Un juego de niños: Marías-Vázquez Montalbán
Marías se consideraba un aficionado y a los periodistas nos trataba de profesionales, respeto que entonces nos ruborizaba y ahora extrañamos
Aquellos que nos alfabetizamos con los diarios difícilmente olvidaremos los artículos que Javier Marías y Manolo Vázquez Montalbán escribían en vigilias del clásico para EL PAÍS. Ambos formaban una “pareja de contrarios; él como representante literario o incluso ideológico del Barça; yo del Madrid, cada vez que nuestros respectivos equipos se enfrentaban a muerte” para copiar las p...
Aquellos que nos alfabetizamos con los diarios difícilmente olvidaremos los artículos que Javier Marías y Manolo Vázquez Montalbán escribían en vigilias del clásico para EL PAÍS. Ambos formaban una “pareja de contrarios; él como representante literario o incluso ideológico del Barça; yo del Madrid, cada vez que nuestros respectivos equipos se enfrentaban a muerte” para copiar las palabras que dictó Marías en el obituario dedicado a Vázquez Montalbán.
El texto se titulaba “Visca el Barça”, descubría que solo habían estado juntos una vez, aquella en que compartían coche del aeropuerto de Asturias a Verines, y contaba cómo Montalbán llevaba puesto un auricular “para seguir el fútbol” y particularmente una jornada de Copa. “¿Y cómo va el Madrid?”, preguntó Marías. “Pierde 1-0 con el Sporting”, respondió Vázquez Montalbán. El silencio duró hasta que fue interrumpido por el barcelonista: “Ha empatado el Madrid”.
Así se explicaba la rivalidad en la prensa antes de que las tertulias ocuparan el espacio mediático sin tener que aguardar al Barça-Madrid. “Hoy somos muchos los escritores que nos atrevemos a hablar de fútbol sin temer nuestro desprestigio por ello, pero no cabe duda de que Montalbán fue el gran pionero y el más audaz (…) Curioso que las lealtades mayores sean las que parecen menores (…) Hoy yo sé que perder a un antagonista entristece tanto como perder a un aliado. Quizá más”, subrayó Marías.
Nada más recomendable que leer Salvajes y sentimentales, editado por Aguilar, para entender la afición al fútbol y la condición de seguidor madridista de Marías, para quien el fútbol era “la recuperación semanal de la infancia” y también un motivo para escapar de los debates literarios cuando se ponían pesados como pasó aquel día en Barcelona en que nos recriminó a los supuestos responsables de la sección de deportes que no le llamáramos más a menudo para “hablar del Madrid”.
Marías se consideraba un aficionado y a los periodistas nos trataba de profesionales, respeto que entonces nos ruborizaba y ahora extrañamos porque ya no existe diferencia de trato ni de oficio entre quienes hablan y escriben de fútbol y menos si se trata de un Barça-Madrid. Marías se tomaba tan en serio el fútbol que en un derbi literario con Enrique Vila-Matas compareció con un banderín del Madrid, como si fuera el capitán de su equipo, y espetó a su rival: “¿Y no tienes nada para mí?” Nada se supo del Barça.
La anécdota la contó Juan Villoro, el árbitro de la contienda organizada por La Caixa en Barcelona, un acto multitudinario al que acudieron seguidores como el padre de Pep Guardiola. Aunque su imagen era la de un señor hosco y ensimismado, un cascarrabias crónico -palabras de Villoro-, Marías tenía mucho señorío y era un seductor cuando hablaba de fútbol y del Madrid. Muy pocos madridistas han escrito tanto sobre el barcelonismo como queda dicho en artículos como ¿Por qué no nos odian?
Marías consideraba que el Barça era un club “artístico y frágil”, un equipo “tradicionalmente exquisito y melancólico, con jugadores delicados y dados a la depresión”, el que mejor poseía históricamente “la percepción de la derrota, de su amenaza, de su comprensión”, argumentación que el barcelonismo combatió con el desacomplejado Cruyff. Marías fomentaba la controversia y la polémica con sabiduría, a veces desde la provocación, siempre con inteligencia y nunca como un hooligan del Madrid.
Los lectores y redactores de deportes extrañaremos también sus artículos sobre el clásico y sus odas al Numancia por más que habrá quien continúe su legado, cosa que a mí no me corresponde decir; me alcanza con recordar que Manolo Vázquez Montalbán proclamó como heredero suyo a Sergi Pàmies. Y acertó plenamente en un debate que florece cuando recupera su esencia y, por tanto, su condición de juego de niños, y palidece cuando se convierte en una riña de adultos -verdadera o impostada- propia de una barra de bar, ya sea en Barcelona o Madrid.
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