Alejandro Valverde y Enric Mas, final y principio en Lombardía, a orillas del lago de Como
El monumento italiano, telón de la temporada de gran ciclismo, será la última carrera con dorsal de Alejandro Valverde, que se retira a los 42 años, y cree que puede ganar, como también el revigorizado mallorquín
Es otoño. Lombardía. El crepúsculo de Alejandro Valverde, dorsal 181, su último dorsal, y su deseo. La primavera de Enric Mas, que vuelve a sentirse niño, el niño pequeño fascinado por el sonido de la palabra, por las maravillas que se esconden detrás de las cuatro sílabas, Lom-bar-dí-a. De Bérgamo a Como, a la orilla de su lago, pasando por el Ghisallo ...
Es otoño. Lombardía. El crepúsculo de Alejandro Valverde, dorsal 181, su último dorsal, y su deseo. La primavera de Enric Mas, que vuelve a sentirse niño, el niño pequeño fascinado por el sonido de la palabra, por las maravillas que se esconden detrás de las cuatro sílabas, Lom-bar-dí-a. De Bérgamo a Como, a la orilla de su lago, pasando por el Ghisallo y su iglesia y su museo, y el largo repecho del Civiglio, y las dos veces de la cuesta de San Fermo della Battaglia, antes del descenso que tanto placer le daba a Vincenzo Nibali crepuscular, dorsal 31, el último dorsal de su carrera. 253 kilómetros. Más de seis horas y media. Un monumento al que honran y adoran Jonas Vingegaard y el ganador del 21, Tadej Pogacar, los dos que hicieron del Tour del 22 un gran reserva, y que vuelven a cruzarse por primera vez desde el julio francés.
Ocurrió el sábado pasado, en Bolonia. Giro dell’Emilia. La tarde que la oscuridad se disipó para siempre. Como el rayo, pedal ligero, Enric Mas surge de la sombra de Alejandro Valverde y acelera hacia la curva de las Huerfanitas. Tadej Pogacar intenta pegarse a su rueda, intenta seguirle, intenta. Mas vuela solo. Quién no le envidia. Quién no querría ser él en ese momento, en ese lugar, a dos kilómetros de la meta en el monasterio de San Luca, sobre los soportales de Lucio Dalla. Liberado. Un deseo construido con todos sus detalles. Culminado. No falta nada. A su espalda, derrotado, Pogacar, aquel cuyo solo nombre ya asusta, aquel que en julio, en el Tour, el Galibier, pasado el Télégraphe, es un ciclista de otro mundo, inalcanzable para Mas encadenado a su frustración. Mas, de 27 años, muy pocas veces en su carrera, tan regular, tan de estar siempre ahí, la ha gozado plenamente, el gozo de llegar solo a la meta y levantar los brazos, el orgasmo del ciclismo. Lo hace. Y después, como si quisiera que solo él pueda disfrutar del momento, le quita importancia, como si no quisiera que nadie más lo valorara. Es su tesoro. Y tampoco quiere que cuando se cuente se adapte su historia al molde tan fácil de la resurrección y la resiliencia, esas historias fáciles que tanto fascinan, conquistan, a los que cuentan historias de deportistas, películas sobre la mente.
“La cabeza pesa más que el culo. Una cosa es la voluntad y otra los miedos”, dice, y se ríe, gracioso, Enric Mas, que ha sufrido un bloqueo mental toda la temporada, hasta el Tour, miedo a descender, miedo a atacar, flato generado por la ansiedad en los momentos clave. Y en la Vuelta, que terminó segundo tras el fenómeno Remco Evenepoel, empezó a ser él, y ahora, victorioso al fin, es él más que nunca.
“Pero fue una carrera como cualquier otra. Es verdad que el nombre de Tadej lo conoce todo el mundo, pero solo eso. Una victoria que necesitaba yo, y necesitaba el equipo que yo ganara. Por fin llegó”, dice por teléfono desde su amada Lombardía, donde ya ha olvidado que se retiró del Tour con covid después de que el Tour le dijera de nuevo que no le amaba. Antes de la Vuelta volvió a sus sesiones con su psicóloga y a trabajar la técnica de los descensos con el maestro Óscar Saiz, y en la Vuelta se sintió pletórico. “¿Había dudas de mi capacidad? Yo no tenía ninguna duda. La única que tenía era si me recuperaba del covid a tiempo o no. Lo otro ya sabía que con mucho trabajo y con confianza en mí mismo se podía superar. Era una situación que puedes llamar más mental que física, pero, sí, era una mezcla de las dos, van de la mano. Son situaciones que hay que pasar. La vida está repleta de ellas. El deporte es así. Me tocó vivir una situación que tenía que superar para seguir creciendo. Y, mira, un mes después hemos conseguido darle la vuelta”.
Solo un español, Purito Rodríguez, y dos veces, ha ganado el Lombardía, el llamado Mundial de las hojas caídas. Mas la ha disputado dos veces, cuando aún se hacía ciclista en el Quick Step. “Es una carrera que me encanta. Se va a hacer muy duro, es muy larga, se va a decidir en los últimos kilómetros. La última vuelta y el descenso al lago. Confío en mí porque me lo conozco, y el Bala también”.
El Bala es Valverde, su compañero en el Movistar, que, en palabras de Juan Ayuso, el joven español, de 20 años, decidido a seguir sus pasos, vivirá sensaciones curiosas. “Será un día raro para él. Querrá hacerlo bien en carrera, pero seguro que tiene en la cabeza que cada cosa que haga será la última vez que la haga. La última barrita que se está tomando en el kilómetro equis, y la última vez que sale del bus con un dorsal, y será una emoción que será muy fuerte”, dice el ciclista que a los 19 años terminó tercero en la Vuelta, tras Evenepoel y Mas. “Espero que lo disfrute. Que la carrera le acompañe. Y que se pueda despedir de la manera que merece. Lloraremos un poco todos con él”.
Valverde ha corrido 10 Lombardías y ha quedado segundo tres veces y tercero una. Y se considera favorito para ganarla por fin. “Estoy maravillado. Ni de lejos pensaba yo que iba a estar hasta esta edad corriendo y con este nivel. El nivelazo que tengo... No está bien que lo diga yo, pero... Estoy asombrado con estas carreras y cómo las estoy terminando. Esto me da una motivación y una confianza extras para Lombardía, aunque puedo tener un mal día... pero estoy fenomenal”, dice el murciano, que solo tiene un lamento. “Me da pena que esto se acabe, me da pena. Viendo el estado de forma que tengo, da pena. Y digo, buah, ¿no queda alguna carrera más por ahí? jeje. pero carrera de este nivel. Carreras no de correr por correr, sino carreras que se disputen con los mejores corredores como están siendo estas últimas. Con todos los equipos WorldTour, y duras...”
Pero no habrá más. Valverde descabalgará en otoño y como el John Wayne del Hombre que mató a Liberty Valance se irá discretamente. Los jóvenes, los nuevos tiempos, cubrirán sus huellas, y alguien se encargará de escribir su leyenda, más hermosa que los hechos.
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