Manos de ángel
El Athletic podría definirse como un grupo de personas que quiere a Iribar
La escena ocurrió en Cádiz, en la boda de un amigo, hace ya 10 años. El recién nombrado marido se acercó a mí para presentarme a un tipo que rondaba la cincuentena, alto, de pelo rizado, marcado acento local y un extraño punto de emoción en la mirada. Cuando nos dimos la mano, me preguntó si era verdad, como le habían dicho, que yo conocía a José Ángel Iribar. Respondí afirmativamente. No hacía mucho de ello, pero así era. Entonces mi interlocutor me preguntó si esa mano que estaba estrechando, la mía, había sido estr...
La escena ocurrió en Cádiz, en la boda de un amigo, hace ya 10 años. El recién nombrado marido se acercó a mí para presentarme a un tipo que rondaba la cincuentena, alto, de pelo rizado, marcado acento local y un extraño punto de emoción en la mirada. Cuando nos dimos la mano, me preguntó si era verdad, como le habían dicho, que yo conocía a José Ángel Iribar. Respondí afirmativamente. No hacía mucho de ello, pero así era. Entonces mi interlocutor me preguntó si esa mano que estaba estrechando, la mía, había sido estrechada a su vez en algún momento por la del gran portero del Athletic. Asentí. Él condujo mi mano a su rostro y apoyando su frente sobre ella rompió a llorar con ese tipo de lágrimas al tiempo dulces y amargas que solo brotan cuando algo nos ha emocionado de verdad.
Una vez se calmó, conversamos. Me explicó que provenía de una familia pobre y futbolera y que su padre, como no podía pagar el precio de las entradas durante la temporada regular, le solía llevar al estadio en verano a ver el Trofeo Ramón de Carranza. Confesó que se había convertido en rojiblanco en 1972, cuando los bilbaínos se hicieron con el título derrotando consecutivamente al Bayern de Múnich de Beckenbauer, Maier y Müller y al Benfica de Eusebio. Me describió a su padre hablándole en la grada de las virtudes de Iribar mientras El Txopo iba haciéndose a sus ojos cada vez más grande al tiempo que despejaba uno y otro balón. “Fue una epifanía”, dijo.
He de reconocer que en aquel momento me resultó todo muy exagerado. Hoy sé, sin embargo, que esa fue una impresión equivocada. Ya he dicho que han pasado diez años. En este tiempo he podido conocer un poco mejor al hombre detrás del mito y por eso creo que la reacción de aquel tipo fue del todo proporcionada, pues la definición que dio Benjamín Prado de la estatura de Iribar es matemáticamente exacta. Escribió: “Lo mide todo, hacia fuera y hacia dentro”.
Mientras tecleo este texto observo mis manos, finas y pequeñas, casi de las de un niño, en las que el tiempo va borrando los únicos callos que lucieron, los que el bolígrafo dejó en mis dedos índice y corazón de la diestra durante mi tiempo de estudiante. Las observo y me doy cuenta de la suerte que han tenido de abrazar esas otras, gigantes, que sostuvieron copas y también la ikurriña cuando estuvo prohibida; esas que detuvieron todos los balones posibles y que Chillida dibujó conteniendo el infinito. Son las manos de nuestro aitite, son las de nuestro padre, y también las de nuestra madre y nuestros hermanos. No son manos de Dios, que en fútbol significan trampa, sino manos de hombre, de hombre trabajador, de hombre honrado. Manos de ángel. Manos ásperas y rudas y protectoras, manos al servicio de lo colectivo.
Después de la pandemia pedí audiencia a Iribar solo para decirle que le quiero. Tengo tanto que agradecerle (él sabe), que sentí la necesidad de hacerlo. Pero no me atreví. No al menos del todo. En lugar de ello, le pregunté si era consciente de lo muchísimo que le queríamos. Usé ese plural un poquito por timidez un poquito por hacer honor a la verdad: si algo tenemos en común todos y cada uno de los athleticzales es que adoramos a nuestro Ángel. Él se ruborizó un poco. Intuí media sonrisa debajo de la mascarilla. Respondió algo así como: “Anda, venga”, e hizo un gesto mitad para que me sentara, mitad para que dejara el tema. Conversamos un rato, de todo y de nada. Justo antes de que abandonara su despacho, me llamó por mi nombre y murmuró: “Eskerrik asko (gracias), eh”.
Una buena definición del Athletic Club podría ser la de “un gran grupo de personas que quiere a Iribar”. Espero que él sienta también nuestro amor. Eskerrik asko zuri, Iribar, por unirnos, por hacernos mejores, por fortalecer este maravilloso nosotros, por ser nuestro querido ángel.
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