero los viandantes, poco después de las cuatro y media, y ya sabían que era un aviso de que alguien había marcado, y no una celebración del año nuevo. Por lo de las ordenanzas, vamos. Oyeron el segundo y se alegraron con el gol realista.
No sabían que, hasta ese momento, no había pasado casi nada y que los dos equipos circulaban de un lado al otro del campo sin rumbo fijo, como esperando a mejores momentos. Pero todo cambió cuando Brais, el gran fichaje de la Real esta temporada, recogió la pelota junto a la banda derecha, hizo la pared con el mundialista Kubo, que se la devolvió como corresponde, y después dejó sentado a Juan Cruz para batir de un tiro cruzado a Aitor.
Sonaron los cohetes de Iturralde, se despertó la Real y Osasuna siguió en la siesta, con un despiste monumental, extraño en el equipo rojillo, que perdía todos los duelos, regalaba balones como si fueran reyes magos y andaban al garete en todas las líneas. Mientras, los soldados de Imanol, al que la grada recibió con un gigantesco mural caracterizado como Marlon Brando en El Padrino, se partían el pecho por la causa, presionando la salida osasunista y ahogando a Moncayola o Aimar Oroz cuando pretendían oxigenar a su equipo. Solo podían recibir de espaldas y siempre con un rival susurrándole el himno de la Real al oído. Le bastaba con eso al equipo donostiarra para mantener a raya a los pamplonicas, que no decían ni mú con su fútbol.
A la vista de que pasaban los minutos y todo seguía igual, Arrasate decidió cambiar la seda por el percal. Quitó a un Oroz perdido sobre la inmensidad de Anoeta para probar con un barrenador como Kike García, pero fue la Real la que hizo trabajar de nuevo al pirotécnico de guardia. Un taconazo de Silva, un balón al espacio de Brais y una vaselina de Sorloth. Escrito así parece sencillo, pero el segundo gol de la Real fue una mezcla de precisión y sutileza, algo muy complicado.
La diferencia en el marcador hacía felices a la mayoría de los 35.000 aficionados que poblaron las gradas, pero que todavía no habían recibido la mejor noticia de la última tarde del año, la reaparición de su capitán, Mikel Oyarzabal después de 289 días sin jugar por su lesión de ligamentos cruzados. Cuando saltó al campo no sonaron los cohetes, pero el momento los merecía.
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